He empezado las vacaciones y, aunque todavía estoy del color de la coliflor y estoy encadenada al ordenador acabando flequillos como el artículo de hoy, el airecito que entra por la ventana viene cargado de estrofas del éxito optimista y contagioso de The Tyets del curso pasado, el disco 'Épic Solete': "Un banyito, hora i pico, gazpatxito i repitu". Las notas me hacen mover la cintura y los hombros como si tuviera un muelle bajo el pandero. Doy pena, lo sé, pero estoy sola de manera que me suelto y escribo toda animada porque de aquí a nada ya estaré allí donde hace todo un curso que deseo estar: tumbada sobre la toalla con el sol dejándome inconscientes las ideas, la sal en los labios y la arena de las carrerillas de los niños esparcida por toda mi geografía dérmica.
Y tan pronto como me harte de girarme, zambullirme y mirar con curiosidad malsana los melocotones bien formados que son los culos de los jóvenes y las salchichas que rodean el vientre del vecino, tendré la gran excusa para ponerme las alpargatas en calcaño, el pareo que me trajeron los cuñados del viaje de novios en 1994 y irme a casa porque, ahora sí, ha llegado el gran momento del gazpacho, el hit del verano, que nunca cansa ni atiborra aunque lo bailes siempre. Solo hacen falta, como mucho, 10 minutos, y una buena batidora o robot de cocina para que quede bien fino. Y sacad el "chino" o el colador, que tan fácil como es no podéis dejar cascarillas ni que parezca la piscina de los apartamentos a última hora de la tarde, cuando flotan todo tipo de objetos no identificados. Créeme, cuando hayas hecho el primero no te sabrás porvenir de por qué ayer lo estabas comprando envasado. De hecho, cuando salieron al mercado los primeros tetrabriks, hacia los años 80, pronostiqué un fracaso comercial estrepitoso porque, ¿quién comprará una cosa que es tan sencilla de hacer? Ante el éxito rotundo del producto, constaté que tenía menos olfato empresarial que Elisabeth Holmes en The Dropout.
Os confesaré que el primero que comí yo ya tenía casi 25 años. Y es porque que el gazpacho sea un imprescindible en nuestra nevera en Catalunya es relativamente reciente. No quiero decir que nadie comiera, pero no como si fuera necesario para respirar, como pasa ahora. La expansión del gazpacho es consecuencia del estallido del turismo pero, sobre todo, de la gran inmigración andaluza y murciana de los años 50 y 60. Es un plato que nació en las huertas andaluzas, que se comía a pie de tomatera con las hortalizas que había al alcance y, está claro que en las huertas no había enchufes, por eso se chafaba en el mortero (o majava) o se cortaban las hortalizas y se añadía pan seco a añicos, aceite abundante y vinagre. Era una especie de ensalada basta. Según el Diccionario de Joan Corominas, el origen del nombre es prerromano y es terrible, proviene de "caspa" que significa "fragmento", que es exactamente lo que era el gazpacho primitivo.
La expansión del gazpacho es consecuencia del estallido del turismo pero, sobre todo, de la gran inmigración andaluza y murciana de los años 50 y 60
De hecho, en textos antiguos encontramos escrito "caspacho". El canónico tiene que llevar: tomates muy maduros, pepino, pimiento verde tipo italiano, cebolla, ajo, pan, mucho aceite, sal y un poco de vinagre. Ahora observo que se va reduciendo la cantidad de pepino, pimiento, cebolla y ajo. Incluso se ha bajado la cantidad de pan. De manera que la mayoría de gazpachos son una crema emulsionada de tomate con aceite, sal y vinagre. Ahora hay una moda de compensar la acidez propia del tomate con sandía, fresones o cerezas. Con estas nuevas formulaciones, el gazpacho es más bien una bebida que una sopa fría.
¡Y en este escenario de nuevos sabores, ha entrado en escena el omnipresente y rotundo salmorejo! Es una crema mucho más densa que el gazpacho, de tomate, pan, ajo, aceite y sal. Se acaba con jamón serrano y huevo duro. Sin ninguna base científica, pero con el ojo de quien observa qué come la gente y porque escogen estos platos y no otros, creo que la densidad que hace que se tenga que comer con cuchara (y no bebido) es la razón principal del éxito de esta sopa estos últimos años. Entendemos que densidad no quiere decir pastosidad, sino cremosidad, untuosidad. Yo lo hago de la siguiente manera: tomo pan seco, tomates muy maduros, medio diente de ajo, bastante aceite y sal. Lo dejo toda la noche en la nevera para que el tomate desprenda los jugos y moje bien el pan. Al día siguiente lo trituro, tratando de no añadir nada de agua, pero quizás sí que pongo una pizca más de aceite, hasta que quede bien fino. Yo no pongo vinagre. Lo paso por el colador, rectifico de sal y lo acabo con el imprescindible jamón salado y el huevo duro. Es exactamente como si me comiera un pan con tomate con cuchara. Y eso me hace feliz. Sed felices y cantad muy fuerte: "Un banyito, hora y pico, gazpatxito y repitu".