Hoy es el día de la lotería. Incluso los que no han comprado están deseando que les toque, una probabilidad tan remota como encontrarte una perla aquel remoto día que puedes comer ostras. "Tengamos salud", decimos los resignados que nunca nos ha tocado ni un céntimo. Tengamos salud y tengamos escudilla, decimos los afortunados. Porque si tienes la fortuna de comer escudilla los días de invierno, de sol avaro, noches eternas, frío en los pies y nariz helada, tendrás un tesoro cada día y tendrás salud.

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Sí, de acuerdo, se me ha ido un poco la pinza con esta vehemente afirmación, pero todo es permitido si el objetivo es recuperar la olla humeante en casa, aunque solo sea una vez al año. Y lo digo con conocimiento de causa porque según explican los fabricantes de caldos en tetrabrik, es a los alrededores de Navidad cuando más se venden. De manera que la sopera de la abuela sale del armario y se pulen las cucharas de plata, pero la olla queda recluida en el rincón del garaje. No he venido a señalar a nadie, traidores, pero sí que es una pena que no se siga el ritual de cocinarla en casa, porque no hay ningún otro plato del recetario popular que mejore la ecuación de máxima satisfacción por mínimo esfuerzo. Por lo tanto, toda exageración está justificada si el resultado es animar a hacer hervir la olla.

Por eso, hoy hace falta que escriba un artículo de servicio público, con pocos adjetivos y que vaya directamente en el cucharón, en la idea, sin metáforas ni literatura. Antes, sin embargo, de ponerme de lleno, deciros que todo lo que cocináis en casa este día de Navidad está exento de culpa. Lo que se valora es la generosidad del que ha cogido las riendas de los fogones -con todo el trabajo, el tiempo y la dedicación que comporta-, independientemente de si el galet es más o menos cocido, falta sal a la sopa o hemos llegado tarde a comprar los galets y nos tenemos que conformar con fideos.

Es una pena que no se siga el ritual de cocinar la escudella en casa porque no hay ningún otro plato del recetario popular que mejore la ecuación de máxima satisfacción por mínimo esfuerzo

Por lo tanto, si recibís alguna queja de los comensales los podéis enviar a nodriza, de mi parte. Estáis legitimados. Después querría decir que tanto la receta como los consejos que yo os dé quedan absolutamente desacreditados delante de los de la madre, la yaya o quien sea que os ha transmitido la devoción por este plato ancestral. A mí no me hacéis ni caso y seguís haciéndola como siempre, porque no tiene un método único ni un sabor homogéneo, la escudilla te tiene que hacer sentir confortable como cuando te calzas las zapatillas al llegar a casa. Esta es su principal función: la escudilla es casa.

Escudilla, pelota y garbanzos / Foto: Hotel Pulitzer
Escudella, pelota y garbanzos / Foto: Hotel Pulitzer

No recito la receta porque se puede encontrar fácilmente explicada en un vídeo que hace unos días publicamos, pero para hacer un resumen de los puntos básicos, el método es así de sencillo. En la carnicería comprad cerdo, ternera y gallina. Del cerdo, los huesos del espinazo, un pie partido, un trozo de hueso de jamón, una butifarra negra y media careta. De la ternera, el hueso de la rodilla y un jarrete y media gallina. Las verduras: puerro, zanahoria, nabo, chirivía, media col y un par de patatas. Como las medidas del cuerpo perfecto, los tiempos de cocción de los ingredientes son 90-60-30. Primero poned la carne (menos la butifarra negra) a la olla, cubrís con agua fría e hizo hervir a fuego lento 90 minutos medio tapado. Retirad la espuma gris. Añadid las verduras (menos la col y las patatas) y seguid hirviendo 60 minutos. Añadid la col, las patatas y la pelota y haced hervir 30 minutos más. Solo quedará poner la butifarra negra y los garbanzos cocidos para que recuperen temperatura. Al final, ponéis la sal.

Retirad carnes y verduras con unas pinzas y lo vais colocando en una bandeja con un par de cucharones de caldo para que no se sequen. Ahora se tiene que actuar rápidamente, traspasando el caldo en recipientes más pequeños para enfriarlo con celeridad y evitar que se fermente y envíe todo el trabajo a rodar. Y una vez fría, podrás desengrasarla con facilidad. ¡Ah, sí, los galets! Los coceremos aparte, en una olla pequeña con agua y caldo. Podéis congelar el caldo, el cocido y la pelota, pero nunca congelaremos las patatas ni los galets. Para volver a poner en solfa el trabajo hecho solo hará falta hacer romper el hervor el caldo, poner los galets cocidos y calentar la carne al microondas o al horno tapado con papel de aluminio. Saca la sopera de los días de fiestas de guardar, pon la mesa con cuidado y arrincona los cuchillos, que este cocido se deshace con la mirada.

Y saca el cava, que celebraremos que nos ha tocado la grande: la fortuna de estar juntos en la mesa. Tanta ternura te emocionará y nadie se dará cuenta de que lloras porque no has podido, este año, tampoco secar la hipoteca con los millones soñados cuando compraste los décimos, después de hacer dos horas de cola en la oficina de lotería de Sort y cuatro horas de coche aquel día de principios de otoño.