Paseando por la calle Baluard de la Barceloneta, nos encontramos la mítica Cova Fumada, una bodega familiar de las de antes que no tiene ningún letrero en la puerta ni falta que hace, pues los parroquianos ya la conocemos y los guiris, desgraciadamente, también. Pues bien, en este local emblemático se inventó hace más de setenta años la primera bomba, una pelota de patata rellena de carne y rebozada con salsa picante por encima. Las gruesas puertas de madera que atraviesas al entrar en el local te transportan irremediablemente a tiempos pasados: a la izquierda te encuentras la barra de mármol blanco marcada con lápiz por todas partes con las cuentas de los clientes y siempre llena de alcachofas a la brasa, mejillones con mayonesa, buñuelos de bacalao, cortes de calamar, pulpo y, cómo no, las famosas bombas; detrás de la barra tienen una nevera antigua de madera con el motor elevado sobre la puerta que da a la calle desde la barra; y enganchadas al techo veo las botas de vino centenarias llenas de vino de Gandesa llenando los vasos de los sedientos sin descanso.
Frecuento la Cova desde hace más de treinta años. Entonces estaban Magí Soler y su hermano Josep Maria detrás de la barra, su madre siempre en la cocina con las bombas arriba y abajo y su padre departiendo con la clientela. Abrían de lunes a sábado todo el día. Ahora, la cuarta generación que regenta el local ha optado por la conciliación familiar y abren a las 9 y cierran por la tarde, el sábado no abren. Otra cosa que ha cambiado es la clientela, antes fueras a la hora que fueras la parte importante de la parroquia era del barrio, alguna pareja de Barcelona y en contadas ocasiones veías a un turista despistado. Lo que no ha cambiado, por suerte, es la fórmula magistral de la bomba, manteniendo la calidad, el sabor y la textura, y dejadme que os diga, es difícil que una elaboración artesanal mantenga inalterables sus características, porque son muchas las variables para conseguir siempre un resultado idéntico.
Si queréis ser bien atendidos, la mejor hora para hacer una bomba en la Cova Fumada es entre el desayuno y la comida, la franja que va de las 10:30 a las 12:30. Fuera de aquí resulta prácticamente imposible acceder cualquiera de los días de la semana, es lo que pasa cuando un local muere de éxito. Así pues, llego a las 10:30 en punto, y efectivamente el local está medio vacío: cuatro vecinos por aquí, cuatro vecinas por allí, ningún turista a la vista, la cocina funcionando sin cesar, donde ves a Guillem, cuarta generación del fundador e hijo de Magí Soler, que va salteando pulpo con una mano mientras gira tostadas del fuego con la otra, preparándose para el tsunami diario. Me saluda Laura, prima de Guillem e hija de Josep Maria Soler, y apenas verme canta a la cocina “pulpo y media tostada con alioli” desde la barra. Se escucha “Oído”, mientras me abre un quintito y escoge una bomba poniéndole las dos salsas encima, picante y alioli y ofreciéndomela con una sonrisa.
Siempre que piso la Cova o cualquier templo sagrado como Can Vilaró, el Gelida, el Tomàs de Sarrià, el Quimet del Poble Sec, el desaparecido Pinotxo que por suerte volverá a abrir puertas pronto en el mercado de Sant Antoni, o el Quim de la Boqueria entre otros, pienso que soy muy afortunado. Barcelona haría bien preservando locales como estos que forman parte de la ciudad, pero también de nosotros mismos. ¡Larga vida a la Cova! Y a la bomba, por supuesto.