Ahora hace unos meses, mi compañero de sección Víctor Antich escribió sobre la jubilación del mítico Juanito Bayén, entonces propietario del bar Pinotxo de la Boqueria, que "con su adiós se va toda una generación y muchas horas de barra, vivencias, deseos y sueños", y que "por suerte, el relevo (del bar) queda garantizado con su sobrino Jordi y familia". Sin embargo, la cosa no ha acabado exactamente así. Dado que el Juanito, en un giro de guion digno de Juego de tronos, decidió traspasar el negocio sin comunicárselo y consumar así una revancha posiblemente gestada a fuego lento durante muchos años. En cualquier caso, dejando de lado este polémico traspaso en boca de todo el mundo, hoy querría referirme, estirando el hilo de mi compañero de sección, al futuro de la Boqueria. Y para hacerlo, añadiré que con la muerte del Juanito, y con el permiso de los últimos auténticos paradistas como la pescadería de Cristina y Pedro o Bolets Petràs, la Boqueria ha muerto definitivamente. Y de paso, que la comitiva con el cuerpo de Juanito hasta la órbita de la parada 465 ha consumado también el entierro del que ha sido el mejor mercado de Catalunya, indudablemente.
Esta tendencia al alza, generalmente asociada a una "estetización" exagerada de los productos alimenticios, ha calado especialmente en los mercados tradicionales de la mano de la también llamada turistización
Para estirar el chicle de mi contundente afirmación, permitidme ahora remontarnos al día 5 de octubre de 1979, momento en que el poeta Joan Brossa llegaba a la Boqueria en el marco de una acción performativa bautizada como Ruta Antiturística. Entonces, todavía algunos años antes del terremoto olímpico, (me dicen que) la ciudad condal respiraba una decadencia atractiva, talmente como hoy lo hacen las ciudades italianas de Cagliari o Génova. Y que, aunque Mercabarna ya funcionaba, en la Boqueria todavía se podían comprar animales vivos y el mosaico de paradas era, más allá de un icono modernista, la nave insignia de la alimentación barcelonesa.
A la luz de aquel acontecimiento, resulta una ironía el desenlace de todo: quién le tenía que decir a nuestro poeta que este mercado se convertirá algunos años después en punta de lanza de una economía basada en el turismo de masas, y el paradigma de un fenómeno bautizado mundialmente como gourmetización, entendido como una elevación de ciertos productos gastronómicos generalmente ordinarios a un nivel prémium, hasta al punto de convertirlos en un objeto de deseo casi inalcanzable (y de aquí que se identifique popularmente a estos alimentos con la taxonomía o hashtag #foodporn). Esta tendencia al alza, generalmente asociada a una estetización exagerada de los productos alimenticios, ha calado especialmente en los mercados tradicionales de la mano de la también llamada turistización; también conocida como la conquista y colonización de los espacios de interés comunes por parte de los turistas.
Atrapada entre la Rambla y el barrio del Raval; entre la alfombra roja para los turistas que llegan desde el Puerto y las jeringas ensangrentadas por los narcopisos, la Boqueria se volvió tan inaccesible para los barceloneses como atractiva para los inversores turísticos
Sobre el fenómeno de la gourmetización, podéis encontrar más información al respecto en el dosier sobre "gentrificación, privilegios e injusticia alimentaria" publicado por la fundación Fuhem-ecosocial; donde, y no es casualidad, también se cita algo que sucedió en el ámbito de la ciudad justo después de la acción brossiana: "Desde los años ochenta, cuando ya se vislumbraba el declive de comercio de proximidad y de barrio, el Ayuntamiento de Barcelona inició un programa de desarrollo de los mercados que el propio Institut Municipal de Mercats de Barcelona (IMMB) después bautizó el modelo Barcelona, y que se compone de varios elementos como la reducción del número de paradas, la instalación de un supermercado dentro del mercado, la promoción de restaurantes o el establecimiento de un aparcamiento dentro del edificio". Y actualmente, cualquiera que se pasee por el mercado de la Concepción, de Sant Antoni o de Santa Caterina puede saborear los resultados formales y vivenciales de esta transformación, con más o menos satisfacción.
No obstante, la suerte de la Boqueria se ha convertido en otra. Atrapada entre la Rambla y el barrio del Raval; entre la alfombra extendida para los turistas que llegan desde el puerto y las jeringas ensangrentadas por los narcopisos; la Boqueria se volvió tan inaccesible para los barceloneses como atractiva para los inversores turísticos. Y sin ir más lejos, antes de morir, Juanito del Pinotxo traspasó el local a una empresa de nombre Restaurante Egipcio SLU. Y con eso lo he dicho todo. Así pues, descansa en paz camarero querido. Y descansa tú también, querida Boqueria. Allí donde estéis.