Hay veces que los artículos se te descontrolan, se te escapan de las manos y acaban apoderándose de todo, inesperadamente. Es el caso de esta crónica que acabas de empezar a leer y que nació con la voluntad de ser un reportaje histórico, rápidamente quiso convertirse en una crítica gastronómica, de repente se convirtió en una crónica de sucesos y de rebote, resulta que viró hacia un artículo cultural. Todo empezó hace pocos días, cuando un humilde servidor salió de casa con el único objetivo de ir al Grill Room Bar Thonet de la calle Escudellers, en el Gótico, probar la famosa croqueta de pularda con trufa, acompañarla de unas albóndigas con sepia y hacer cuatro fotos a lo que una vez fue el pequeño Torino, la primera vermutería de la península Ibérica. Tenía el reportaje claro incluso antes de llegar al restaurante, solo me faltaba descubrir si la propuesta gastronómica de Albert Ventura era realmente tan recomendable como había leído, pero de sopetón todo cambió. Fue entrar en el restaurante, atravesar la puerta de entrada y caer en otra dimensión. Concretamente, en agosto de 1925. Allí empezó, en realidad, este artículo.
El primer gran templo del vermú en Barcelona
Empecemos por el principio. A finales del siglo XIX un italiano llamado Flaminio Mezzalama llega a Barcelona con el objetivo de implantar el producto estrella de la empresa para la cual trabaja: el vermú Martini&Rossi. Poco tiempo después, Don Flaminio decide abrir un local junto a la Rambla en el cual solo se sirva vermú y lo bautiza como Torino. El bar se encuentra en la calle Escudellers 8, en una zona rebosante de gente pintoresca y de menestralía autóctona, pero también ligeramente cerca de las zonas más sórdidas del Quinto Distrito. Mezzalama no escatima en nada y encarga al decorador modesnista Ricard de Capmany el diseño de la taberna: arcos de madera, vitrales, pinturas murales, luces ornamentadas, tapices y todo tipo de detalles que, por suerte, todavía hoy se conservan de buena manera. El Torino tuvo tan éxito que rápidamente, poco después, el italiano decidió abrir un segundo Torino al Paseo de Gracia, todavía más señorial y con hombres como Puig y Cadafalch o Gaudí participando en el diseño del nuevo local.
El Torino original, el del Gótico, pasó a llamarse popularmente "Petit Torino" hasta que el año 1916, con Mezzalama ya muerto, compró el bar un tal Pierre Porta, francés, que intuyó rápidamente que la modernidad hablaba inglés y lo renombró como Grill-Room. El año 1925 Porta traspasó el negocio a Jaume Gibert, que decidió mantener Jack Urban al frente del local. Este tal Urban era un austrohúngaro conocido como Mr.Jack y que había conseguido el propósito inicial del Torino: convertir el bar en el epicentro de la noche barcelonesa. Es decir, en el meollo de aquella Barcelona llena de espías y refugiados de la Gran Guerra, de marineros atracados en el Port, de hijos de los burgueses que se han hecho de oro haciendo negocio mientras Europa se desangraba en las trincheras, de los sicarios de la patronal que persiguen sindicalistas y, también, de los militares y funcionarios españoles que desde 1923 reprimen, desarticulan y sofocan toda la obra cultural y política que la Mancomunidad había iniciado. De aquella Barcelona, también, llena de cabarés al Paralelo y casas de citas en el Barrio Chino y el Gótico donde chicas humildes fan senyors. Una de ellas se llama Dolors Bernabéu, es hija de valencianos y la noche del 21 de agosto de 1925 está haciendo unas copas en el Grill-Room precisamente con barceloneses de casa bona a quien la dictadura de Primo de Rivera, ni mucho menos, les ha estropeado la vida. Aquella noche, sin embargo, Lolita, que es como le dicen los amigos, beberá su última copa de champán.
Uno Crims avant la lettre
Por casualidad o no, también yo me pedí una copa de espumoso cuando me senté en el Grill Room Bar Thonet, quizás por eso me pareció ver de repente a Dolors Bernabéu. En teoría había pedido un Mas Candí, de quien además conozco el elaborador, pero cuando me puse la copa en los labios me di cuenta de que aquello no era Corpinnat, o que en caso de serlo, todavía no se llamaba así. Estaba bebiendo champán y la chica que acababa de salir por la puerta era Lolita, seguro. También el camarero que me había acabado de servir la croqueta no era el mismo de medio minuto antes, ya que ahora llevaba esmoquin, un bigote gorjeado y hablaba con acento del este. Era Jack Urban y le estaba diciendo al pianista que volviera a tocar aquella última canción de jazz que había alegrado a la clientela. De sopetón, el restaurante se había llenado de hombres con boina, chaleco y pantalones de pinza con pinta de haber asistido alguna vez a un mitin de Salvador Seguí. También de marineros extranjeros de paso por la ciudad, chicas que parecían sacadas de Moulin Rouge de Baz Luhrmann y castellanos con cara de haberle encajado la mano al Capitán general de Catalunya.
En medio de este ambiente, me doy cuenta de que ya no tengo croqueta y veo cómo Mr.Jack pide que se pare la música del Grill-Room porque una mujer que toma el fresco en el pasaje Escudellers acaba de gritar. Su grito tiene una trágica razón de ser: una chica se acaba de caer des de la azotea del edificio donde vive. Todos los parroquianos de la taberna se acercan a la puerta y observan un cuerpo inmóvil y ensangrentado encima del pavimento. No hay duda: es el de Dolors Bernabéu, que no hace ni media hora estaba bebiendo en el mismo bar. Un militar lleva el cuerpo a la casa de socorro de la calle Marquès de Barberà, bien cerca de la redacción de La Publicitat, y un periodista del diario ve entrar el cadáver, hace cuatro preguntas y decide venir hasta Escudellers para conocer los detalles del suceso. Antes de medianoche le veo entrar en el bar, pero no lo sé reconocer. Es un redactor anónimo, aunque debe ser conocido de Josep Pla, J.V. Foix, Sagarra, Carles Soldevila, Lluís Nicolau d'Olwer, Vilà i Misa o Rovira i Virgili, por eso al verlo pienso que quiero asistir a la cena de Navidad de empresa con él porque sus compañeros de periódico son algunos de los escritores más importantes de mi vida. Eso, sin embargo, él no lo sabe. Tampoco sabe que cuando aquella noche publique la noticia de la misteriosa muerte de Dolors Bernabéu, dará la exclusiva de uno de los casos de la crónica negra más famosos de la historia de Catalunya.
Una muerte de novela
Así pues, recapitelamos. Tenemos que yo quería descubrir la cocina de Albert Ventura en el antiguo Torino y con una copita de champán acabé preguntándome qué le pasó a Lolita Bernabéu. Claramente, la comida se me había descontrolado igual que este artículo, quizás porque a Josep Sala Cullell (Girona, 1978) también se le descontroló inesperadamente lo que tenía que ser una simple búsqueda de artículos de Josep Pla en La Publicitat. Un día vas a la hemeroteca para buscar el enésimo artículo perdido de Pla y acabas escribiendo una novela sobre el caso criminal más famoso de la Catalunya de los años veinte. Así lo explica Sala Cullell en el prólogo de La misteriosa mort de Dolors Bernabéu, el libro que acaba de publicar este profesor y articulista en Pòrtic. ¿Se suicidó? ¿Murió asesinada? ¿Por qué la versión oficial dijo que se había quitado la vida pero su cadáver, sin embargo, tenía una herida de bala en la espalda? Y la nota manuscrita, que había dejado en su habitación, ¿la había escrito ella? ¿Era una nota de despido? ¿Por qué su novio estaba encerrado en la Model? Y los hombres con quienn había hecho la copa en el Grill-Room, ¿quienes eran?
Si Woody Allen nos permitió a todos viajar al París de los años veinte con la fabulosa Midnight in Paris, Josep Sala Cullell ha intentado reconstruir todos los interrogantes sobre la muerte de Dolors Bernabéu de una forma tan cinematográfica, documentada y viva que leer el libro es como poner un pie en 1925 y sentirse parte de aquel momento, quizás por eso, acabar el último capítulo fue como el día que salí del Grill Room Bar Thonet y seguí chocándome con tios con boina y extranjeros hablando inglés, pero ya no eran sindicalistas de la CNT ni marineros, sino guiris y hipsters de los que campan por el Gótico cada día. El caso Lolita Bernabéu, después de semanas copando portadas en la prensa, cayó en el olvido y la justicia nunca aclaró como había muerto Dolors Bernabéu, pero por suerte Sala Cullell pone luz a la oscuridad un siglo más tarde y reconstruye la verdad oculta que el sistema, es decir, la dictadura de Primo de Rivera, quiso esconder.
Por eso, en parte, cuando acabé de leer el libro decidí volver al viejo Grill-Room, esta vez sin pedirme ninguna copa de champán que me transportara a otra dimensión y con la voluntad que el artículo no se me descontrolara más. Hice un menú de mediodía de 15€ la mar de maravilloso, con unos calamares rellenados especialmente deliciosos, y me di cuenta de una cosa que no era fruto de la ficción, aunque lo pareciera: el restaurante no solo ofrecía una carta con tapas y platos tradicionales de aquí, sino que estaba lleno de barceloneses hablando catalán, cosa desgraciadamente anacrónica en el centro de la capital catalana el año 2023. También era real el interior del local, todavía con el diseño de Ricard de Capmany, cosa que me hizo creer que la esencia del modernismo funcional todavía perdura en nuestro país. La certeza de quien había matado a Dolors Bernabéu, además, también era real, por eso me di cuenta de que hace cien años ya nos mataban los mismos que ahora nos matarían si no fuera porque no pueden. En resumen, volví por segunda vez al pequeño Torino y entendí que Francesc Pujols, otro asiduo al Grill-Room de ahora hace cien años, tenía toda la razón del mundo: un día vas a la calle Escudellers a comer albóndigas con sepia y acabas dándote cuenta de que el pensamiento catalán rebrota siempre y sobrevive a sus ilusos enterradores.