Hasta no hace mucho, había pensado siempre que beber cerveza con limón era algo poco atrevido y propio de la gente a la que en realidad no le gusta la birra. Sin embargo, hace un par de años descubrí la radler de Amstel y me di cuenta de que estaba equivocado, aparte de acabar enganchándome a ella más que un socialista a las sillas del Ayuntamiento de Barcelona. Desde entonces, a finales de primavera, año tras año he ido entendiendo que hay elementos que en verano, al juntarse, no suman: multiplican. La tumbona con la sombrilla, el domingo con la paella y, por supuesto, la cerveza con el limón. Sí, quizás hacerse adulto es glorificar los placeres que de jóvenes despreciábamos, por eso cuando uno de los grandes eruditos de mi pueblo me vio beber una radler tras otra durante la Fiesta Mayor del año pasado, me hizo entender que la cerveza con limón era como leer la poesía de Josep Carner: hace falta tener más de treinta años para dejar de despreciarla y empezar a abrazarla firmemente.
No sé si el príncipe de los poetas catalanes bebía alguna 'clarita' con la llegada del buen tiempo, pero sé que cuando Benjamin Franklin dijo que "la cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices", sin duda todavía no sabía que pocos siglos más tarde seríamos capaces de inventar algo mejor que la cerveza: la cerveza con limón. A mí me gusta por muchos motivos, pero sobre todo porque para un filólogo amante de la dialectología, la sinonimia y los neologismos, la cerveza con limón es como una mina de oro, por eso, más que una bebida, un servidor la considera una bevanda veraniega, dicho así, a la manera de Ramon Llull. Además, como la obra del filósofo mallorquín, se trata de un refresco con alcohol absolutamente terrenal pero capaz de convertir cualquier instante mundano en una elevación hacia lo más divino, pero gracias a su toque amargo pero sutilmente cítrico, llena los nuestros labios de felicidad con el amor de alguien más importante que Dios: la gente que amamos y con quien brindamos. ¿Quién inventó este milagro y por qué tiene un nombre diferente en cada sitio, sin embargo?
La bebida de los ciclistas
Empecemos por el principio. Alemania, principios de los años veinte del siglo pasado. En la localidad de Deisenhofen, a pocos quilómetros de Múnich, un fin de semana veraniego de 1922 se celebra una prueba deportiva en las pistas forestales habilitadas para la práctica del ciclismo. Ante la avalancha inesperada de gente, el propietario de la Kugler Alm, la única taberna local, teme que se le agote la cerveza y decide salir del paso con un invento improvisado: servir menos cerveza en cada jarra y terminarla de llenar con refresco de limón. El combinado, extraño e inusual, no disgusta para nada a los clientes, que encuentran en esa nueva bebida no solo un refresco que les calma la sed, sino que además contiene menos graduación alcohólica y, por lo tanto, les permite reducir el riego de sufrir accidentes de circulación durante la práctica del ciclismo.
Esa humilde creación de Franz Xaver Kugler -a quien si queréis podemos llamar Nuestro Señor- llega rápidamente a Múnich, donde todas las cervecerías de la ciudad empiezan a servir esa nueva bebida bautizada como Radler ("ciclista" en dialecto bavarés). O sea, que en su origen la cerveza con limón era en el mundo del ciclismo lo que ahora son los botellines de agua isotónica, por bien que imaginarnos a un velocista dándole al botellín de cerveza en plena contrarreloj del Tour de Francia es más difícil que moverse por España, pedir una cerveza con limón y que te entiendan a la primera.
Los mil nombres de un milagro
San Franz Xaver Kugler, que injustamente aún no está canonizado en el Vaticano, nunca supo la que había liado con su invento. No solo porque en ningún otro país a parte de Alemania se denomina con términos ciclistas a la cerveza con limón, sino porque en España tiene más denominaciones distintas que ciclistas españoles han ganado el Tour. Y no son pocos. Nadie puede afirmar con certeza donde se sirvió la primera cerveza con limón, pero según parece, el origen se remonta a mediados de los sesenta, cuando La Casera empieza a comercializar gaseosa con limón, la gente empieza a mezclar la cerveza con esa gaseosa, otros la mezclan solo con limonada y se arma el follón: hay quien la denomina clara indistintamente si la mezcla es con gaseosa o con limón, mientras que hay quien la denomina clara solo cuando de trata de una de las dos formas.
En Madrid, las dos Castillas y Andalucía, una clara es una cerveza con gaseosa y una clara con limón es una cerveza con limón. Lógico, ¿no? Pues aunque parezca simple, en Galicia y Asturias una clara es solo con limón, y funciona a la inversa que antes: si se desea con gaseosa, hay que especificar que se pide una clara de gaseosa. En el País Vasco la cosa aún se pone más interesante, y no solo porque allí una clara es siempre cerveza con gaseosa, sino porque si la queremos con limón, se denomina de distinta forma depende de la ciudad donde la pidamos: si estamos en Bilbao, una cerveza con limón es una pika, pero si estamos en San Sebastián, es una lejía. A pesar de todo, el gran colmo de la confusión se genera, sin lugar a dudas, en Cataluña y el País Valenciano, donde aparece el concepto xampú.
La auténtica guerra civil catalana
Como si de una conexión disléxica se tratara, en Barcelona una clara es una cerveza con limón y un xampú una cerveza con gaseosa, cosa que en Valencia es justamente lo contrario, pero el problema no reside solo allí, sino en que la mitad del territorio catalán, de Lleida hasta Tortosa pasando por Reus, usa la denominación contraria a la de Barcelona. La única fractura social existente entre los catalanes es esta, en realidad. Tarragona o Vilafranca, por ejemplo, conectadas por la antigua Via Augusta, distanciadas tan solo 40 quilómetros y, más allá de ser dos provincias distintas, separadas por una sola frontera mental mucho mayor que el Arc de Berà: en una ciudad una clara no es lo mismo que en la otra, generando tal confusión que son legión los habitantes de la provincia de Barcelona o Girona que no probaron la cerveza con gaseosa hasta que un día, de vacaciones en Cambrils o el congost de Mont-Rebei, pidieron una clara y les trajeron algo que ni llevaba limón ni era lo que querían.
Para alguien de fuera, somos el país exótico en el que es posible entrar en un bar pidiendo un champú, que a priori debería ser tan raro como entrar en una peluquería y pedir un gin-tonic. Por desgracia, el gran Joan Coromines nunca dedicó a la cerveza con limón el estudio filológico que sobradamente este brebaje reclama, pero, por eso debemos contentarnos en señalar, medio en voz baja, que posiblemente el 'champú' deriva fonéticamente del término shandy, que es la cerveza con limón hecha por los ingleses. De hecho, en Baleares y gracias al turismo internacional, la forma shandy es la más popular desde hace décadas, aunque en algunos lugares todavía resisten los héroes que llaman 'xopet' o 'mesclat' para hablar de la cerveza con limón . Todo ello es más complicado entender que decir las horas en catalán para alguien que no ha nacido en Catalunya.
Como decía aquel amigo mío, quizá sea cierto que pedir bien una cerveza con limón es más difícil que entender un poema de Carner, pero al mismo tiempo no cabe duda de que es la bebida más rica, filológicamente hablando, que existe. ¿Podremos algún día viajar por toda la Península Ibérica sin hacernos tantas preguntas, estresarnos en cada bar y tener que hacer cábalas mentales para pedir esta bebida celestial? Al fin y al cabo, si algo tiene la cerveza con limón es precisamente eso: hacer que nos olvidemos del estrés y del calor asfixiante para conseguir que el verano deje de ser una estación y se convierta en un lugar. Porque si el cronista americano George Will sentenció que "sin cerveza no hay civilización", estaremos todos de acuerdo en que nosotros podemos afirmar rotundamente que sin 'clara' -o 'champú'- no hay verano.