Según datos de la Confederación Griega de Turismo, los griegos ingresó unos diecisiete mil millones de euros a través de su industria turística el año 2022, lo que supone en torno al 11% de su PIB. En total, se calcula que el país heleno recibió unos 28 millones de turistas, de los cuales un tercio serían británicos y alemanes a partes iguales, seguidos por franceses, italianos, norteamericanos y visitantes de los países vecinos (principalmente de Bulgaria, Albania y Rumania).
Por nuestra parte, unos 300.000 turistas del Estado español, entre los cuales me incluyo, visitamos Grecia el año pasado; es decir, un 1000% más de los turistas griegos que llegaron aquí (unos 30.000, según datos de la Oficina de Turismo Griego en España, que acaba de reabrir las puertas después de diez años suspendida). Teniendo en cuenta que Grecia prácticamente ha doblado su número de visitantes durante los últimos quince años, o que esta cifra pronto representará el triple de sus habitantes (en España, por ejemplo, la relación actual es de un turista y medio por persona: unos 75 millones de turistas para 50 millones de personas), es previsible que el país experimentará algunas transformaciones, seguramente dramáticas.
Mientras el sueldo de los albaneses sea manteniéndose por debajo de los 500 euros mensual, quien necesita griegos en las tabernas griegas
Asociaciones como el Fondo Mundial para la Natura (WWF, o World Wide Fund for Nature) ya han advertido de la relación existente entre el incremento de turistas y una mayor presencia de plásticos y otros elementos contaminantes en ecosistemas terrestres y marinos; lo cual impacta muy negativamente en economías tradicionales como la pesca artesanal o la ganadería e, irónicamente, también en el turismo (en mi caso, doy fe que hay calas griegas donde no he visto ni un pez, o ningún otro pez que no fuera una dorada de piscifactoría las cuales se habían escapado y refugiado en la playa para evitar que un grupo de delfines famélicos se las comieran).
En cualquier caso, es a la luz de la escena turística catalana y española que podemos intentar adivinar, talmente como si fuéramos la pita del Oracle, el futuro inmediato de los griegos ye. Ya que, indistintamente de su pulsión religiosa, arqueológica, gastronómica, de playa, homosexual o corporativa, y condición demográfica o socioeconómica, absolutamente todos y todas las turistas, griegos y griegas, incluidas, pasarán por el cedazo del ultracapitalismo; la maquinaria del cual, con la concesión monopólica del sistema aeroportuario de Grecia a favor del grupo alemán Fraport el año 2015, ya ha empezado a rodar.
Por descontado que no tengo nada en contra ni de los albaneses inmigrantes ni de los hooligans ingleses que beben cerveza Mythos mientras escuchan el sirtaki adulterado de Zorba
Con el control alemán de los principales destinos turísticos de Grecia, incluidas Salónica o las islas de Míkonos, Santorini, Corfú, Creta, Rodes o Paros, la seguridad jurídica en el país ha crecido exponencialmente; hasta el punto de atraer en grupos inversos de todo el mundo que buscan en el sector del lujo un negocio seguro. En este sentido, no es casualidad el gran número de hoteles recientemente inaugurados a lo largo de los 15.000 kilómetros de litoral griego -más del doble de Italia-, como el Mandarin Oriental-Costa Navarino (por cierto, la primera propiedad del grupo en Grecia), o la inversión de 280 millones de euros en la isla prácticamente virgen de Petalioi-Megalonisos, en el oeste de Atenas, donde el fondo de inversión Grivalia Hospitality tiene previsto construir un complejo hotelero de gran lujo.
Cuando contrastamos la accesibilidad desde cualquier aeropuerto europeo en la República Helénica con el salario mínimo interprofesional a Grecia, que es de unos 780 euros mensuales, y el precio medio de la habitación doble en cualquiera de estos hoteles, que no baja de los mil euros la noche en temporada alta (con desayuno incluido, todo sea dicho), nos hacemos una idea del negocio que representa invertir aquí. Sin embargo, con la subida del precio de la vivienda o de los alimentos (el aceite de oliva se ha multiplicado por 4 en dos años y ya ronda los 10 euros por litro), un sueldo básico en el sector turístico resulta insuficiente para una vida digna. Ahora bien, mientras el sueldo de los albaneses sea manteniéndose por debajo de los 500 euros mensuales, ¿quién necesita griegos en las tabernas griegas?
En Catalunya, recientemente han aparecido una constelación de tabernas griegas, aunque con un ademán estereotipado (con bandera en la puerta y cenefa griega en los contornos del menú)
Por descontado que no tengo nada en contra ni de los albaneses inmigrantes ni de los hooligans ingleses que beben cerveza Mythos mientras escuchan el sirtaki adulterado de Zorba. Simplemente, que prefiero visitar Grecia en un momento donde sea yo quien tenga que buscar la taberna y no la taberna a que me tenga que buscar a mí. Mientras tanto, en la medida en que los griegos se diseminan por el mundo (eso sin considerar a los griegos americanos o australianos, que juntos suman centenares de miles), la posibilidad de disfrutar de Grecia fuera de Grecia va en aumento.
En Catalunya, por ejemplo, han aparecido una constelación incipiente de tabernas griegas, aunque con un ademán estereotipado (con bandera en la puerta y cenefa griega a los contornos del menú). Y, a través de importadores genuinamente griegos, una retahíla de productos tan interesantes como los vinos de Satyrs. Pero, afortunadamente, siempre nos quedará el invierno para disfrutar de Grecia. O incluso algún día entre semana del otoño o la primavera. Y si llueve, y hace mal mar, y vuelve a rebrotar el coronavirus, todavía mejor.