Siempre es bueno tirar de los clásicos, y tras casi quince años sin visitarlo, me planto en el restaurante Taktika Berri, en la calle València con Muntaner, uno de los primeros restaurantes vascos de nuestro país con barra de pinchos.
Corría el año 1995 cuando Julián Fernández y Carmen Erdocia abrieron las puertas del Taktika Berri. Ella y su marido Julián, que por desgracia murió hace un par de años repentinamente, llegan a Barcelona sin haber trabajado nunca en la restauración ni tener ningún vínculo con ella. Únicamente que a Carmen le gustaba —y le gusta— mucho cocinar, según me cuenta.
Carmen es un culo de mal asiento y, como no puede ser de otra forma, todavía controla hasta el último detalle, tanto dentro como fuera de la cocina. Ahora, no obstante, también están al frente del restaurante sus hijos, Maria e Iker, que llevan la sala como nadie.
Originariamente, el Taktika Berri era el típico local para tomar copas y ver el fútbol, de ahí el nombre original, que era Táctica. Los tres socios originarios ofrecieron el local a Carmen y a Julián durante seis meses de prueba, argumentando que con lo bien que cocinaba Carmen, seguro que triunfaban. En paralelo, un amigo les comentó entonces que si abrían un local de pinchos, era apuesta ganadora. Y así fue. Transcurridos esos seis meses, no les dejaron marcharse, pues el local funcionaba a todo trapo y la clientela lo llenaba todos los días. Recuerda que, en sus inicios, Leopoldo Pomés empezó a traerle clientes importantes, el boca a boca y la buena cocina hicieron el resto.
El local, con capacidad para cien personas, fue de los primeros restaurantes con barra de pinchos de Barcelona, junto con La Cerveseria Catalana y el Irati, el primer local del Grupo Sagardi, con cuyos propietarios mantiene una muy buena amistad, sobre todo con Iñaki. Fíjate que jugaba a mus con su marido Julián y su hijo Iker.
Estamos sorprendidos, ya que de la cocina no paran de salir ininterrumpidamente bandejas repletas de pinchos que, en cuanto llegan a la barra, desaparecen a una velocidad increíble. Cabe decir que muchos de los clientes son turistas, pero muchos otros son clientes de aquí y del País Vasco, que disfrutan visitando esta casa de comidas en mayúsculas.
Nos dejan la carta, soy un enamorado de las cartas cortas. Siguen manteniendo la mayoría de las recetas originales que los hicieron famosos hace treinta años, aunque últimamente han incorporado a la carta los cogotes de merluza y otros platos que cambian con la temporada.
Nos llenan las copas de un chacolí de las bodegas Txomin Etxaniz bien fresquito. Empezamos con un plato de pochas lleno a rebosar, Carmen las trae directamente de Navarra y justo ahora empieza la temporada. Llevan cebolla, puerro, zanahoria, pimiento verde y tomate, son mantequilla pura. Muchos de los productos que utilizan en la cocina, como es el caso de las pochas o las setas, los traen directamente del País Vasco; otros, y por motivos logísticos, los compran aquí.
Seguimos con unas anchoas al ajillo y una tortilla de bacalao que es para llorar, Maria me comenta que su madre es muy pesada buscando la perfección en cada tortilla, y doy fe que lo consigue. Cocinan la receta tradicional, con cebolla, puerro, pimiento verde, el bacalao deshilado y el huevo.
Continuamos con el tronco de merluza, que es una de las especialidades de la casa, regado con una deliciosa salsa donostiarra por encima, hecha con vinagre, aceite, ajo y guindilla. Cerramos con un milhojas de crema y un pastel de queso.
En el Taktika Berri hacen esa cocina de toda la vida que tanto nos gusta y que actualmente es tan difícil de encontrar. Son extremadamente cuidadosos con la selección del producto, con las elaboraciones y con el trato familiar que te dispensan, y así se entiende que muchos de los clientes que los visitan sean fieles a lo largo de los años. Juro que no tardaré tanto tiempo en volver a visitarlos.
Me despido de Maria y de Carmen, que tiene que ir enseguida a por unas cigalas que necesita para elaborar una ensalada que le copió a Hilario Arbelaitz del desaparecido Zuberoa, hecha con distintas capas de judía verde y cigalas, y coronada con un trozo de foie.
Saliendo me acerco a tomar un café al mercado de Sant Antoni. Jordi Asín del bar Pinotxo me recuerda que el 24 de octubre se cumplirá un año desde que abrieron la nueva barra, y me confiesa que están muy contentos de como ha ido. Coincido en la barra con Francesc Beltri, chef del restaurante Slow&Low, junto con Nicolás de la Vega, que me informa de que el próximo viernes abren a escasos metros del S&L —en la calle Sepúlveda— el bar Canyí, con la idea de ofrecer platos de pura tradición, como el fricandó, el capipota, una buena escudella en invierno, postres artesanos elaborados por ellos mismos y una buena carta de vino en copas, todo a precios populares, orientado en principio a la gente de aquí, y encuentro que es una muy buena noticia para un barrio que está a punto de perder su identidad, si no la ha perdido ya. Habrá que ir.