Pasear por el Barri Gòtic siempre es un placer, si no te roban la cartera, claro está. Vale la pena perderse por sus callejuelas peatonales y disfrutar del paisaje, rememorando cómo era la ciudad años atrás. Dando vueltas, pues, por las calles de detrás del ayuntamiento, justo en el cruce de las callejuelas Bellafila y la Palma de Sant Just, encontramos un oasis escondido, la Bodega la Palma.
Con más de ochenta años alimentando a la clientela, la Bodega la Palma —vecina del conocido bar La Plata y del vintage bar L'Ascensor— ha sido y sigue siendo refugio de consellers y concejales, debido a su proximidad con la Casa Gran de la ciudad y el Palau de la Generalitat, aparte de la clientela de Barcelona y turistas en general. En cualquier caso, si las paredes hablaran, seguro que quedaríamos boquiabiertos y nos haríamos cruces. De hecho, con cada cambio de gobierno, aparecen por la Palma caras nuevas, y la dueña no puede evitar decirles: Vosotros os iréis, pero yo seguiré aquí, y se ríe.
Judit y Albert cogieron la bodega hace unos veinte años, manteniendo la decoración original. La bodega, sin embargo, abrió sus puertas en el año 1935, de la mano de Maria Castells y familia, y fue su hija Carme quien le vendió el local a Judit.
Judit me comenta que parte de la clientela se acerca a la Palma para tomar el vermú, unas gildas y un vermú Miró reserva con tirador, que no tiene el mismo sabor que el de botella. Ahora bien, otra parte acude para comer de menú, un menú imbatible que preparan al precio de 15 euros; o para cenar, aunque en este caso tiran de las tapas a la carta.
Es un local emblemático y, como tal, protegido por el Ayuntamiento, con lo cual no pueden hacer obras de ningún tipo —ni siquiera pintar el local— sin autorización municipal.
Judit ha nacido en el barrio, concretamente en la calle Lladó. Hablando con ella recordamos con nostalgia que el barrio no tiene nada que ver con lo que era hace treinta años, cuando yo también vivía en él. Coincidimos en que chorizos siempre ha habido, pero que ahora la cosa está peor que nunca. No obstante, tienen pocos problemas con los ladrones, ya que las callejuelas impiden una huida fácil, con lo que estos prefieren otras calles más anchas por donde escabullirse mejor. Además, se ha montado una red vecinal muy potente, donde los vecinos se avisan entre ellos de cualquier movida que pueda haber y así poder ayudarse si es necesario.
Seguimos la conversación mientras me zampo un par de las famosas gildas con un vermú negro, que no sea dicho, y es cierto que está mejor que el vermú embotellado. Los platos más solicitados son las clásicas bravas —que gustan a todos—, la brandada de bacalao con trufa rayada por encima, las croquetas de calamar, que cocinan desde el principio y que, gracias al éxito que tienen, las han mantenido en la carta durante tanto tiempo, la mojama y los embutidos, que se los traen directamente de Vic.
Últimamente, la Palma se ha visto ampliada, ya que el propietario del Pla, el restaurante vecino, lo traspasaba por jubilación. De este modo han podido reorganizarse, pues el local de toda la vida se les había quedado pequeño.
Por otra parte, parece que el relevo de la Palma está asegurado, ya que uno de los hijos de Judit ha estudiado cocina en el Sant Ignasi y ahora trabaja en el extranjero.
Así pues, os aconsejo que visitéis el Barri Gòtic y no dejáis de visitar siempre que podáis la Bodega la Palma, que ya sabéis que vale mucho la pena.