Hay lugares donde hacen ferias de vinos con el fin de enaltecer la autenticidad de la región y hay otros, en cambio, que hacen ferias para sentirse un territorio más guay. Sin duda, el ViJazz Vilafranca entra en la segunda categoría, ya que es una feria en el cual, durante un fin de semana, la capital del Alt Penedès se convierte en la descripción de una app de citas que ella misma soñaría tener en caso de que existiera un Tinder de ciudades. "Soy auténtica, amo el vino y me gusta escuchar jazz", diría.
Como todos los perfiles de Tinder, sin embargo, la apariencia sería más falsa que ir por el mundo diciendo que riesling o pinot noir son variedades autóctonas del Penedès, cosa que desgraciadamente pasa. Con o sin ViJazz, si Vilafranca fuera realista y sincera tendría que presentarse diciendo que "Soy egocéntrica, en las barras de Festa Major todo el mundo bebe cerveza y musicalmente soy universal gracias a Inadaptats", pero ya se sabe que en el siglo XXI es más importante el marketing que la sinceridad. En este sentido, el ViJazz hace más de una década que cumple a la perfección su buen propósito: ni que sea durante cuatro días, convertir Vilafranca en una arcadia refinada, culta y hedonista en el cual todo el mundo bebe vino y escucha jazz.
El día que Vilafranca mea vino con olor de colonia
¿Qué es el ViJazz Vilafranca? Si lo pudiéramos definir con un eslogan, quizás diríamos que es más que una feria y menos que un festival. Si nos ponemos cínicos, podríamos decir que es el intento penedesense de hacer un festival de música como los de los pueblos ricos de la Costa Brava, pero en vez de pijos barceloneses con camisa azul cielo o rosa y pantalones beige, en el ViJazz abundan los campesinos de derechas que llevan camisas de cuadros los 365 días el año, de franela en invierno y de manga corta en verano. Si nos ponemos bondadosos, en cambio, se puede afirmar que es la feria de vinos más elegante de Catalunya, ya que fusiona todo el universo vinícola con el universo jazzístico, que no es precisamente un mundo en el cual la gente vaya a conciertos y se ponga a mear por las esquinas.
Durante unos cuantos días, Vilafranca se llena de gente bebiendo vinos que no sabía ni que existían y que escucha música que en otro contexto no escucharía nunca, ya que cada año el ViJazz apuesta por un cartel artístico de altísima calidad repleto de nombres ilustres del jazz y músicos de un talento infinito. Este año está Marcus Miller el domingo, por ejemplo. Nombres conocidos, eso sí, seguramente por el mismo número de penedesenses que votarán el PACMA en las elecciones generales que vienen. A pesar de ser claramente extraordinario, en el ViJazz todo aquello que pasa se vuelve milagrosamente normal y digno de la rutina diaria.
De repente, hay unos días al año en que a la gente del Penedès nos paseamos por la Rambla de Nuestra Señora como si nunca hubiéramos bebido un Jaume Serra Brut Nature de tres euros en una cena con los amigos, como si nunca cenáramos bocadillos de lomo con queso los sábados y, sobre todo, como si nunca hubiéramos escuchado Iron Maiden o Chimo Ballo. Salimos de casa y nos emperifollamos para ir al ViJazz con una idea clara: comportarnos como unos sibaritas del vino, hablar como si solo nos interesara la cocina de creación y dejar claro que, cuando vamos en coche por la autopista, escuchamos siempre Chet Baker o J. J. Cale.
No es fácil, sin embargo, mantenerse firme tantas horas con este tipo de postureo. Vas paseando por los stands de las bodegas, te encuentras a un conocido y aunque estudiaras Fisioterapia, INEF o Engiñería Mecánica, tienes que dejar claro que, en realidad, puedes hablar de vinos como si tuvieras un master de enología. Lo sabe todo el mundo y es profecía: en el ViJazz la gente va con frases comodín que se guarda bajo la manga y suelta en cualquier momento. Sin ir más lejos, ayer mi mecánico de confianza, cuando me lo encontré, me dijo que el sauvignon blanco que estaba bebiendo "le recordaba los vinos de las bodegas jóvenes de Nueva Zelanda".
Yo tenía más interés en preguntarle como narices puedo cambiar el fusible de la luz de delante de mi Qashqai, que ya hace un mes que la tengo fundida, pero claro está, la conversación era tan elevada que tuve que sacarme de la manga una respuesta a la altura. ¿"A si? No lo he probado, no", le dije, "pero me gusta mucho como trabaja esta bodega. Me gustan, sobre todo, los tintos que hacen con maceración carbónica". Después de eso ya nos pusimos a hablar de si Mbappé fichará o no por el Madrid y todo volvió a la normalidad, ya que mantener el postureo tanto rato cansa más que una jornada entera cogiendo uva en la viña en una vendimia manual.
La democratización del buen gusto
Durante las más de tres horas que me pasé recorriendo arriba y abajo los stands, pude saludar a buenos amigos, bebí algunos grandes vinos e incluso asistí a una gran cata de ibéricos con espumosos organizada por Ametller Origen, mi dealer particular de la droga a la cual estoy más enganchado: la crema de guisantes. A lo largo de la tarde, sin embargo, si de alguna cosa me di cuenta es que el ViJazz, más que un festival de vino y música, es un festín sociológico sin precedentes. Vilafranca es una ciudad llena de gente como yo que hasta no hace mucho creíamos que Cotton Club o Blue Note eran los nombres de una colonia de Carolina Herrera, pero yo he visto a esa misma gente repicar los dedos, de repente, marcando el ritmo de la música como hacen los auténticos jazzman. ¡Incluso diciendo "oh, yeah"! cada siete u ocho segundos.
Y más cosas vi, ayer. Por ejemplo, vi señoras mayores|, consumidoras compulsivas de Com si fos ahir y más pujolistas que Marta Ferrussola, diciendo "que bé que toca aquest 'negret'" cuando en el escenario algún artista racializado deslumbró la plaza de Santa Maria con un solo de saxo. Incluso vi a algún crío de veinte años, posiblemente enganchado diariamente al Twitch d'Ibai Llanos, tirando ficha a la chica con quien paseaba y haciéndose el milhombres con la frase comodín perfecta si quieres hacerte el sensible durante el ViJazz: "Oh, sí, es que el jazz es a la música lo que la poesía a la literatura, eh"?.
Es absolutamente maravilloso el cafarnaúm sociológico que puede apreciarse en este festival. Además, de una fidelidad absolutamente extrema con el país. Si la "Catalunya entera" de Pere Aragonès existe, sin duda está en Vilafranca durante el segundo fin de semana de julio, ayer lo comprobé. Es uno de los grandes momentos del año para una de mis tribus sociales preferidas: el quillo catalán no españolizado, es decir, el quillo por el cual Gabriel Rufián daría un dedo a cambio de un voto el 23J. Hace veinte años un servidor les temía, con sus motos trucadas, sus Alpha Industries como uniforme y aquella manera de vacilar que acojonaba con una sola frase, pero como los 'quillos' y los 'punkarras' de principios del siglo XXI éramos gente de vida en la plaza, Xibeca y porros, poco a poco fui dándome cuenta que éramos las dos caras de una sola moneda.
Ahora los 'punkarras' nos hemos tirado al rollo del vino natural y renegamos del ViJazz por ser un festival turbocapitalista e impostado, mientras que los 'quillos' se han hecho adictos al vino blanco fresquito después de haber superado sus adicciones previas a los Red Bull, los Monster y las Steinburg del Mercadona que todavía hoy nunca fallan en la nevera de sus casas. El ViJazz nos reencuentra de nuevo por un día, cada uno con sus contradicciones. En mi caso, bebiendo vinos que quizás no son tan ecológicos, tan sostenibles o tan radicales como los que me gusta beber, y en su caso haciéndose los sibaritas y reproduciendo el comportamiento que años atrás hubieran criticado duramente. Es el ciclo de la vida, seguramente, pero es bonito observarlo y todavía se me llena el corazón de gozo cuando oigo a un quillo catalán pidiendo un "charelito".
Si fuera de Tudela bebería riojita, seguramente, y si fuera de Valladolid bebería verdejito, pero nació en Sant Martí Sarroca, el 1 de Octubre del diecisiete defendió las urnas porque un bueno quillo de comarcas siempre estará dispuesto a enfrentarse a los maderos y ahora es un hijo más de la patria embriagándose con xarel·lo, que es lo que siempre tendríamos que hacer los penedesenses si tenemos un mínimo de amor por la tierra, por los campesinos que la trabajan y por las bodegas honestas que han conseguido que el nombre Penedès sea alguna cosa más que un simple topónimo. Esperar eso, sin embargo, quizás es soñar demasiado, pero es lo que pasa cuando te pasas todo un fin de semana bebiendo vinos y escuchando buena música como la de Alba Careta o Kandance Springs al lado de casa: que te elevas y sueñas. Por eso el ViJazz, seguramente, es sobre todo amar Vilafranca tal como habría podido ser.