Salgo de la redacción pasadas las dos del mediodía y me dirijo sin prisas al barrio de Hostafrancs para probar, según me cuentan, uno de los menús más competitivos de la ciudad en el Rebost d’Hostafrancs, una joya oculta en el distrito de Sants-Montjuïc, a tan solo un par de calles de la Fira de Barcelona.
Carlos Enzinas abre el primer restaurante junto con su hermano José Luis y su primo Miguel en 1998. Años más tarde —y debido al éxito del local, que se les queda pequeño—, deciden en el año 2015 abrir el actual Rebost d’Hostafrancs. Por lo tanto, estamos ante un restaurante relativamente nuevo, pero con un bagaje de casi treinta años ofreciendo lo mejor de la cocina tradicional catalana.
Abren todos los días del año y sus desayunos de tenedor y menú de mediodía son muy conocidos en el barrio, lo que a veces provoca colas en la entrada de local en hora punta. Hay que decir, no obstante, que son extremadamente eficientes y, a diferencia de otros locales, la cola siempre avanza a buen ritmo, no os preocupéis. Por la noche no abren, pero si algún cliente necesita organizar una cena un día puntual y son un grupo de más de veinte personas, le abren el local sin problemas.
Carlos me comenta que mayoritariamente trabajan con vecinos del barrio de toda la vida, muchos de los cuales son de edad avanzada y personal de las oficinas de los alrededores. Fidelizan a la parroquia con su cocina impecablemente elaborada, pero también con el buen trato que dispensan a todo el mundo, que hace que uno se sientan como en casa.
Me llega un plato de lentejas humeando que reanimarían a un muerto, igual que el vino de la casa, que no está nada mal, aunque la segunda copa la mezclo con gaseosa por si acaso. Las lentejas las traen de Salamanca y las encuentro especialmente sabrosas y tiernas a partes iguales, pues se aprecian muchas horas de cocido. Dejo el plato bien limpio porque se lo merecen.
Los días más animados en el Rebost son los miércoles, cuando hacen la paella, y los jueves, cuando hacen los canelones. Antes, los viernes de invierno preparaban escudella i carn d’olla, pero presentar bien la carn d'olla al cliente les daba mucho trabajo y dejaron de hacerla. Hay que tener en cuenta que, según el día, sirven casi doscientos menús diarios. Los domingos, la clientela tira de carta y los platos más solicitados son los arroces y las paellas.
Los chipirones de playa salteados son una delicia, y me tomo mi tiempo para saborearlos lentamente mientras contemplo las mesas de al lado, que están llenas de manitas de cerdo, tripa de ternera y capipota con chanfaina. El diablo está en todas partes, dicen.
Para concluir, vale la pena decir que la continuidad de El Rebost d’Hostafrancs está garantizada y es una buena noticia; así, un hijo de José Luis y otro de Miguel ya trabajan de camareros y están muy contentos con el negocio.
Me levanto de la mesa dejando un trozo de flan en el plato porque llego tarde, y el camarero me suelta —Jefe, ¿no le ha gustado el flan? Y sí, sí que me había gustado. Vuelvo a coger la cuchara —esta vez de pie— y me acabo el flan, lamiendo la cuchara, bajo la atenta mirada del camarero, que sonríe sin decir nada.