Una de las primeras grandes decepciones de mi vida se remonta a finales del siglo XX, que es una manera más literaria y pomposa de decir el año 1999. Era un día de otoño, se celebraban elecciones a la Generalitat y acompañé por primera vez a mis padres a votar. Desde hacía días, oía en la televisión que los catalanes estaban llamados en las urnas para participar en la "fiesta de la democracia", pero cuando entré en el lugar de votación no había serpentinas ni piñatas. La decepción más grande, sin duda, fue observar que tampoco había bocadillos de pan de molde con Nutella partidos por la mitad. ¿Cómo osaban denominar "fiesta" a un acto sin triangulitos con crema de cacao?
Si alguna vez escribo una autobiografía a la manera umbraliana, estoy seguro de que señalaré aquel día como el germen de mi recelo hacia la política, ya que al día siguiente, cuando en el cole nos mandaron hacer una redacción sobre los comicios, escribí un texto titulando "He ido a la fiesta de la democracia y ahora quiero ser anarquista". Mi profesora, con los ojos como naranjas, me preguntó si en casa teníamos libros de Bakunin o si mis padres me habían hablado de Durruti. "¿Durruti? ¡T'estimo!", le respondí, "pero quiero ser anarquista porque en la fiesta de la democracia no hay Nutella", le dije. Lo que no sabía yo entonces es que, en efecto, la relación entre la Nutella y la política era mucho más profunda de lo que entonces imaginaba.
El origen de Nutella y Napoleón
Mi gran decepción con la fiesta de la democracia se produjo el año en que Pasqual Maragall superó en votos Convergència i Unió, pero no los suficientes para impedir que Jordi Pujol fuera presidente cuatro años más. Otro hombre pequeño y valiente, en este caso Napoleón Bonaparte, es en realidad el auténtico culpable de que ahora hace dos siglos unos pasteleros turineses se inventaran una cosa que algún día, muchos más años después, acabaría convirtiéndose en la Nutella. Empecemos por el principio, pues. Estamos en el Piamonte el año 1806 y el bloqueo comercial impuesto por Napoleón al Reino de Cerdeña-Piamonte impide la llegada de productos británicos, entre ellos el cacao. Los pasteleros y chocolateros de la zona, desesperados, encuentran una solución: la crema de avellana y azúcar. Deciden sustituir el cacao con pasta de avellana proveniente de Langhe, más económica y eficiente. Con el paso de los años van perfeccionando aquel invento, tostando y moliendo las avellanas, hasta que a mediados de siglo el chocolatero Michele Prochet elabora el gianduiotto: el primer bombón relleno de crema de gianduia.
Mucho tiempo después de eso, concretamente el año 1949, un pastelero de Alba llamado Pietro Ferrero decide comercializar su propia crema di gianduja, que al principio la denomina Supercrema di gianduja Ferrero. A pesar de la popularidad que inmediatamente causa aquella crema de cacao y avellana entre la gente, su hijo, Michele Ferrero, se da cuenta de que hay que cambiarle el nombre. Por una parte, porque "Supercrema de gianduja Ferrero" era un naming demasiado largo, y de la otra, porque el término gianduia hacía referencia a un personaje de la Commedia dell'arte que representaba el piamontés arquetípico. O sea, como si aquí nos hubiéramos inventado un producto que se dijera "Crema de caganer". Fue así, el año 1964, cuando el hijo de don Pietro patentó el nuevo nombre de aquella deliciosa crema: Nutella, contracción del término 'nut' -que quiere decir avellana en inglés- y del sufijo latino '-ĕlla'. Aunque el cuerpo me pida hacer una tesis doctoral filológica sobre la crema de cacao y avellana como si Francesc de Borja Moll se hubiera apoderado de mí, el estómago me pide dejarnos de hostias y pasar en el siguiente punto del artículo: la discusión entre Nutella o Nocilla.
Nutella vs Nocilla: la dulce guerra eterna
¿La Nocilla es una copia de la Nutella? Evidentemente que sí, partiendo ya de la base que etimológicamente el nombre también nace de la palabra 'nuez' y del mismo sufijo latino que siempre aporta un sentido afectivo, por eso en castellano un pajarillo cae más simpático que un pájaro. Lo que decíamos, la Nocilla nació tres años más tarde que la Nutella en Montmeló, cuando Montmeló todavía no era un pueblo asociado a un circuito de automovilismo sino una localidad del cinturón de Barcelona con unas cuantas industrias. Una de ellas, denominada Starlux y dedicada a fabricar caldos, decidió plagiar la famosa Nutella, pero cambiando ligeramente la fórmula: un poco menos de avellana y, por lo tanto, un poco más de cacao. Aparte de la leche y el azúcar, evidentemente. Por el solo hecho de ser un producto nacional, rápidamente la Nocilla caló fuerte en aquella España del tardofranquismo que ya había superado las penurias de la posguerra, por eso los hermanos pequeños de los que habían tenido que crecer comiendo pan negro para merendar veían como ahora, de sopetón, los chiquillos crecían merendando bocadillos de Nocilla, un alimento que, además, se asociaba al deporte, a la nutrición sana y a la diversión gracias al marketing publicitario.
Quizás es por culpa de mi padre, que siempre me explicaba que de niño solo bebía Cacaolat por Festa Major del Vendrell, pero desde bien pequeño siempre aprendí a valorar los bocadillos de Nocilla o Nutella como si fueran un auténtico tesoro culinario. En el patio de la escuela, por ejemplo, cuando una pelota, un resbalón o un choque fortuito entre chavales jugando al pilla-pilla le enviaba a freír espárragos el desayuno a algún pobre desgraciado, yo era el único crío que dejaba el partido de fútbol para consolarlo, ya que mientras él compadecía el bocadillo de Nocilla destrozado, abierto por la mitad y desmenuzado encima del arenal, yo veía un tesoro caído y decapitado, como aquellas estatuas con la cabeza cortada en el Museo del Vaticano. Después de un pelotazo en las partes nobles, posiblemente quedarse sin Nutella para desayunar era la cosa más dolorosa que podía existir en el mundo, ya que la Nutella y la Nocilla son como las drogas de diseño pero aplicadas al mundo de los niños: una dosis pequeña siempre anima cualquier cotarro, pero una dosis de grandes cantidades te puede enviar a Urgencias del Clínic. De hecho, la casa Ferrero se dio cuenta de eso ya hace tiempo, por este motivo se inventó Nutella B-Ready, una especie de galleta rellenada de Nutella y semillas de trigo que, según dice la etiqueta, es ideal para "arrancar el día con energía". Es decir, lo mismo que decía Lou Reed cuando confesaba que cuando se levantaba de la cama, cada mañana, lo primero que hacía no era ir a hacer un pis, sino esnifar una raya de farlopa.
El elixir de la eterna juventud
Por suerte, nunca he sufrido síndrome de abstinencia de ningún tipo de droga, legal o ilegal, pero todos aquellos que en algún momento hemos ido de campamentos sabemos qué significa echar de menos la Nutella o la Nocilla de una manera casi inhumana. En mi caso, este leve trauma infantil me ha dejado de secuela una indecorosa manía que pone muy nerviosa a mi pareja: cuando vamos a un hotel y hay envases pequeños de Nutella, cojo tres o cuatro y me los pongo en el bolsillo a escondidas, como quien roba secretamente alguna cosa de gran valor. Es la consecuencia de haberme pasado la niñez añorando la Nutella en decenas de casas de colonias catalanas que, sin previo aviso, aplicaban una terapia de shock durísima para la generación tardopujolista de la cual formo parte: acostumbrados a los bocadillos de Nutella envueltos en papel de plata para merendar o a las fiestas de cumpleaños con bandejas llenas de triangulitos de pan de molde con Nocilla, de repente nos encontrábamos en una masía en medio del Lluçanès donde para merendar nos daban una rebanada de pan con membrillo, una rebanada de pan con un quesito o, en el mejor de los casos, una rebanada de pan con una pastilla de chocolate.
Por suerte, de la necesidad nacen las grandes ideas, y fue en una de aquellas colonias de L'estiu és teu donde cada día, a la hora del desayuno, convertíamos el comedor de la casa en un pequeño laboratorio de Breaking Bad: creábamos nuestra Nutella. Me consta que la fórmula mágica es ancestral y se transmite de generación en generación, por lo tanto no me importa explicarla: un poco de cacao en polvo, sea ColaCao o Nesquik, un chorrito de aceite de oliva y a remover fuertemente. Ha sido así, con esta chapucera receta de dudoso origen pero de maravilloso resultado, como miles de niños hemos conseguido comer Nutella cuando no teníamos Nutella. Después, cuando nos hacemos mayores, aprendemos que hay otras marcas de crema de cacao y avellanas en el mundo y que incluso en nuestro país tenemos una como La Trencadora, en el Alt Camp, que hace una "Nutella catalana" quizás mejor que el original. También aprendemos, claro está, que merendar Nutella cada día ya no es demasiado sano para nuestro cuerpo, pero a la vez recordamos que si hay que comprar una vajilla de vasos para la cocina, está la opción de ir al IKEA o está la posibilidad de ir al supermercado, comprar seis potes de Nocilla y tener, por el mismo precio, crema de cacao y avellanas para dos meses y seis vasos para toda la vida.
En definitiva, esos niños no olvidamos que ya no tenemos ocho años, principalmente porque en las fiestas ahora hay más droga blanca en polvo que droga oscura en forma de Nutella y porque, depende cómo, delante de una crepería donde hacen crepes de Nutella, lo primero que hay que pensar es en sí llevas las pastillas contra la lactosa encima. No olvidamos nada de eso, ya que madurar es aceptar que la vida no es cada día una fiesta. Yo empecé a saberlo aquel día, a finales del siglo XX, cuándo la gente votó al presidente de la Generalitat sin un bocadillo de Nocilla en las manos, pero por suerte, sin que nadie lo sepa y casi como un secreto, de vez en cuando abro uno de aquellos envases de hotel que birlo con la elegancia de un ladrón de guante blanco, unto la crema encima de dos rebanadas de pan torrat y un domingo por la mañana, justo antes de colgar el tuit anunciando que he escrito un artículo como este, me preparo un bocadillo de Nutella para desayunar, lamo con fruición el cuchillo, me siento en el sofá, me convierto en un niño de treinta y cuatro años y me olvido, por unos instantes, que hacerse mayor es aprender a gestionar las decepciones que nos depara la vida.