El pasado 18 julio el mundo se levantó con una noticia palpitante: después de tres meses a la deriva, el australiano Timothy Lyndsay Shaddock y su perra Bella fueron rescatados por un barco de la atunera Tuny en pleno océano Pacífico.

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Timothy Lyndsay Shaddock / Foto: AFP

Tal y como han informado varios medios de comunicación, su pequeño catamarán de nombre Aloha Toa partió de Baja California, México, el pasado mes de abril en dirección a la Polinesia Francesa. Y, según relata en El País el señor Antonio Suárez Gutiérrez, el presidente de origen español de Grupomar, propietario de la empresa Tuny -entre otras marcas de atún en lata-, una fuerte tormenta provocó "dos casualidades nefastas": por una parte, la embarcación se quedó sin vela ni motor. Y, por la otra, también perdió los equipos electrónicos.

En esta situación, imagino que intentar construir algo parecido a una vela y una pala de timón con alguno de los objetos tirados en cubierta y de plantearse avanzar hacia tierra firme guiándose con un sextante o simplemente apuntado hacia el este, se presentó como una quimera. Y en este sentido cualquier comparación con la expedición Kon Tiki, donde en 1947 seis tripulantes atravesaron el Pacífico sobre una balsa fabricada con nueve troncos atados con lianas -sin clavos- y una vela de algodón, resultaría inadecuada. En todo caso, lo que me ha llamado la atención sobre el susodicho náufrago es la respuesta del presidente susodicho a una pregunta del susodicho diario: "Por qué creéis que este naufragio se ha hecho tan famoso"?. Su respuesta: "Por la modernidad".

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Antonio Suárez Gutiérrez / Foto: Forbes México

La modernidad. Qué gran concepto para explicar que una noticia como esta haya impactado gratuitamente en el universo de millones de personas. Imagino que el argumento del Sr. Tuny tiene que ver con la tecnología de última generación que utilizan sus barcos para localizar bancos de atunes, que no náufragos. O por los algoritmos digitales que saben que cualquier información relativa a un náufrago nos genera una suerte de excitación mental que hace que cliqueemos sin dudarlo en la noticia.

Esta empresa produce un millón de latas de atún amarillo al día y abastece en un 35% el mercado interno mexicano, donde se utiliza básicamente para la preparación de las tostadas de atún

No obstante, me vienen otras teorías, incluso alguna de conspirativa, sobre este tsunami mediático: la oportunidad de un lavado de imagen de la empresa Tuny así como de la reputación de su propietario, después de que los últimos años hayan aparecido varias acusaciones con relación a la adición no declarada de soja en sus latas -todavía que una porción poco significativa en comparación con otras empresas del sector-, o en una serie de misteriosas desgracias, como por ejemplo, el incendio durante la última década de cuatro de sus embarcaciones millonarias, con centenares de miles de litros de diésel y otros productos químicos tirados directamente en el mar.

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Incendio del barco María Victoria / Foto: Seafood Media

"Intenté encontrar la felicidad dentro mío, y encontré mucha, solo en el mar"

Ante de este escenario, alguien podría imaginar y sería del todo comprensible que lo hiciera, que todo ha sido fruto de un montaje; o, dicho de otro modo, de una campaña de marketing al servicio de un hombre poderoso con tentáculos en ambos lados del Atlántico (ha sido condecorado con la Orden del Águila Azteca por el presidente mexicano Ernesto Zedillo, y es jurado de los Premios Princesa de Asturias, entre otras distinciones importantes). Con relación a esta perspectiva desbaratada, vale a decir que las declaraciones sobre la felicidad de Tim Shaddock justo después de ser rescatado, con la gorra de Tuny puesta son, sencillamente, conmovedoras: "Intenté encontrar la felicidad dentro mío, y encontré mucha, solo en el mar".

Y, para acabar de adobarlo, el hecho de que un miembro de la tripulación de Maria Delia, el barco protagonista del rescate, adoptara la perra Bella (que no podía acompañar a su dueño de retorno a Australia), provoca que todo adopte una épica cinematográfica; pero a diferencia del final trágico de la pelota Wilson, la cual se pierde en la inmensidad del océano, en esta ocasión la mascota sobrevive y retorna felizmente a su país. En cualquier caso, cada vez que el rescate de un náufrago ha aparecido en escena, las malas lenguas siempre han encontrado lecturas atornilladas sobre estos "milagros". En este sentido, el caso más extremado fue el rescate de tres pescadores de tiburones mexicanos que el año 2006 sobrevivieron hasta nueve meses al océano Pacífico, y, una vez en el suelo, tuvieron que afrontar las preguntas de una multitud de periodistas que les acusaban tácitamente de narcotraficantes, de caníbales, y de irrumpir casualmente en un momento trascendental de crisis postelectoral.

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El pescador y nuevo dueño de la Bella / Foto: Milenio

En cuanto a nuestro náufrago del día; es presumible que Tuny y el señor Antonio Suárez Gutiérrez salgan beneficiados de esta peripecia; si hoy en día la empresa produce un millón de latas de atún amarillo al día -de atún claro- y abastece en un 35% el mercado interno mexicano, donde se utiliza básicamente para la preparación de las tostadas de atún, intuyo que de aquí poco estas cifras se habrán engordado sobradamente. Sea como sea, a la luz de esta noticia me pregunto qué pasaría si una empresa como Balfegó, que captura atún rojo en aguas del Mediterráneo y las arrastra posteriormente a sus granjas de engorde situadas en la Ametlla de Mar, rescatara una embarcación de náufragos; ponemos por el caso, una patera de africanos. Quién sabe si la cosa no acabaría con un boicot.