Llevo años visitando el restaurante La Pubilla, junto al mercat de la Llibertat, en la Vila de Gràcia. Lo descubrí hace unos años gracias a unos amigos del barrio, que me llevaron ahí a desayunar. Recuerdo que fue un desayuno glorioso.
Por cierto, y hablando de desayunos gloriosos, hoy me he acercado a la Ciutat de la Justícia y, claro, una vez en la Zona Franca, ¿quién es el listo que vuelve a Barcelona sin pasarse por la Granja Elena? Pues sí, he parado a saludar a Borja y me he dado un homenaje con unas cocochas de bacalao con judías de gancho que me han alegrado el día.
Como decía, aparte de los desayunos, he seguido frecuentando La Pubilla, pero habitualmente a la hora de cenar, ya que es un muy buen lugar para ir con los amigos: la comida es exquisita y el trato también.
Pero, claro, lo que todavía me faltaba por probar era el menú que cocinan al mediodía y que goza de gran fama en el barrio. Cierto es que lo había intentado en varias ocasiones, pero aunque me presentaba muy temprano —ya que un par de días a la semana cojo los ferrocarriles al mediodía en la plaza Gal·la Placídia para ir a Sant Cugat— siempre había sido imposible, pues el restaurante está siempre a rebosar, especialmente el jueves, que es el día que ofrecen el arroz, con el que son unos verdaderos especialistas cocinándolo de diferentes formas, como el arroz caldoso de bogavante, el arroz de marisco, pulpo, secreto de cerdo ibérico o de verduras.
Este jueves me he presentado en La Pubilla antes de la una a ver si encontraba un hueco y, finalmente, podía probar el menú semanal del mediodía. Dicho y hecho, en pocos minutos ya estaba sentado en la barra de cara a la pared con el menú de papel en una mano y una copa de Priorat en la otra, disfrutando del momento.
Me atiende Irene, siempre tan amable y efectiva, da gusto. El local —como digo— está lleno a rebosar, y en él se respira ese ambiente de casa de comidas de toda la vida, donde la gente habla gritando sin dejar de masticar y los aromas fluyen de la cocina, alimentando la mente pero también el espíritu. Alexis Peñalver, propietario de La Pubilla, hace casi quince años que abrió el restaurante, llenando el local cada día de la semana, mayoritariamente con clientes del país —que se dice pronto—, ofreciendo cocina catalana sin complejos y evitando nuevas modas pasajeras que otros restaurantes no dudan en ofrecer, adaptándose a las manías de los turistas y olvidando, así, esa cocina tan nuestra que entre todos deberíamos intentar mantener si ciertamente la queremos conservar.
Pues bueno, vayamos al tema. Me traen un asado de zanahorias con pesto de albahaca, pecorino y aceite de tomate seco que me apacigua el hambre, me trago el vino y pido otra copa. Ya más tranquilo, saboreo el arroz de costilla con chips de alcachofa y alioli de ceps que, según mi criterio, es un arroz perfecto. Josep Pla nos recuerda en El meu país: "En términos generales, el arroz de nuestro país no sería tan arroz si no tuviera por base un sofrito. Pero, sofritos, hay de muchas formas. Un sofrito puede ser una obra de arte y puede ser una improvisación frívola, infantil, impremeditada y chapucera". Pues eso, una obra de arte.
De postres, como una naranja preparada; es un placer no tener que pelarla. Feliz y bien lleno, me acerco al mercat de la Llibertat a comprar algo para cenar, quizás unos guisantes del Maresme, ahora que empieza la temporada.