Es tiempo de alcachofas. Compro un par de kilos porque una vez pulidas nos quedará una bandeja para cuatro como mucho. Mientras las preparo para cocinarlas, medio peleándome retirando las hojas externas, pienso que las alcachofas son la metáfora de aquellas personas tan ariscas. Una flor cerrada, dura y amante de los días fríos y hostiles, que se defiende manchándome los dedos de un rebelde color marronáceo y tenaz que tarda días a marcharse. Parece exactamente que quiera recordarme el rencor que le ha generado que la haya profanado para despojarla de la coraza y conseguir el tesoro más preciado, su corazón tierno, delicioso y franco, que se abre a la boca con un sabor intenso que se amplifica si después de comerla bebo un vaso de agua. El agua la despierta como si fuera una bella durmiente. El corazón de la alcachofa es tan tierno que se puede comer incluso crudo, fileteado bien fino y aliñado con un aceite excelente (importantísimo), copos de sal y pimienta. Es la idea más rápida, sí, pero cortes finos se cuecen en un abrir y cerrar de ojos: salteadas o complementadas en cualquier guiso.

Una vez he desnudado a la guerrera de su armadura, recorto el plumón del interior que, cuando es abundante, es una señal de una alcachofa vieja. Y tengo que vigilar que los corazones no pierdan su color nacarado, de no haber visto nunca el sol. Para evitar la oxidación natural, el ennegrecimiento, voy poniendo los corazones en agua bien llena de tallos de perejil chafados.

No querría parecer demagógica ni frívola, pero tengo la sensación de que hemos normalizado tanto el abastecimiento de alimentos que no les damos nada de importancia

Sí, las alcachofas son un tesoro que nos compensa la crudeza del invierno. Un tesoro lo bastante jugoso si tenemos en cuenta que ya hace años que los campos de alcachoferas sufren saqueos recurrentes.Por las mañanas los campesinos llegan al campo y se encuentran con que les han pispado las alcachofas. Las pérdidas no son solo económicas, que tela, sino que también se pierde el trabajo, los esfuerzos y la ilusión, menguando las ganas de continuar en un sector ya lo bastante castigado. Que te roben es una auténtica cabronada que no se puede perdonar, pero parece una parábola bíblica para hacernos ver el valor de los alimentos.

Los estados controlan los precios de los alimentos, porque el acceso a la alimentación y la seguridad alimentaria es un derecho fundamental proclamado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. En las últimas décadas, en las cuales hemos adquirido un estatus más holgado de vida y la alimentación ha quedado relegada al tercer gasto familiar, tras la vivienda y el ocio, los alimentos se han devaluado progresivamente. Devaluado no tanto de precio como de valor, de consideración. No querría parecer demagógica ni frívola, pero tengo la sensación de que he normalizado tanto el abastecimiento de alimentos que no les damos nada de importancia.

Y si hablamos de robos y de valorar los alimentos, conviene recordar aquella historia medio legendaria sobre la magnífica estrategia ideada por Federico II el Grande, rey de Prusia, en el s. XVIII. En aquellos tiempos la patata era considerada comida no digna relegada a los cerdos. Eran tiempos convulsos en el Reino y la patata podría ayudar a combatir el hambre si se complicaba la cosa, pero el producto era comida para cerdos, no digna para las personas. El Rey se preocupó por conseguir lo que parecía imposible: superar las trabas religiosas y sociales que rodeaban la patata y popularizarla como producto básico. Intentó convencer a los campesinos, pero se cerraron en banda negándose a plantar un producto casi pecaminoso. Y de golpe, tuvo una grande pensada. Hizo plantar en los huertos y jardines del Palau y las hizo custodiar noche y día por la Guardia Real. Los rumores se extendieron entre el pueblo: lo que el Rey había plantado era un producto exótico de gran valor. Días después, con la excusa de tener que combatir una batalla lejana, dejó los huertos reales sin vigilar. Fue inmediato: el pueblo entró a robar este producto "tan bueno y necesario" y la patata entró en las cocinas de las casas. El resto de la historia ya lo conocemos.