El otro día quedé para comer con los compañeros de La Gourmetería, Pep Antoni y Joan Carbó. Las dos últimas veces que hemos quedado para explicarnos las últimas novedades gastronómicas, en una, comimos normal y la torta nos costó un pan, y la otra fue durante la Barcelona Wine Week dentro del recinto de la Fira, por cierto, después de una cata horizontal de vinos del Priorat, y comimos todavía peor. Al acabar, nos prometimos que la próxima vez comeríamos de menú y el local lo escogería Carbó.
Después de serpentear unos minutos a causa de las malditas calles cortadas por las obras de Colau, por fin llego al bar Copèrnic, situado en la Esquerra de l'Eixample. Mientras aparco, veo que me esperan en la terraza, bajo el sol y con un vermú en la mano. Pido una lager del Montseny tirada a presión. Mientras disfrutamos de la terraza y de la bebida, recordamos tugurios que tenemos cerca, entre ellos, la Bodega d’en Rafel, donde me gustaba ir a cenar con los amigos cuando la llevaba Rafel Jordana, siempre me explicaba sus vivencias de joven en la Seu d'Urgell, donde pasó parte de su juventud. También Can Vilaró, donde he comido los mejores sesos de cordero de mi vida, después de los de mi madre, por supuesto.
El bar Copèrnic podría ser uno de los bistrots frecuentados por el comisario Maigret
Después de la birra, entramos en el local: cuatro mesas por aquí, un altillo por allá, la barra a la derecha y la cocina a continuación. Se respira un aroma que enamora, buena señal. El local, a primera vista, bien podría ser uno de los bistrots frecuentados por el comisario Maigret durante alguna de sus investigaciones por las calles de París, pero en vez de pedir el Beaujolais nouveau, un vino joven fermentado durante semanas y que sale a la venta siempre el tercer jueves de noviembre, Laura nos ofrece un vino tinto del Penedès, en concreto, el Petit Albet de las bodegas Albet i Noya, joven y fácil de beber, muy sabroso.
Laura Rafecas Salat nació en Vilafranca, llegó a la capital catalana porque simplemente tenía ganas de vivir en una ciudad grande. Nos confiesa que está muy contenta y a gusto en Barcelona. Empezó como cocinera siendo autodidacta, pero con el tiempo se ha ido formando en diferentes escuelas. Sorprende, de hecho, que en el Copèrnic todo el equipo es licenciado en Filosofía. Ella quiere que el Copèrnic se convierta en un restaurante de referencia en el barrio para la parroquia que apuesta por la economía social. Ellos funcionan con estos principios solidarios, dan énfasis a los productos ecológicos, de proximidad y de pequeños productores. Me comenta que, en todo lo que hacen como empresa, tienen en cuenta tanto como sea posible el impacto que tiene y no el lucro personal. Las empresas con las cuales trabajan han pasado un filtro ético y respetan la conciliación con sus trabajadores.
Empezamos con una escudella y una ensalada al puñetazo con tomate, aceite y sal, un poco de cebolla y cuatro olivas, tan sencillo de hacer y tan difícil de encontrar. Laura, chef y propietaria, explica la importancia de ofrecer un tomate de calidad o no ofrecerlo. Aparecen a escena unas bandejas con xató, son las últimas escarolas y están deliciosas. La salsa la hace ella, con los ojos cerrados.
'El menú', 'The Bear' y 'Hambre'
Hablamos de la película El menú, incidiendo en el hecho de que la experiencia vivida por los comensales es el absurdo del poder adquisitivo delante de algo tan refinado que solamente unos pocos con dinero pueden probar, nada que ver con la divertida serie The Bear, donde la historia gira en torno a un joven y talentoso cocinero que deja su ascendente carrera para atender un tugurio de la mala muerte que le deja su hermano que acaba de morir. Por cierto, acabo de ver Hambre y, más allá de cuatro imágenes sorprendentes, la he encontrado bastante aburrida. Aquí también inciden en las presiones de la alta cocina con un argumento circular cuyo inicio empieza con la protagonista, Aoy, en el humilde restaurante de su padre y continúa hasta que alcanza la cresta de la ola para acabar bajando y renunciando a todo para volver a sus inicios.
Nos abalanzamos sobre los calçots rebozados, no sea que se enfríen. Quizás serán los últimos de este año, ya que la temporada está a punto de acabar. Pedimos a Laura el porqué del nombre de Copèrnic. Ríe y nos explica que Copérnico era un hombre introvertido que nadaba contra corriente con la famosa teoría heliocéntrica del sistema solar, porque la misma Iglesia defendía que era el Sol el que giraba en torno a la Tierra y no al revés, como defendía Copérnico, y "qué carajo, ¡algún nombre le teníamos que poner al bar!".
Probamos el fricandó y el tombet, que es un plato mallorquín y que Laura reformula friendo la patata y añadiendo chanfaina y huevo frito, verdaderamente exquisito. Cerramos con una sabrosísima tarta Tatin casera y un café comprado en Cafès Roure del barrio de Sant Antoni, antes de despedirnos de Laura. En el bar Copèrnic te encuentras como en casa, es un sitio del cual no querrías salir y donde puedes hacer tanto un buen vermú en la terraza como sentarte en una mesa dentro y comer uno de los mejores menús de la ciudad a un precio increíble y sin despeinarte.