De martes a sábado, de cinco de la tarde a dos de la madrugada, en el centro de Barcelona, hay un lugar donde el tiempo es pura destilación y no se puede ir con prisas: «la prisa nunca fue elegante», pone en una viga. Un rincón insólito y hospitalario construido como si fuera el interior de un barco: chiquitín, de madera, con timón, ojo de buey y luz indirecta. No hay cobertura porque las paredes, de piedra, hacen un metro de grosor: pertenecen a una masía del siglo XVI que había fuera de murallas donde se guardaba el grano —por eso hoy la calle se llama Sitges. Hablo del Caribbean Club, una de las coctelerías con más solera de la ciudad.

Juanjo González empezó en la hostelería de adolescente en la cocina del Kansas del paseo de Gracia y el día que se anuncia que Barcelona será la sede olímpica lo meten en la calle. Aquella misma noche en el Bágoa de plaza Letamendi los compañeros le encuentran trabajo y al día siguiente ya trabaja en el bar coctelería de la Pedrera, el Amarcord, un sitio moderno con espíritu clásico: «eso siempre ha triunfado, en Barcelona, y esta combinación es la que acabará siendo una constante a mi carrera», dice Juanjo.

La coctelería le fascina, hace un curso con José Maria Gotarda del bar Ideal y en 1992 lo cogen en el templo: el Boadas de les Rambles. «Allí trataban a todo el mundo igual, fueras quien fueras y vinieras de donde vinieras, no como otras coctelerías más clasistas». Una vez consagrado en el oficio el 2004, Javier Cejas del Benidorm le propone abrir el Negroni en la calle Joaquín Costa, un local de diseño minimalista que levantan juntos y se convierte en referencia para los noctámbulos. Culo inquieto, cuando lo buscan para que se encargue de un nuevo local y dirija el equipo, Juanjo no se lo piensa dos veces: así nace el Milano en el 2007. Si os fijáis, la carrera de Juanjo es un recorrido por las coctelerías con más gracia y menos humos de la ciudad.

¿Qué peldaño más podía subir Juanjo? Tener un local propio. Y la oportunidad se le presentó en el 2012, cuando sus colegas del Boadas le ofrecen la licencia de un local que habían cogido en 1974, cuando la casa grande iba tan bien que abrieron uno segundo a tocar con el nombre del ron que importaban, el Caribbean Club. Juanjo lo conocía perfectamente porque alguna vez había hecho alguna sustitución y le pareció fenomenal. Y ahora os tengo que hablar de otra persona importante para la historia del Caribbean: Nu Miret.

El interior del Caribbean Club / Foto: Cedida

El año 2005 esta leridana que hace caer de culo al suelo, esta literata y pintora intrépida de vozarrón mítico, Núria Miret, trabajaba de albañil haciendo la reforma del (H)original de la calle Ferlandina, primera sede de los miércoles poéticos de la ciudad durante más de veinte años. Un buen día bajaba un tablón por la calle Joaquín Costa con Manel, el propietario, cuando le dijo que entraran a hacer un vaso en un bar que acababan de abrir. Era el Negroni, en la barra había Juanjo y Nu queda rendida. Todavía tendrían que pasar unos cuantos años para que se convirtieran en la pareja que hoy en día hace que el Caribbean sea la coctelería más entrañable de la ciudad, pero todo empezó con un tablón dejado de cualquier manera en medio de la calle y una sed que no tardaría en contagiarse.

«Como es muy pequeño, se tiene que cuidar el ambiente», me comenta Juanjo. Es verdad, en el Caribbean hay alguna rinconada donde acurrucarse, pero es muy fácil que las conversaciones se crucen, como por ejemplo el día que se encuentran al cardiólogo de Sisa con su paciente, y el cantante le pregunta a Nu de dónde es —tiene un acento fuerte y precioso— y ella le responde que de un pueblo de Lleida, no lo conocerás, y él insiste, y ella le dice que del Poal, y Sisa que dice que sabe perfectamente qué pueblo es, que de jovencito fue a coger manzanas y allí acabó de escribir la canción "Cualquier noche puede salir el sol".

En las paredes del Caribbean hay una colección de cocteleras, recuerdos y libros de Cuba y La Habana y unas maracas firmadas de Antonio Machín, asiduo del local. En el Caribbean hacen un daiquiri buenísimo, «es el Dry Martini del Carib», me dice Juanjo. Con el cóctel Presidente, adaptación caribeña del Manhattan con vermú francés, ganaron el Premio Time Out 2024. El oficio y simpatía de Juanjo y de Nu hacen del Caribbean uno de los lugares más especiales de la ciudad, una cuna que cuesta abandonar y siempre sale adelante cavilando una nueva excusa para volver.