Torà es un pequeño municipio de poco más de mil habitantes de la comarca del Solsonès que limita con la Segarra y la Anoia. Los de mi generación recordamos el pueblo, sobre todo, por las jaranas que se organizaban allí en los años ochenta cuando se programaban conciertos de bandas de rock radical vasco, que llenaban con vecinos de Lleida y de los pueblos de la provincia y que acostumbraban a acabar a hostias —por qué no decirlo— a causa del estado etílico de los asistentes. Pues bien, el otro día, leyendo el nuevo libro del Albert Molins, Esmorzar de forquilla, de la editorial Cossetània —que justamente presentaron la semana pasada en el bar Gelida entre platos de capipota, tripa y tortillas—, vi reseñado el hostal Jaumet de Torà y pensé que quizás hacía demasiado tiempo que no lo visitaba. Pero he aquí que hoy, yendo hacia la Seu d'Urgell y para remediarlo, he parado a desayunar.

Hostal Jaumet / Foto: Víctor Antich

Una vez sentado he descartado el desayuno de payés —con butifarra negra, alubias, tocino, pan con tomate y alioli— y me he centrado en los huevos fritos, la tripa de ternera, las manitas de cerdo guisadas de la abuela Ramona y el rehogado de la Segarra, que es un plato con oreja, morro y manita de cerdo, y me he decidido por unas alubias con butifarra y media perdiz a la vinagreta, que son gloriosas.

Alubias con butifarra. Hostal Juamet / Foto: Víctor Antich

Me ha saludado Jaume Marimón, que es la quinta generación al frente del negocio; ahora, sin embargo, jubilado, aunque echa una mano a su hija, que dirige el negocio actualmente. Hemos comentado que el tema generacional, con la pandemia, ha cambiado mucho: la gente joven quiere más tiempo libre y es imposible encontrar trabajadores que se impliquen. Ahora mismo le falta un cocinero y personal de cocina y sala, pero no encuentra gente dispuesta a trabajar. Ambos hemos coincidido en que antes era más sencillo encontrar personal.

Jaume del hostal Jaumet es la quinta generación al frente del negocio y cree que, si no tienes vocación, mejor dedicarse a otra cosa

Piensa que, si los propietarios están en la cocina, no hay problema de continuidad; pero, en su caso, parte del problema es que el negocio, con los años, creció mucho y necesita mucho personal para poner en marcha la maquinaria. Ahora mismo tiene un comedor y una cocina cerrados para más de trescientas personas. Según él, esta falta de personal que comentamos es debida al hecho de que no se ha dignificado lo suficiente el sector porque ha habido empresarios buenos y malos, y, llegados a este punto, la pandemia ha propiciado que el personal buscara una mejor calidad de vida y no quisiera trabajar en la restauración. Jaumet cree que su trabajo es vocacional: «si no tienes vocación, mejor dedicarse a otra cosa y dejarlo».

Dibujo de Cal Jaumet / Foto: Víctor Antich


Para situarnos, sus antepasados daban de comer a los caballos de los arrieros que hacían parada en sus cuadras, dado que antiguamente tenían bueyes y las cuadras eran muy grandes; entonces cobraban por bozal y estaca, que decían. Curiosamente, a su abuelo le tocaron cinco onzas de oro en la lotería y con este dinero compró los terrenos del actual Cal Jaumet. Con este dinero construyó una cuadra de quinientos metros cuadrados y después otra. Para que os hagáis una idea del tamaño: entre las dos cabían más de cien animales. Su familia ha vivido la Guerra, la posguerra, la pandemia, han tenido incendios, inundaciones; pero Cal Jaumet siempre ha salido adelante y este hecho es el que les da suficiente fuerza para seguir luchando.

Fachada del hostal Jaumet / Foto: Víctor Antich

Por otra parte, hace décadas la situación del hostal era privilegiada y una parada obligatoria. Como hemos dicho, hoy en día todo esto ha cambiado porque el trayecto de Barcelona a Andorra dura tan solo dos horas y los conductores ya no tienen la necesidad de parar a tomar el café o a comer.
Como consecuencia de la falta de personal y de las nuevas rutinas de los transeúntes, en los últimos meses han debatido largamente padre e hijas sobre si alquilar el hostal o no; sin embargo, por suerte para nosotros, de momento han decidido salir adelante y mantener la calidad de siempre en la cocina, pero bajando el ritmo por la falta de los recursos necesarios. Viene al caso recordar los platos que cocinaban nuestras abuelas y madres, porque nosotros —me comenta Jaume— siempre hemos intentado mantener las recetas de nuestros antepasados, pero ahora dividimos la oferta. Aquí entra en juego su hija, que estudió turismo y ha dividido la oferta para clientes con caballos, con motos, con bicicletas y excursionistas en general; todo bajo el paraguas de un establecimiento emblemático, con una cocina tradicional de calidad que te recuerde a los antepasados. Esta semana, por ejemplo, tendrá una treintena de clientes con sus caballos, y la siguiente serán los motoristas los que se instalarán una semana en el hostal.
Cabe decir que muchos de los guisos todavía los cocina Jaume, pero fuera de horas. Aunque está jubilado, dice que lo entretiene y lo ayuda a pasar el día.

Comedor del hostal Jaumet / Foto: Víctor Antich

Recordamos riendo al Sr. Bofarull, fundador del famoso restaurante de Barcelona Los Caracoles, que para desayunar se colocaba al lado de la puerta de entrada para que así lo viera todo el mundo que entraba, y hacía que los clientes en cuestión pidieran lo mismo que comía. Era indudablemente una buena campaña de marketing encubierta muy pionera para su época.
Ahora que tiene bastante tiempo libre, está reescribiendo la historia de Cal Jaumet, pero entrelazando las recetas de la casa; es decir, será un recetario con historias.
Como ejemplo me explica que en Andorra había un tal Filipó que transportaba madera con el camión arriba y abajo y que acostumbraba a parar en el hostal. Siempre iba muy bien vestido, y siempre decía: «madrina, tienes pichón?». Entonces la madrina me decía: «Jaumet, vete con el Sr. Felipó al corral, a ver si hay». El hombre me sostenía como podía mientras buscaba pichones en los nidos del techo, y los llevábamos a mi abuela, que los cocinaba como los ángeles. En este caso, vinculará el personaje y su historia con la receta del pichón.

Rincón de Cal Jaumet / Foto: Víctor Antich

Como anécdota final, después de la Guerra les pusieron una multa por servir el vino en porrón, porque las autoridades decían que era un símbolo de catalanidad. También les hicieron poner un letrero que decía: «la comida será cinco céntimos más barata si no bebes vino». En aquella época los estraperlistas a menudo iban a Cal Jaumet y venían con sacos llenos de dinero, es decir, no llevaban cartera. A pesar del cansancio del viaje, no perdían la energía para comer, beber y jugar a cartas. Siempre decían «madrina, tráenos esto o aquello...». Este, sin embargo, pidió el porrón y le explicaron el tema de la multa. Rápidamente, sacó un puñado de billetes del saco y dijo: «Coge estos billetes, pero que el porrón no falte nunca». Cierto es que muchos años después el porrón no falta nunca en Cal Jaumet, doy fe de ello.