Desde Catalunya, Australia suena como una idea abstracta, casi como lugar conceptual. Sin embargo, desde Australia, Catalunya o España suenan como un sitio más de aquellos que se visitan casi de paso en algún viaje por el Viejo Continente; tan solo un trozo de tierra en algún lugar de Europa, cerca del Reino Unido, pero también de Francia e Italia. En Sydney, por ejemplo, donde hay champán o queso francés en cada esquina y la escena gastronómica está dominada por los restaurantes italianos (con Lamborghinis, Ferraris o Maseratis que van de aquí hacia allí, constantemente), cuando no rallan trufa blanca del Piamonte rallan negra del Perigord. Y, dejando de lado su amor por los productos autóctonos -incluida la trufa de Tasmania-, el hecho es que la gastronomía de ambos países marca el día a día de la Australia más exclusiva. Pero con relación a España y Catalunya, salvo algún restaurante anecdótico como en el que trabajo, nada de nada.

El Bulli Sydney
El Bulli, de Sydney, en venta / Foto: Joan Carbó

No obstante, años atrás la cosa fue bien diferente. En el corazón del Center Business District, conocido como el CBD, que es el centro neurálgico donde hay los edificios más emblemáticos de la ciudad (como la Ópera, la Torre o el Puente) y donde el año 1788 desembarcaron los ingleses para arrebatar el paraje a los aborígenes australianos, hubo durante los años setenta y ochenta un barrio conocido como The Spanish Quarter con grandes restaurantes de nombres tan folclóricos como el Don Quijote, la Casa Asturiana o el Capitán Torres. Sus propietarios, sin embargo, que como tantos otros españoles habían emigrado a Australia durante la dictadura, retornaron a sus respectivos pueblos (eso sí, con los bolsillos llenos). Y de esta manera su huella y la oportunidad de que las culturas de España se integraran en la idiosincrasia cosmopolita de Australia se esfumó del país 'Aussie'. Actualmente, diría que la comunidad española va nuevamente in crescendo, sobre todo a partir de los jóvenes que llegan para estudiar y consiguen quedarse (creedme, no es un camino fácil). ¿Pero, y en relación con la gastronomía?

En todo caso, si alguna cosa sabrosa genera la palabra 'España' en la mente de un australiano o australiana, esta es indudablemente una paella

En primer lugar, a falta de restaurantes, España desembarca en el país de los canguros a través de los productos de exportación de alta calidad. Por ejemplo, las importaciones de vino español generan un impacto de unos 9 millones de euros (aunque una limosna, si los comparamos con los 55 millones del vino italiano o a los 166 millones del vino francés). Y, ciertamente, el jamón de bellota tiene cada vez un mejor recibimiento, aunque está determinantemente prohibido importar las patas de jamón enteras y eso le resta el glamur de tener que cortarlo manualmente. Con relación a las conservas, vale a decir que las anchoas del norte de España, especialmente las de Cantabria, como Angelachu, y la retahíla de marisco que se envasa desde Asturias hasta Galicia, tiene un futuro prominente.

Y, de la misma manera, las olivas, sobre todo la variedad gordal, han conseguido aterrizar en la isla más grande del mundo de la mano de importadoras destacables como Mate in Spain. En todo caso, si alguna cosa sabrosa genera la palabra 'España' en la mente de un australiano o australiana, esta es indudablemente una paella. En concreto, una paella enorme, abarrotada de chorizo y preparada en algún mercado de fin de semana por alguien que en el mejor de los casos ha crecido comiendo "arroz con cosas".

Si la paella fuera francesa o italiana, como mínimo en Australia, ni los ingleses ni los franceses la prepararían con un ingrediente tan popular como el chorizo

Jaime Oliver
Jamie Oliver / Foto: Getty Images

Sobre el debate inherente a esta cuestión, quiero decir, al hecho de si la paella tiene que llevar o no chorizo, se ha dicho y escrito prácticamente todo. Indudablemente, el detonante de esta polémica fue el chef y presentador de televisión inglés Jamie Oliver, quien, el año 2016, propuso una paella con este embutido de origen ibérico y, por lo cual, recibió incluso amenazas de muerte. A partir de aquel suceso, varios historiadores, gastrónomos o medios de comunicación se interesaron rigurosamente sobre el tema y finalmente le dieron la razón, dado que ya desde el siglo XIX, a la paella valenciana se le ha añadido chorizo (aparte de rata de agua o anguila).

En cualquier caso, el trasfondo de esta publicación es otro y guarda relación con la siguiente reflexión: si la paella fuera francesa o italiana, como mínimo en Australia, ni a los ingleses ni a los franceses la prepararían con un ingrediente tan popular como el chorizo, sino que importarían expresamente en avión lo mejor de cada casa (desde los caracoles de mar de Burdeos a las gambas rojas de Mazara, por cierto, idénticas a las de Palamós), con el único objetivo de hacerla pagar tan cara como sea posible y, de rebote, impartir una imagen de excelencia en torno a su patria original. Y, todavía más, si la paella fuera francesa o italiana, esta solo podría combinarse con algún vino francés o italiano, y cualquier intento de casarla con cualquier otro vino -incluso australiano- o con alguna bebida de segunda categoría como la cerveza, sería como atentar contra la torre Eiffel o el Coliseo romano, respectivamente.

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Luis Rubiales / Fuente: Europa Press

En resumen, después del ridículo de España a raíz del beso de Luis Rubiales durante la celebración del Mundial de Fútbol Femenino en Australia, con relación al cual la policía de New Sud Wales (o del estado de Sydney) ya comunicó que colaboraría con las autoridades españolas en el que hiciera falta, cada vez que en algún mercado de fin de semana, ponemos en el parking de una escuela de Sydney, de una paella enorme de color amarillo fosforescente se desprenden efluvios de chorizo, España, pero también Catalunya, reivindica su condición geopolítica de país de pandereta.