En el mercado de la Llibertat hace años que hay un trío formidable que vende pollos y otras viandas: son Isabel y sus dos hijas, Neus y Eva. Bonhomiosas y avispadas, siempre con una sonrisa, charlan con las parroquianas mientras despachan las aves de corral y las carnes con toda la maña de las profesionales del ramo. Magdalena Batista, la madre de Isabel, vino a Barcelona cuando tenía doce años desde Vallclara, un pueblecito de la Conca de Barberà. El marido de su abuela tenía una carnicería en este mercado graciense y se puso a trabajar. Al cabo de poco conoció un escultor tallista con el taller al lado, en la calle Benet Mercadé, y de aquel amor nació, el año 1957, Isabel. Siguiendo la tradición familiar, cuando tenía catorce años, mientras todavía estudiaba, Isabel empezó a hacer horas. En una de las otras carnicerías trabajaba otro joven, Joan, y enseguida empezaron a festejar. El año 1977 se casan y en 1979 cogen un puesto para ellos. Cuando la madre se jubila, en 1988, de los dos puestos hacen uno más grando y se quedan donde están ahora, en la esquina de Oreneta con Benet Mercadé, bajo el letrero Carnicería Joan-Isabel Pollería.
Cuando en el 2007 se inician las obras de remodelación del mercado centenario (inaugurado en 1893) se trasladan a la vecina Gal·la Placídia hasta el 2009, que vuelven al mercado renovado con cámaras frigoríficas, almacenes y climatización —pero también con un supermercado, como si en Barcelona faltaran y tuvieran que ocupar espacio municipal. Desgraciadamente, los mercados municipales barceloneses no son ajenos a la doctrina neoliberal de la privatización de todo lo que sea posible. Isabel dice que las mejoras fueron muy bienvenidas, pero que el horario actual, de mañana y tarde, las tiene esclavizadas. También comenta que ahora los puestos están más lejos los unos de los otros y se ha perdido una pizca de la hermandad de antes, la del roce.
Ir al mercado del barrio no tiene nada que ver con comprar en una gran superficie o en una franquicia de autoservicio: la relación que se establece con las paradistas crea vínculo y hace barrio, las ganancias se reparten entre familias y no sirven para amasar grandes fortunas deslocalizadas. Isabel te puede resolver dudas culinarias y darte consejos de todo tipo, y mientras haces cola puedes charlar con los pasavolantes y compartir recetas, manías y desazones.
Ir al mercado del barrio no tiene nada que ver con comprar en una gran superficie o en una franquicia de autoservicio
Contra la inmediatez destructiva, desarraigada e insostenible de las dark kitchens, de los just eat y de los glovos, bajar al mercado a comprar media libra de garbanzos, un puñado de bacalao y de aceitunas negras, dos tomates, un pimiento y una cebolla para hacerte un buen empedrado en un abrir y cerrar de ojos, por ejemplo. O ir a Isabel, pedirle carne para el caldo y hacer un caldo que llene la casa de rescoldo. ¡Que por muchos años tengamos mercados donde encontrarnos y comprar alimentos para poder cocinar en casa, que por muchos años podamos disfrutar de este pilar de nuestra soberanía alimentaria, fuente de salud y alegría!