Llego a Solsona, mientras cruzo la ciudad, paso por delante del desaparecido Trabucaire, hubo un tiempo en el que, siempre que pasabas por Solsona, era obligatorio parar y disfrutar de sus desayunos. Cojo la carretera de Bassella, justo a un par de kilómetros, anuncian una zona de ocio denominada Mare de la Font, donde encontramos el restaurante del mismo nombre. Vengo de La Vansa por Coll de Jou con una niebla espesa y baja que impedía ver nada a dos palmos; un poco harto, aparco y voy directo manos a la obra.
Con el móvil en la mano y mareado por el viaje, casi nos chocamos en la entrada del restaurante con Diego Alías. El amigo, chef del restaurante Ca l’Amador y colaborador habitual de La Gourmetería, me comenta que está de vacaciones y ya se le nota en la cara. Ha quedado con Pere Muxí y otros amigos buscadores de trufas, así, mientras se dan un festival, se organizan para la Fira de la Tòfona de Vic, que es la semana que viene. Diego tira hacia el comedor de arriba y a mí me recibe Roger, que me sienta en el de abajo.
Mientras escojo la comida, pienso en un artículo de La Gourmetería en el que Joan Carbó nos explicaba una salida con Pere Muxí buscando trufas que totalmente podría ser actual: "Hay que considerar que este año empieza una temporada muy delicada. La falta de lluvias estivales ha secado el bosque, y es de prever que solo aquellos recolectores de trufas con plantaciones de regadío recogerán trufas de la máxima calidad: negras, tiernas y aromáticas. El resto de buscadores, en cambio, que son precisamente aquellos que prueban suerte con la trufa silvestre, parece que este año recogerán trufas raquíticas, secas e insípidas".
Laia y Roger llevan actualmente el restaurante Mare de la Font, que fundaron los padres de Roger ahora hace casi 30 años. Él controla la sala y ella la cocina, ayudados de un equipo joven y dinámico del cual se sienten muy orgullosos. El local es grande y muy acogedor, en un lateral está la barra, que comunica con la cocina, y al otro lado está el ventanal que deja pasar la luz de día.
Roger me propone un menú a medida con el que pueda probar más platos, me parece bien y le comento haciendo cachondeo que traiga lo que sea pero que tenga trufa, vistos los ilustres vecinos que tiene en el piso de arriba; la cosa queda aquí. Me llenan la copa de Raconets d'Orto de la DO Montsant, un vino muy discreto que pruebo con la mantequilla de trufa con un agradable aroma a humo.
La crema de coliflor a la brasa con trufa y el triquini de bacon ibérico, trufa y queso hacen un buen tándem.
La croqueta de chuletón con trufa es excepcional, igual que el canelón de gallina con trufa.
Los cinco primeros platos que aparecen en la mesa tienen trufa y Roger me confiesa que me ha preparado el mismo menú que se están zampando el grupo de los buscadores de trufas en el comedor de arriba. Se lo agradezco. Acabo el festival con un morro cocinado a baja temperatura y pasado por la brasa para coger sabor de ahumado con oreja frita, una salsita de queso y unos envinagrados para refrescar. También unas manitas de cerdo con boletus que están para llorar; curiosamente, hay más boletus que manitas de cerdo.
De postre, me ofrecen un pastel desparramado de chocolate con helado de vainilla que está realmente delicioso.
En el Mare de la Font encontramos una cocina catalana puesta al día de una manera muy personal elaborada con productos de proximidad, pues el Solsonès es tierra de níscalos, negrillas, carrerillas, rebozuelos y paraíso de la apreciada trufa; no se quedan atrás sus verduras y su carne, que cocinan asada, guisada o a la brasa. Mención aparte merecen los postres artesanos y la extensa carta de vinos catalanes.
Me despido de Laia comentando el libro Àpats de Alba Sunyer que tienen a la vista en la barra con otros libros, ella sale en un capítulo explicando una receta de bacalao. Fuera del restaurante, luce un sol despampanante, quizás porque estoy en la ciudad del sol, o eso dicen...