Ya ha llegado el solsticio de verano y ahora toca hacer ratafía, que es la época. O ratasia, como decimos por aquí, con ese sonora. El año pasado, a un curso de la Cata de Oficios de la Fundación Planas Corts vino el gran Àngel Portet a enseñarnos (aunque la transferencia eficaz de conocimiento, en este caso, es imposible, porque hace la mejor ratafía del mundo). Bien, de hecho todo el mundo en teoría ya sabe, porque en montaña hacer la ratafía es una cosa seria y epigenética: en casa de la madrina de Albert, casa del Draent de Sisquer, hacían, y ella pasó a las generaciones futuras (sí, en aquellos que suben como los pinos del bosque) la fórmula ancestral, de eficacia contrastada y que calentó el espíritu de herederos y herederas, segundones, jóvenes y pastores, y probablemente también lubrificó las ganas de casarse del abuelo de Albert cuando fue, desde la Sierra de Fígols, a hacer ver que quería comprar un ternero.
Pero ahora que nos hemos hecho mayores seremos más radicales, y este año la haremos de kilómetro cero. Sin ingredientes exóticos ni ajenos a aquello que los metropolitanos dicen 'el territorio': no pondremos, pues, ni anís estrellado, ni nuez moscada, ni clavo de olor, ni canela, ni granos de café. La haremos solo con los elementos botánicos (qué profesional del gin-tonic que suena, eso) que encontraremos yendo del Portalàs de Estamariu al puente del Hosti, del puente del Hosti a campo del Espinalt, del campo del Espinalt al puente del Molino y del puente del Molino cuesta arriba hasta volver al punto de partida, por la Cultia, donde haremos un pequeño rodeo de un centenar de metros por el camino de Santa Maria porque allí encontraremos alguna especie que no habremos visto antes. Es un recorrido de tres kilómetros y pico, que atraviesan paisajes bien diferentes: costas solanas, clapetes de bosque, caminos en la umbría, prados, riberas del río.
Todo el mundo en teoría ya sabe, porque en montaña hacer la ratafía es una cosa seria y epigenética
Como nosotros no somos supersticiosos, no esperaremos por la mañana de Sant Joan, que queda muy bien para romances y canciones, pero que es una mañana como cualquier otra. Se tiene que aprovechar que ha llovido, que el herbaje está esplendoroso y te dice todo el rato «cógeme, cógeme». Como pasa en tantas otras cosas, los prolegómenos son tan o más excitantes que la realización. Los puristas de la ratafía pueden dejar de leer, porque probablemente la elección de plantas que haremos sea heterodoxa o, todavía peor, heréticas, y no querríamos que se estremecieran. Pero esto es lo que es. Intentaremos no poner ninguna que sea tóxica, vigilaremos de no coger de las plantas con que la madre naturaleza intenta exterminarnos con la generación de alcaloides diversos. Por lo tanto, amigos, amigas, no sufrís: no recogeremos la temible tora azul, que es la planta más venenosa de Europa, mortal de necesidad solo con que la toques y te pongas la mano en la boca —pero de hecho, aquí, a media montaña no hay.
Vamos, pues. ¿Qué hemos cogido? No por este orden, pero hemos recogido hisopo. Azahar. Timón. Espliego. Abrótano hembra. Endrinas (que todavía son verdes, pero hace ilusión de poner alguno). Manzanilla. Verbena. Valeriana. Hipérico. Romero. Flor de encina y flor de saúco. Flores de malva, también. Menta y salvia. Hojas de melocotonero (no preguntáis qué propiedades tienen, pero se ponen). Hinojo. Habríamos cogido orégano si hubiera florecido, pero todavía no. Y, quizás, que paramos. ¿No falta nada? Ah, las nueces: el único ingrediente imprescindible. Por suerte, esta primavera loca, que suele quemar todos los brotes tiernísimos de los nogales cuando se cae alguna traidora helada tardía, este año ha respetado los de la Coma. Tenemos, pues, nueces verdes, olorosísimas, cargadas de inositol, derivados flavonoides y vitamina C. Todo lo pondremos a macerar en aguardiente rebajado, con un poco de almíbar de azúcar moreno para que el producto resultante baje más bien. Lo dejaremos descansar los cuarenta días preceptivos, a la intemperie, a ver qué licor delicioso sale. Si eso no es pura alquimia, que venga el sabio Paracels, el beato Ramon Llull, Sant Tomàs d'Aquino o Isaac Newton, ilustres alquimistas, y nos digan que no.