Hagan el favor, rememoren esto. En la apertura del capítulo «¿Hacemos las paces?», título que estrenó la segunda temporada de la serie ALF, el extraterrestre más ochentero lanza con tanta fuerza una lata de anchoas que atraviesa un valioso cuadro colgado en el comedor de los Tanner, su familia de adopción. El accidente tiene lugar mientras ALF enseña al pequeño Brian Tanner a jugar al «bouillabaisse-ball», el deporte nacional de Melmac, su planeta de origen. El juego es idéntico al béisbol pero en lugar de la bola se utiliza el ingrediente principal de la bullabesa —la tradicional sopa marsellesa similar a la calderada o al suquet—, es decir: se reemplaza la pelota por pescado. A consecuencia del incidente, la familia castiga al alienígena a dormir en el garaje, por lo que éste se propondrá reconquistar su cariño a través del estómago, obsequiándoles con refinados platos tales como unos huevos florentinos barnizados con zumo de mandarina glasé, quiche Lorraine o pato à l'orange. Será durante la preparación de esta última receta en que ALF, tras dejarse abierto el gas durante horas, volará por los aires la cocina de la infortunada familia Tanner en la hilarante secuencia que abre el artículo. Pero, entre aromas de cocina francesa chamuscada, casi pasa desapercibida la explícita alusión al desarme nuclear que tiene lugar durante la escena que sucede a la explosión, cuando un vecino mira el noticiario en la televisión. La referencia no es fortuita, todo lo contrario. Fueron numerosos los episodios en los que se hacía mención a la amenaza nuclear, hasta el punto en que, en el capítulo «Pennsylvania 6A5000,» el cuarto de la primera temporada, ALF contactaba por radio con el avión de Ronald Reagan, a la sazón presidente de los Estados Unidos, para asesorarle:

    «—Tengo una solución para el problema de las bombas atómicas: desháganse de ellas. Son peligrosas. […] Verá, solo tenemos un planeta, así que ¿porqué usted y los rusos no acaban con sus problemas?»

Al ponerse el alienígena a lo Miguel Gila a hablar de bombas por teléfono, los servicios de inteligencia interpretan que «A.L.F.» deben ser las siglas de un «grupo terrorista subversivo del Tercer mundo» y el FBI procede a la detención de Willy Tanner, el bondadoso padre de familia. El contexto histórico no podía ser más oportuno, igual que lo sería ahora, con la retórica bélica y nuclear de nuevo instaurada en la Asamblea de la ONU a causa de la invasión rusa de Ucrania. El capítulo se emitió el 13 de octubre de 1986, justo al día siguiente de celebrarse la Cumbre de Reikiavik entre el susodicho presidente americano y el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov. El deseado pacto por el desarme nuclear entre las dos superpotencias había fracasado en el último minuto porqué Reagan pretendía continuar con el programa SDI, la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como «Star Wars», un ambicioso plan, criticado por poco realista, —acientífico, incluso—, para cuyo diseño el presidente se había inspirado en las películas de serie B de su pasado como actor. La irrealidad del programa y su apariencia de ciencia ficción, con escudos y rayos láser colocados en el espacio, le valió la alusión a la popular saga galáctica de George Lucas.

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«Bouillabaisse-ball», el deporte nacional de Melmac. Foto: ALF Wiki - Fandom

Ronald Reagan hizo mandar este dulce como obsequio a los astronautas del transbordador espacial Challenger, convirtiendo estos caramelos en los primeros en viajar al espacio exterior (los segundos fueron los catalanes Chupa Chups, que los rusos se llevaron a la MIR para sustituir a los cigarrillos, como Johan Cruyff).

No fue la de ALF la primera llamada que Ronald Reagan recibía de las estrellas, pues es un hecho documentado que recurría a astrólogos para planificar los eventos importantes de su agenda. Lo que no sabemos es si consultaba el horóscopo antes o después de comer jelly beans, las coloridas grageas de jalea con forma de alubia, golosina que le chiflaba hasta el extremo de escribir una carta a la compañía en 1973, siendo gobernador de California, en la que confesaba: «no podemos empezar ninguna reunión ni tomar ninguna decisión sin pasarnos el tarro de grajeas». La empresa, lejos de horrorizarse ante la imagen de Reagan comiendo sus chucherías mientras decide la invasión militar de la universidad de Berkeley, la restitución de la pena capital o el desmantelamiento del sistema público de hospitales psiquiátricos, decidió festejar por todo lo alto tan azucarado idilio con el neoconservador, creando el sabor «Arándano» para su investidura presidencial en 1981, fastos en los que se consumieron más de, atención, tres toneladas de grageas Jelly Belly. Por su parte, al presidente se le ocurrió poco después aunar sus dos pasiones, a saber, Star Wars y las golosinas: en 1983 hizo mandar este dulce como obsequio a los astronautas del transbordador espacial Challenger, convirtiendo estos caramelos en los primeros en viajar al espacio exterior (los segundos fueron los catalanes Chupa Chups, que los rusos se llevaron a la MIR para sustituir a los cigarrillos, como Johan Cruyff). Durante la presidencia de Ronald Reagan, este consumía la friolera de 720 paquetes de jelly beans al mes. Se servían grageas en el Despacho Oval y el Air Force One, donde incluso mandó diseñar un porta-vasos especial para que sus Jelly Belly no se derramaran en caso de turbulencias. De este modo, cuando ALF llamó al avión oficial para solicitar el desarme nuclear, podemos imaginar qué chupeteaba el presidente al otro lado del hilo telefónico.

Explica el autor italiano satírico contemporáneo Daniele Luttazzi que «la sátira exhibe el cuerpo grotesco, dominado de las necesidades primarias (comer, beber, defecar, orinar, follar), para celebrar la victoria de la vida: lo social y lo corpóreo son unidos gozosamente en algo indivisible, universal y benéfico».

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Retrato de Ronald Reagan con el lema «Peace through strength», todo confeccionado con jelly beans. La paz armada de golosinas y armas atómicas. Foto: Flickr

Amorfismo Lejano Fantástico

Si alguna despistada persona centennial ha llegado hasta aquí, quizá engañada por la referencia a la nueva canción de Rosalía en el título del artículo, ALF fue una serie de televisión tremendamente popular en los ochenta, especialmente entre el público infantil, cuyo protagonista permanece pirograbado en la espongiforme memoria sentimental de los que fuimos a EGB. Ok, boomer. Se trataba de una suerte de parodia de E.T.: El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), creada por Paul Fusco, quien además movía la marioneta y prestaba la voz al personaje en la versión original. Se emitió entre 1986 y 1990, coincidiendo con el segundo mandato de Ronald Reagan. La trama era más o menos la que sigue: una nave espacial se estrella sobre el garaje de una familia de clase media en un suburbio de Los Ángeles, los Tanner, formada por Willy, un trabajador social aficionado a la ufología y las radiocomunicaciones, su esposa Kate, la hija adolescente Lynn, el retoño Brian y Lucky, el gato. El clan rescata al ovninauta, inconsciente por el golpe, y le llevan al salón. Le apodan «A.L.F.» como acrónimo de Alien Life Form (forma de vida extraterrestre) o «Amorfismo Lejano Fantástico» en el psicotrónico doblaje al español. Cuando el hirsuto visitante despierte, y tras solicitar comerse al gato, sabremos que procede de un planeta con forma de huevo llamado Melmac, del que escapó cuando éste estaba a punto de estallar, no por una guerra nuclear, sino a causa de que «todos los habitantes enchufaran el secador de pelo al mismo tiempo.» A pesar de las reticencias de Kate, la familia lo oculta de las autoridades anti-extraterrestres y acabará por cederle la cabeza de la mesa familiar; decisión de la que no llegarán a arrepentirse pese a su comportamiento irritante, constantes destrozos en el mobiliario, «pelos en el bote de mostaza» y las incesantes tentativas de echarse al coleto al gato Lucky.

ALF, como todo melmaquiano, cuenta con solo cuatro dientes para saciar el pantagruélico apetito que le exigen sus ocho estómagos. Y la referencia al conjunto de novelas protagonizadas por los gigantes bondadosos y comilones Gargantúa y Pantagruel, escritas por François Rabelais en el siglo XVI, no es baladí. ALF era una marioneta, al estilo Jim Henson, pero cada vez que se requería un plano general era el enano circense Michu Meszaros quien se enfundaba la piel del extraterrestre. Gigantes legendarios o alienígenas enanos, representan lo mismo: cuerpos grotescos. Explica el autor italiano satírico contemporáneo Daniele Luttazzi que «la sátira exhibe el cuerpo grotesco, dominado de las necesidades primarias (comer, beber, defecar, orinar, follar), para celebrar la victoria de la vida: lo social y lo corpóreo son unidos gozosamente en algo indivisible, universal y benéfico». Y el grotesco contraste entre el diminuto tamaño de ALF y su gula colosal —sólo comparable a la de Reagan con las Jelly Belly— fueron el leitmotiv cómico de la serie.

Este artículo continuará la próxima semana. Vuelvan, será divertido y escalofriante a la vez. Hablaremos del gato de Shrödinger, de comer gatos, de gatos que comen makis y chicken teriyaki, de H.P. Lovecraft, de Aleister Crowley, de patafísicos y alquimistas. Todo ello si una bomba H no nos extermina antes a todos. Coman y beban bien, y disfruten de este fin de semana como si fuera el último.

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 Refugio antiatómico con la despensa bien surtida, años 50. Foto: Food and American Studies