Abro Instagram y calçots. Entro en el súper y calçots. Enciendo la radio y calçots. Pongo en marcha la televisión y anuncios de restaurantes donde hacen calçotades. Ya tenemos aquí la matraca de los calçots. Era de esperar. Después de la tabarra de Jalouín, de la lata de Navidad, del coñazo de las rebajas, del real-food o del Detox pasado fiestas... año tras año llega la de los calçots. ¿Es una queja? ¡Nunca! Para una vez que la sinfonía, la musiquilla, la lata y la tabarra son solo nuestra, tenemos que defender este rollo a capa y espada o, mejor dicho, con babero y guantes. ¿Con guantes? ¡Nunca! Que comer calçots con guantes es de cobardes.
Más de la mitad de la población del país vivimos al área metropolitana, envueltos en papel de charol, alejados de los bichos y, sobre todo, alejados de la producción de alimentos, hasta el punto que hemos conseguido la matrícula de honor en desconocimiento y analfabetismo de los ciclos naturales, de las temporadas y de los productos autóctonos que nos ayudarían a seguir una dieta sostenible, coherente con el territorio. Suerte tenemos de las tradiciones (aunque sean tradiciones con una antigüedad que no supera los 30 años), que nos guían a comer cíclicamente alimentos de nuestro patrimonio culinario y adaptados a las temporadas. Si no fuera por los ciclos culturales que las tradiciones nos indican, comeríamos aguacate más de tres veces al día. ¡Y si ahora toca engullir una veintena de calçots cada fin de semana, adelante, contentos y con orgullo!
Para una vez que la lata y la tabarra son solo nuestra, tenemos que defender este rollo a capa y espada o, mejor dicho, con babero y guantes. ¿Con guantes? ¡Nunca! Que comer calçots con guantes es de cobardes
De manera que tanto es si el artículo que escribí hace un año por estas fechas era también de calçots. Se tiene que escribir cada vez que empieza la temporada y punto. Porque los calçots crean comunidad, son sostenibles y, no menos importante, nos hacen únicos y, en consecuencia, deseables. Crean comunidad porque son la excusa para encontrarse, compartir, conversar y generar recuerdos, que no es poco. Son sostenibles desde el primer momento de su existencia, cuando aquel campesino, Xat de Benaiges plantó unas cebollas grilladas para mirar de sacar provecho del desastre. ¿No es eso una magnífica lección de aprovechamiento integral de los recursos naturales, un modelo de acción contra el despilfarro alimentario, un ejemplo de ingenio? Xat tendría que ser un caso a estudiar en todos los másteres de las escuelas de negocios.
Pero lo que se tiene que destacar, sin menospreciar los otros valores, es que comer la cebolleta de esta manera particular no se hace en ningún sitio más del mundo. Hemos creado un código que ya saben descifrar muchos foráneos, pero pobres de ellos si osan comérselos de cualquier manera. Saldremos todos enfervorizados a defender la ortodoxia: calçots, salsa salvitjada, butifarra a la brasa, judías, naranja, crema y carquiñoles. Y yo seré feliz. Porque si no defendemos cuándo, qué y cómo se tienen que comer nuestros queridos calçots acabaremos mojándolos en salsa barbacoa, los acompañaremos con pork ribs y de postre comeremos, con cara de bobos, tiramisú con cookies.
Saldremos todos enfervorizados a defender la ortodoxia: calçots, salsa salvitjada, butifarra a la brasa, judías, naranja, crema y carquiñoles. Y yo seré feliz
Adoctrinamos en el calçot a todas las criaturas del país. Incluyamos en el traje de bautizo un babero de calçot para ir acostumbrando al retoño. Y que no nos puedan reprochar que, antes de la comunión, los chiquillos no han hecho a una visita a Valls, nuestra meca calçotaire. Cuando el adolescente empiece a sacar vello al sobaco, es el momento de enseñarlo a todo el mundo levantando el calçot, como un ritual iniciático. Y en el banquete de bodas se tiene que incluir, al lado de la fideuá y los dátiles con beicon, unas crudités con salsa salvitjada para que nunca se pierda la oportunidad de ir consolidando el gusto en el paladar.
Ahora, me tendréis que disculpar, que tengo que hacer un reels para Instagram de cómo se tiene que comer canónicamente un calçot. ¡Que no pare nunca la luna y la tabarra del calçot!