En la pantalla, un (des)informativo de la One America News Network. Una empresaria y política de extrema derecha, Marjorie Taylor Greene, famosa por sus soflamas conspiranoides, carga contra Nancy Pelosi, la líder demócrata en el Congreso. Desvaría sobre esto y lo otro. Compara la prisión de Washington DC, que recluye algunos de los seguidores de Donald Trump que entraron al Capitolio como toros de Miura disfrazados de búfalo, con los gulags, los campos de concentración para prisioneros políticos de la URSS. A continuación, ni corta ni perezosa, acusa a Pelosi de espiar a los congresistas republicanos, a su personal y a los ciudadanos americanos de bien a través de la infiltración de agentes secretos de la «Policía del Gazpacho» (Gazpacho Police, en spanglish). La legisladora ultraconservadora confundió la Gestapo, la brutal policía secreta de la Alemania nazi, con el gazpacho, la popular sopa fría andaluza; como quien dice Nathy Peluso en lugar de Nancy Pelosi: un inconsciente lapsus linguae, el latinajo que designa los patinazos del habla. La confusión, evidentemente, ha desatado la hilaridad entre telespectadores e internautas que se han hecho eco (y se han echado unas risas) en todo el mundo.
De hecho, no es la primera vez que la congresista defiende una teoría conspirativa de raíz gastronómica: el Pizzagate fue un bulo que asociaba al jefe de campaña de Hillary Clinton, a través de correos electrónicos robados que contenían supuestos mensajes en código, con una red pedófila que realizaba orgías satánicas en restaurantes, con especial predilección por la pizzería Comet Ping Pong de Washington. Según Taylor Greene y sus adeptos, varios políticos demócratas, y otras celebridades cercanas ideológicamente, acudían a estos establecimientos de comida rápida a fin de consumar rituales de sangre, sexo depravado y pizza de pepperoni, como las Tortugas Ninja en Sodoma y Gomorra. ¿Demasiado retorcido para ser verdad? No para el electorado que piensa que la navaja de Ockham es cosa de macarras. Pero, volviendo a los agentes del gazpacho, cualquier estudiante de primero de Freud podría interpretar las palabras de Taylor Greene como un deseo reprimido, que aflora al consciente a través del gazapo lingüístico, de que alguna organización paramilitar ponga de una vez freno a los atentados gastronómicos de los restaurantes yanquis que preparan la sopa española con kétchup, tabasco y jalapeños. También puede ser que sea imbécil, y punto. En cualquier caso, y sin que sirva de precedente, este articulista se ve en la obligación de romper una lanza en favor de esta supremacista del QAnon: existen suficientes concomitancias históricas que relacionan a Adolf Hitler con el plato insignia de la gastronomía andaluza.
Si durante la guerra los nazis iban diariamente de tapeo y copas de Tío Pepe al emblemático Bar Avelino de Sevilla, una vez acabada la contienda europea la protección de las autoridades franquistas, el clima y la gastronomía andaluza hicieron de la Costa del Sol el destino idóneo para refugiar a los esbirros de Hitler
Tio Pepe y tapas de carne picada
A las 7.30 horas del 30 de abril de 1943, fiambrera en mano, un pescador hace acto de presencia, como cada día, en la playa de El Portil, Huelva. Ahí se encuentra con algo inesperado: un cadáver uniformado del ejército británico flotando en la orilla con un maletín, bien relleno de documentos secretos, esposado a la mano. Parece el comienzo de una novela protagonizada por el detective gourmet Pepe Carvalho, pero fue el prólogo del mayor tongo de los ingleses a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Aquel pescador acababa de activar la Mincemeat Operation (Operación Carne Picada), ideada por el MI5 para hacer creer a los espías del Tercer Reich, muy activos en la zona, que las tropas de los Aliados desembarcarían en Grecia y no en Sicilia, como realmente hicieron, ganando de tal modo la guerra en el Mediterráneo. «Se han tragado toda la carne picada», le dijeron por telegrama a Winston Churchill, al darse cuenta de que la Guardia Civil había facilitado la documentación a la Gestapo antes de repatriar el cuerpo. [Para más información, les recomiendo la lectura del libro que escribió el ideólogo de la operación, The Man Who Never Was (Ewen Montagu, 1953)].
Andalucía fue uno de los principales vértices del espionaje nazi durante la Segunda Guerra Mundial a causa de su relevancia estratégica, cerca del paso de Gibraltar, pero también, a fin de mitigar la deuda contraída por Franco con Hitler por su crucial apoyo durante la Guerra Civil, como lugar de abastecimiento de materias primas como el corcho o el wolframio, así como de proporcionar alimentos a los submarinos alemanes amerizados en Cádiz: cítricos, aceite, hortalizas y cereales, los ingredientes esenciales del gazpacho. Si durante la guerra los nazis iban diariamente de tapeo y copas de Tío Pepe al emblemático Bar Avelino de Sevilla, una vez acabada la contienda europea la protección de las autoridades franquistas, el clima y la gastronomía andaluza hicieron de la Costa del Sol el destino idóneo para refugiar a los esbirros de Hitler. Algunos de los oriundos vecinos más veteranos todavía recuerdan haber compartido mesa (y gazpachos, cabe suponer) con «Don Gustavo» o con «Juanito», como conocían, bajo cariñosos nombres castellanizados, a los peores carniceros de Mauthausen-Gusen, altos cargos de las SS o ideólogos del nazismo austríaco. [Para más información, les recomiendo las lecturas de Nazis en la Costa del Sol (José Manuel Portero, Editorial Almuzara, 2021) y Nazis en Sevilla (José Manuel García Bautista, Editorial Absalon, 2012)].
Paul McCartney le explica a Lisa Simpson que al reproducir al revés la canción «Maybe I'm Amazed» se revelará «una receta para una excelente sopa de lentejas»
El gazpacho de la Familia Manson
El Doctor Thebussem, a pesar de que su nombre pueda sonarnos a uno de esos sosias de Josef Mengele que disfrutaron de una plácida jubilación de sol y playa en el litoral ibérico, fue el primer gran escritor gastronómico de la literatura andaluza, en el siglo XIX. Don Mariano Pardo de Figueroa creó su pseudónimo a partir del anagrama de la palabra «embustes», germanizado con la adición de la letra «h». Al contrario que Marjorie Taylor Greene, en cambio, este erudito gaditano no tenía por costumbre el propagar falsedades, sino que se lamentaba de que la receta del gazpacho andaluz prácticamente no aparezca en los libros clásicos de la cocina ibérica, así que le puso remedio: «Májese sal con un diente de ajo, pimiento verde y tomate, todo crudo: agrégesele una gran miga remojada y aceite. Trábese todo muy bien en la hortera; póngasele vinagre y un litro de agua fresca; cuélese por un pasador claro; échense las migas, y á los cinco minutos se puede servir. Este es el gazpacho, clásico y legítimo, que sirve de alimento á casi todos los campesinos de la Andalucía baja, gracias á que sus legumbres, menos esponjosas que en los países donde el agua contribuye más que el sol á su desarrollo, contienen abundante sustancia nutritiva.» (El Gazpacho, 1897) La obra del germanófilo Doctor Thebussem estaría hoy prácticamente olvidada de no ser por Néstor Luján y Joan Perucho, que tanto lo reivindicaron.
La proyección internacional del gazpacho se dio décadas después de la publicación de la receta de Thebussem, gracias a la popularización del vegetarianismo y el veganismo entre los hippies en los sesenta. También, gracias a vegetófagas ilustres cómo Mia Farrow, protagonista de la maldita y satánica película La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968). Una de las pocas referencias al plato andaluz que, hasta el reciente lapsus de Marjorie Taylor, nos han llegado de la televisión norteamericana, tuvo lugar en el capítulo «Lisa, la vegetariana» de Los Simpson. En este episodio, en el que hacen un cameo la pareja Paul y Linda McCartney, Lisa Simpson, la pubilla de la célebre familia amarilla, prepara un gazpacho para tratar de evitar —infructuosamente, porque todo el mundo se reirá de ella— que los invitados a la barbacoa de su padre coman cerdo asado. En el episodio aparecen numerosas referencias a la carrera de Paul McCartney, la estrella invitada. Por ejemplo, el músico le explica a Lisa que al reproducir al revés la canción «Maybe I'm Amazed» se revelará «una receta para una excelente sopa de lentejas». Se parodia así el backmasking, la técnica de grabación consistente en revelar mensajes satánicos en discos de vinilo si estos se reproducen al revés. Aquellos que ven (y escuchan) conspiraciones por todas partes, han atribuido desde siempre el culto a Satanás en las canciones de los Beatles. También, en uno de los fragmentos invertidos que suenan al final del capítulo, se escucha: «Oh, y por cierto, estoy vivo», una referencia a la gran conspiración de la música: el bulo que afirma que McCartney murió en un accidente en 1966, y fue substituido por un doble. Por otro lado, uno de los personajes más entrañables de la serie animada es Milhouse, el amigo de Bart enamorado de Lisa Simson, de nombre completo «Milhouse Mussolini Van Houten». Los creadores le bautizaron así en honor de una combinación de nombres de las personas más malvadas de la historia: Milhouse es el segundo del presidente republicano Richard Nixon, el primer apellido, por el dictador italiano que inventó el fascismo, y el segundo apellido sale de Leslie Van Houten, una de las miembros del clan de Charles Manson (la personificación del mal en los EE. UU., que lleva tatuada una esvástica nazi en la frente y sigue una dieta vegana), que perpetró los asesinatos de Tate-LaBianca, en la casa que alquilaban Roman Polanski y su mujer, dejando una macabra firma, escrita con la sangre de las víctimas, en el frigorífico: «Helter Skelter», el título de la canción más ruidosa de los Beatles. En España, por cierto, el nombre de la canción se tradujo inopinada y gastronómicamente como «Ni crudo ni cocido», tal que una refutación de las tesis de Claude Lévi-Strauss. Charles Manson, obsesionado con la canción, estaba convencido de que su letra profetizaba la inminente guerra racial entre blancos y negros. Justo lo que parecen promover supremacistas blancos como Marjorie Taylor Greene y los búfalos que asaltaron el Capitolio. Esperamos que la Policía del Gazpacho, la única que nos gusta, actúe rápido y encierre a todos los racistas conspiranoicos en un goulash.
Fe de erratas: Disculpen, he confundido gulag con goulash, la tradicional sopa húngara.