Si nos comemos la 'd' de la palabra 'tradición', el resultado es 'traición'. Sí, amigos, no seguir la tradición es una traición flagrante. He escrito esta afirmación tan contundente no para que así sea, sino porque si no empiezas fuerte, pierdes el interés del lector. Pero aunque no es cierto que no seguir la tradición es una traición a la cultura, sí que creo que es de desagradecidos, de personas que no valoran el legado que nos han dejado a nuestros antepasados porque las tradiciones son como establecer una comunicación, cómo descolgar el teléfono, que te conectará con los que nos han dejado.

Es difícil que el primer bocado de coca de Sant Joan no te transporte a aquel momento de la infancia, de la juventud o a aquella verbena en que todo cambió. Quizás lo he escrito un millar a veces, pero, de hecho, la repetición es la base de la tradición, por lo tanto, si hoy dedico el artículo a alabar aquello que nos vincula, que nos hace sentir que formamos parte de un lugar y de un grupo, que nos recuerda momentos especiales de nuestra vida y que tanto nos genera una nostalgia infinita como una euforia desbordante, tengo licencia para repetirme: el poder evocador de la cocina es del estilo de las burbujas hechas con chiclé Bazuca.

Hoy es uno de los días mágicos del calendario. Ya hace medio año que comimos los turrones y la uva de la suerte y hoy tenemos añoranza de petardos, cohetes luminosos, cava en abundancia y besos furtivos. Toca celebrar que estamos en las puertas de un verano que siempre imaginamos épico y eterno, vista la cantidad de actividades que nos programamos para pasar aquellos escasos quince días de vacaciones. Pero lo más importante es que la tradición de celebrar el solsticio de verano, el día más largo del año y, por lo tanto, de la máxima explosión de la naturaleza, se hace desde la prehistoria a casi todo el mundo, cada cultura a su manera. Por lo tanto, por muchas modernidades que tengamos, no seremos nosotros quien lo dejaremos de celebrar.

De hecho, tendría que ser un imperativo: se tiene que celebrar. Explican los antropólogos que las fiestas son necesarias porque ayudan a ordenar el calendario. Sin fiestas, enloqueceríamos. Viviríamos en un día de la marmota continuo, que se nos haría insoportable. Es como si leyéramos este artículo sin espacios, sin puntos ni comas: nos ahogaríamos. Pues las fiestas son los puntos y las comas de la gramática social. Y la comida es importante porque ayuda a estructurar las fiestas. La comida es como el papel o el lápiz, que ayudan a plasmar las ideas y las perpetúan. La fiesta de Sant Joan se estructura en torno a la coca. Decidir si la harás o a dónde la comprarás forma parte de la liturgia festiva, pero que no haya o no se coma, genera desasosiego, sensación de abandono, soledad, dejadez o baja autoestima. ¿Exagero? Quizás sí. Pero cuesta tan poco cumplir con esta tradición que solo para hacerme feliz, ya vale la pena.

Las fiestas son necesarias porque ayudan a ordenar el calendario; son los puntos y las comas de la gramática social

Como la mayoría de los dulces tradicionales, la elaboración es sencilla. Y aunque hacen falta maña, paciencia y tiempo, los ingredientes no son caros (excepto los piñones) ni difíciles de encontrar. Las técnicas no son complejas y la maquinaria es poca o nula. Aparte que aprender la elaboración del brioche es muy rentable, es un repóquer: es el mismo brioche del roscón de reyes y de la mona de Pascua. Un '3 en 1' que te lubrificará (atentos con la metáfora torpe) todas las fiestas familiares. Se trata, pues, de un brioche clásico coronado con crema pastelera, piñones y fruta confitada.

Ay, ahora sí que hemos tocado un tema delicado: la fruta confitada. ¡Nunca falta y casi nadie se la come! A pesar de la arenga del principio, quizás sí que es el momento de plantearnos una ligera desviación de la tradición y aceptar que ha llegado el día de enterrarla en los confines de la memoria. Me explican los pasteleros que si no ponen, los clientes se la reclaman, aunque después lo arrinconen, porque la coca de Sant Joan no lo es si no lleva fruta confitada. También me explican que no encuentran buena y si consiguen pasable -pero el melón no tiene el color verde radiactivo- los clientes la rechazan.

Cada vez que veo la fruta confitada arrinconada en los bordes de los platos de coca, me viene a la memoria aquel gesto tan característico de mi madre, recogiéndola toda y guardándola en una caja para ir comiéndola durante todo el verano. ¡Cómo nos reíamos los hermanos! "¡Madre! ¿Qué haces? ¿Acaparas por si estalla otra Guerra Civil?". A la madre le gustaba mucho, la fruta confitada y, ahora, a mí, también. Tanto que nos reíamos y hoy ya tengo preparado el fiambre donde, esta noche a la verbena que he organizado con los amigos, guardaré toda la fruta confitada que dejarán arrinconada en los platos. Añoro a la madre.