Esta es una historia real que puede contener trazas de ficción, pero, sin embargo, toda la ficción posible que pueda contener tiene fundamentos basados en la realidad. O eso dicen. Estamos en Pinós a principios del siglo XVI, concretamente en 1505. Las crónicas de la época dicen que la peste negra hace décadas que asola Catalunya, reduciendo notablemente la demografía del país y afectando especialmente zonas concretas del interior. Una de ellas, Solsona y sus alrededores. La leyenda dice que una mañana, un vecino de Matamargó llamado Bernat Casas y que iba hacia Biosca se detiene para rezar en el Santuari de Pinós, construido por los templarios en 1312 y gestionado desde entonces por monjes hospitalarios. Según dicen, en medio de su oración, al joven campesino se le aparece la Virgen para preguntarle cómo va la peste en toda la comarca. Él, sorprendido, le dice que la enfermedad parece no tener traba y que la gente de la zona está perdiendo la fe, por eso ella le propone la construcción de una iglesia por alabar a Dios y su madre. Según dice el Tribunal eclesiástico, la aparición es cien por cien verídica y, efectivamente, se construye la actual iglesia de Santa Maria de Pinós y el Hostal del Santuari de Pinós, inaugurado el año 1524. Es decir, el próximo año hará cinco siglos.
A pesar que el Libro Guiness diga que Can Culleretes (Barcelona) es el restaurante catalán más antiguo, el Hostal de Pinós es el restaurante más antiguo de Catalunya que no ha cerrado nunca las puertas, según dicen los responsables del establecimiento. Lleva abierto ininterrumpidamente desde 1524, cosa que lo hace especial automáticamente, ya que en Catalunya hay miles de restaurantes, pero convendremos que encontrar uno que ya sirviera platos en los tiempos del rey Carlos V o de la Guerra de los Segadores es curioso. Que este mismo restaurante, además, se fundara gracias a una aparición mariana le da un punto todavía más único. Pero por si todo eso fuera poco, resulta que el Hostal de Pinós se encuentra exactamente a escasos metros del centro geográfico de Catalunya, según dice el Institut Cartogràfic de Catalunya. Es decir, que el restaurante más antiguo del país fue inaugurado gracias a la Virgen y está en el kilómetro cero del Principat. Si los mejores gurús del marketing se agrupan para trabajar el branding de cualquier local, diría que ni en el mejor de sus sueños serían capaces de generar un storytelling tan potente como el del Hostal de Pinós, al que por suerte no le hace demasiada falta nada de todo eso para tener lleno casi cada día, según dicen.
Cansado de oír decir tantas cosas y, sin embargo, terriblemente interesado por Pinós, un día decidí ir. El Santuari está perdido donde Judas perdió la alpargata, a casi mil metros de altura y más o menos entre Calaf y Solsona. Al llegar, el viento era huracanado y el ruido del aire era como oír silbar de forma insistente a alguien invisible, por eso pensé en el bueno de Bernat Casas con los ojos como platos ante la Virgen, pero yo la única aparición que vi fue la de un rebaño atravesando la carretera. Todo muy Yorgos Lanthimos, realmente, aunque yo pensaba más en Raül Garrigasait o Marian Vayreda. Pinós es aquella Catalunya profunda donde los Land Rover cortos son casi un elemento más del paisaje, pensé al llegar delante del Hostal y ver a tres aparcados en la puerta. Dentro, sus conductores, que me parecieron parroquianos habituales del restaurante, hacían unos quintos mientras discutían de no sé qué con el diario abierto y yo me empezaba a fabricar un artículo que habría querido titular "Recuerdos del ultimísimo carlismo".
Como todo lo que sé de las fondas me lo ha enseñado Josep Pla, decidí entrar haciendo la pregunta que siempre hago cuando entro a un hostal donde sirven de comer: ¿"Buenos días, nos daríais un poco de comida"?, dije sobreponiéndome a la voz de Helena García Melero, que resonaba de fondo en una tele que nadie miraba. "¡Por supuesto, siempre que llevéis dinero"!, me respondió una camarera joven mientras yo me quedaba de pasta de boniato. Me dijo que el motivo de su sorprendente respuesta estaba literalmente esculpido en la fachada del restaurante: "Alabat sia lo santíssim sagrament per a sempre/ Veritat és que ostal sense diners no donen res. M i la Immaculada Concepció de Maria Santíssima concebuda sense màcula de pecat original. L'any 1677 [Alabado sea el santísimo sacramento para siempre/ Verdad es que hostal sin dinero no dan nada. M [signo mariano] y la Inmaculada Concepción de Maria Santísima concebida sin mácula de pecado original. El año 1677]", se puede leer en el dintel de la puerta, justo encima de un folio plastificado y enganchado con adhesivo al cristal del Hostal, donde está el horario del establecimiento escrito con tipografía Comic Sans y, al lado, otro folio plastificado que viene a ser la historia documentada del lugar.
Es una especie de eje cronológico muy bien dibujado a mano y firmado por los "Niños y niñas de la escuela de Ardèvol". En él, según dicen los escolares, hasta el año 1677 el Hostal solo ofrecía comidas a enfermos, peregrinos y trotamundos, pero a partir de finales del siglo XVII abre el negocio al resto de ciudadanos. Dicen, también, que en 1836 pasa a arrendatarios particulares, que en 1957 lo compra Joan Torra y que desde el 2019 su hijo Miquel es el propietario. Como curiosidad, mientras hago una fotografía con el móvil veo que el gráfico también dice que en 1958 el teléfono llega por primera vez a Pinós. Al lado de esta especie de entrada de la Wikipedia hecha por excelentes alumnos de Primaria está escrito, también, el menú. Ensalada de queso, patatas con bacalao, espinacas con garbanzos, xató, escudella con albóndigas o fideos a la cazuela de primeros; redondo de ternera, manitas de cerdo, cordero a la brasa, churrasco con patatas y butifarra con alubias de segundos, aparte de muchos platos a la carta. Gastronomía tradicional, sin pretensiones y honesta. Cocina de fonda. Platos que no distan demasiado, poco más o menos, de las recetas que ya escribía Fray Francesc Roger en su libro Arte de la cocina allá por el siglo XVIII.
Dicen que comer en un lugar mariano donde la Virgen recoge la advocación de Virgen encontrada convierte cualquier comida en un festín sagrado, pero humildemente tengo que decir que con Virgen o sin Virgen, la escudella con albóndigas que escogí de primer plato me trasladó automáticamente a un estado radicalmente celestial, y no lo digo solo porque la ventana del Hostal tenga una vista privilegiada sobre hectáreas y hectáreas de campos, prados y un horizonte en definitiva inalcanzable, como el firmamento. Como todo me había tocado la fibra mística, pedí un poco de cordero a la brasa de segundo, quizás porque estudié a los jesuitas y desde pequeño tengo clavado en la memoria el sacrificio de Isaac que me tocó empollar para un examen de Religión sobre el Antiguo Testamento. Dicen que finalmente el hijo de Abrahán no murió porque un ángel de Dios lo detuvo, y en vez de su hijo sacrificó un cordero.
He visto morir muchos corderos, ya que tengo la suerte de ser de un pueblo que tiene una de las mejores carnicerías ovinas del país y me considero un tiquismiquis en la materia, pero tengo que reconocer que aquel cordero a la brasa del Hostal era divinamente bueno, por eso al acabar la comida, mientras rebañaba los postres de músico con moscatel, recordé que con más o menos trazas de realidad, todo lo que había oído decir del Hostal de Pinós era verdad: dicen que es un restaurante con historia, divino y céntrico, pero es que además se come de maravilla. En estos tiempos de Tripadvisors y reseñas asesinas en Google, seguramente no hay mejor milagro que este: llevar cinco siglos sirviendo platos a la gente que un día pasa por el Santuari, sea en busca de la Virgen o en busca del centro radial del país, y hacer que cuando vuelvan a casa no tengan ninguna duda en decir que Pinós es especial. Muy especial. Y eso, por fin, es una cosa que ahora ya puedo decir también yo.