Shirin es una mujer bajita y risueña, de ojos vivos, siempre preparada con ropas bonitas de colorines. Conoce a todo el mundo del barrio: los de la quesería, los del restaurante de la esquina, los de la tienda italiana del lado... El año que viene, Akram, su frutería y verdulería de la plaza Llibertat de Gràcia, hará diez años.
Cuando Shirin llega de Bangladés a Barcelona tiene doce años. Su padre hacía diez años que estaba en Barcelona y tenía un locutorio en Santa Coloma. Shirin va a la escuela y aprende catalán y castellano —que se suman al inglés, el hindú y el bengalí que ya hablaba— y por las tardes ayuda a su padre al negocio familiar. En el 2005 nace su hermano pequeño, Akram —de aquí el nombre del local— y cuando su padre abre otro locutorio en el 2006, Shirin, todavía adolescente, pero ya muy espabilada, se encarga.
En el 2008 viaja en Bangladés, donde la familia le presenta un futuro pretendiente, Zahir. En el 2010, con la crisis, cierran los dos locales. Shirin se pone a trabajar en una tienda de frutas y verduras de unos primos suyos en Fabra y Puig. Zahir, que estaba en Inglaterra estudiando, se instala en Barcelona, empiezan a salir y no tardan en casarse. En el 2015 Shirin se entera de que los primos tienen otro local a Gracia y se lo quieren traspasar. Se lo queda, abre Akram y se instalan en el barrio.
Cada mañana muy temprano, Zahir va a Mercabarna con la furgoneta a buscar la fruta y la verdura de temporada por los dos locales —con los años, la Shirin también se ha quedado el de Fabra y Puig. Tiene tres trabajadores en cada local y ella se encarga de las gestiones: es la dueña. En el 2018 tuvo el primer hijo, que les costó mucho y ahora va al Patronat Domènec, y en el 2021 llegaron los gemelos inesperados que les hacen ir locos.
Charlo con Shirin en la trastienda. Me explica que lleva velo porque le gusta, que ni su marido ni su padre tienen nada que decir, que es cosa suya, que más joven no llevaba. Le pregunto si estuviéramos en Bangladés si yo le podría hacer esta entrevista ella y yo solos. Me responde que no y que una de las razones por las que no volvería a Bangladés es que allí una mujer no puede trabajar de cara al público, que a todo el mundo lo repudiaría. Entra Zahir con el niño, nos saludan, simpáticos, y seguimos charlando. Shirin me dice que el negocio no va tan bien como antes, que después de la pandemia hay menos gente del barrio, que hay más turistas y que la gente no va tanto al mercado ni a la plaza. Acabamos hablando de la comida de Bangladés, que me explica que es menos sazonada que la hindú o la pakistaní y que comen mucho más pescado. Le pregunto por su hermano, quien da nombre al local y me dice que es en la universidad estudiando ingeniería. Shirin es habladora y alegre, vital. Cuando ya estamos terminando me dice que ella trabaja y ha trabajado mucho y que tiene ganas de poder retirarse y vivir una pizca la vida, viajar, ver mundo, descansar de tanto trajín. Le brillan los ojos.