En Barcelona, como a todas las ciudades con una presión turística importante, hay un debate abierto. Durante las últimas décadas, las administraciones competentes han trabajado con afán para atraer turistas y se nos enorgullece que nos escojan como uno de los mejores destinos del mundo. Pero este orgullo no es obstáculo porque el turismo provoca aglomeraciones, aumenta los precios de las viviendas expulsando a los barceloneses de los barrios más céntricos y la cantidad de pisos turísticos molestan los vecinos. No nos gusta el turismo de masas, el turismo sin conciencia ni respeto, el turismo que ha pasado por nuestra ciudad sin enterarse donde está, sin interesarse por nuestra cultura.
A menudo oigo que el turismo que deseamos es el de alto nivel que, para hacernos entender, es sinónimo de gente de pasta. A ver si un día oigo decir que lo que queremos es turismo de valores, aquel que quiere disfrutar de la ciudad sin impactar negativamente o, como decía mi yaya, cuándo solo la oíamos la familia: dejando la mierda para que la lavemos nosotros. Maldecimos los turistas y cuando queremos menospreciar hablamos de "la gente". "La gente" es aquella masa informe que brilla por su poca cultura, poca sensibilidad y se aprovecha de todo lo que pilla. Y siempre hablamos de "la gente" frunciendo el ceño y levantando la barbilla, porque nosotros, por descontado, les damos mil vueltas.
Viajar al extranjero, pero conocer la cultura de casa
La verdad es que yo soy poco de viajar. Claro que me gusta recorrer el mundo, ver otros paisajes y conocer personas y costumbres bien alejadas de mi pan con tomate, pero con los pocos días que pasamos en las destinaciones poca cultura puedes captar. Me inquietan los trámites en los aeropuertos, me indigna la sensación de ser tratada como un delincuente en los controles de acceso en las puertas de embarque y las esperas se me hacen eternas.
Sin embargo, con las hermanas (somos muchas) y sus coletillas familiares (hijos, sobrinos y nietos) miramos de hacer un viaje al año. Forzosamente, tiene que ser un viaje corto porque todas tenemos trabajo o, las más pequeñas, escuela. Siempre vuelvo del viaje con la sensación de no habernos enterado de casi nada de la cultura del país donde hemos pasado de puntillas y de haber ido a parar a los establecimientos con más cartón piedra por centímetro cuadrado de toda la ciudad, aparte de estar convencida de haber caído a todas las pequeñas picarescas de los captadores de turistas bobos.
Siempre vuelvo del viaje con la sensación de no habernos enterado de casi nada de la cultura del país donde hemos pasado de puntillas
Pero el objetivo real del viaje con la familia es estar unos días juntos y fortalecer vínculos porque la frenética cotidianidad inevitablemente nos aleja. Este año hemos ido a Cracovia, cuatro días. Escogimos el destino porque tenemos un sobrino estudiando una carrera universitaria. No os hablaré de las vicisitudes, las anécdotas, las bromas. Solo os puedo decir que no planificamos mucho. Polonia es un país que, como todos, tiene una gastronomía mucho más rica de lo que puedes percibir con una visita apremiada, paseando por los lugares más turísticos. Ya he dicho que el objetivo del viaje era más emocional que gastronómico.
Solo os hablaré de la anécdota que da sentido a este artículo que estoy escribiendo, la que me hizo darse cuenta de que yo también soy "la gente" que tanto criticamos los que nos dedicamos a la restauración, "la gente" que se enzarza como leones delante de una mesa donde todo está gratis, como nos pasó a nosotros en un trayecto de tren que tuvimos que hacer en primera por nuestra clásica falta de planificación. La azafata del tren nos ofreció bebidas y refrigerios que rechazamos porque no teníamos hambre ni sed. Cuando nos enteramos de que todo era gratuito para los que íbamos en primera, nos vino un ansia de hambre y sed que nunca superará a los turistas más hambrientos y arrastrados.
Aquel momento fue cómico, pero muy revelador. Nosotras también somos "gente" y somos "turistas" normales, como la gran mayoría. Quizás, como mis hermanas y todo el grupo, los turistas buscan un rato de fraternidad (de sororidad, en mi caso), unos instantes de desconexión, minutos de calidad en un entorno diferente del habitual o, simplemente, estar allí y disfrutar del momento.
Una de las misiones de los barceloneses, también de los que tenemos negocios de restauración, es que el perfume de Barcelona no sea el de las paellas recalentadas, sino el de guisos que reforzarán el recuerdo
Dentro de un tiempo, sin saber como, recordaremos recortes de las calles que pisamos, el perfume de la ciudad volverá a nosotros repentinamente y nos volveremos a emocionar. Quizás paso eso, también, con Barcelona. Quizás toda esta "gente", todos estos "turistas" que ahora nos molestan evocarán la ciudad que, por unos días, les permitió ser moderadamente felices. En todo caso, una de las misiones de los barceloneses, también de los que tenemos negocios de restauración, es que el perfume de Barcelona no sea el de las paellas recalentadas, sino el de guisos que reforzarán el recuerdo. No es fácil, pero es posible y haremos un gran bien a los turistas y a nosotros.