El 5 de octubre de 1979, en el marco de la Fiesta de la Letra, el poeta Joan Brossa organizó la primera Ruta antiturística por la ciudad de Barcelona. Esta comitiva, que el periodista Lluís Permanyer tildó de "peregrinaje laico", empezó en el Liceu, siguió por una tienda de máscaras y capgrossos, prosiguió por un paseo en golondrina, y así hasta visitar espacios tan extraordinarios como una perrera o asistir a un espectáculo de striptease en la Estació de França. Lo que resulta una ironía del destino, sin embargo, es su paso por el Mercado de la Boqueria; hoy, uno de los epicentros turísticos de la ciudad, el cual ni un adelantado a su tiempo como Brossa se imaginó convertido en un auténtico putiferio gastronómico. Para aquellos y aquellas que no cruzáis la Diagonal, o que vivís al margen del smog fotoquímico (sí, esta burbuja cancerígena que envuelve casi permanentemente la ciudad), que sepáis que la Boqueria vuelve a ser uno de los rincones más fascinantes de la ciudad condal. Como mínimo, para intuir las tendencias apocalípticas que nos amenazan, la mayoría de las cuales tienen con la cultura de alimentarse una vinculación muy especial. Sin embargo, este mercado no es el único rincón de la ciudad donde anticipar los desastres metabólicos que nos esperan. De hecho, en cualquier supermercado, supermercado fantasma, aplicación de comida para llevar, panadería de barrio, bar o restaurante (siempre con alguna excepción, claro está), se puede llegar a la misma nefasta conclusión, aunque de una forma más aburrida que entre las papelinas de frituras, las patatas en espiral, las montañas de golosinas o las frutas imposibles (cuya huella de carbono sobrepasa cualquier límite conocido) de la Boqueria. Ahora bien, si este mercado es el lugar donde suenan los violines mientras se hunde el barco, os aseguro que la sala de máquinas se encuentra en cualquiera de las playas de la ciudad. Y quien lo dude, que coja la línea amarilla y que se pasee como quien no quiere la cosa por Icària, el Bogatell o por alguna de estas.

"Ante este panorama, me pregunto si los socorristas también controlarán la arena; no sea que a alguien le pille un síncope digestivo o directamente un ataque cardiaco"

The Picnic Polo by Kentucky Fried Chicken, 1952 / Marketing directo

Una postal dantesca

Para recorrer las playas de Barcelona y darse cuenta de la tragedia que pronostican, es necesaria una mirada brossiana; es decir, una mirada atenta y crítica, que no se deja llevar por las apariencias y que cuestiona instintivamente todo lo que observa. Normalmente, la mejor hora para realizar este ejercicio de antropología urbana es entre semana, a media tarde, o los fines de semana a partir del mediodía. No obstante, cuando la luz crepuscular hace acto de presencia y los chiringuitos suben la música para sincronizarse con las cervezas, este paseo alcanza un sabor interesantísimo, el propio de cualquiera de los relatos de W.G. Sebald o del mismo Josep Pla. Así pues, cuando llegues, intenta pasar página de la primera escena; de los bañistas, de los jugadores y jugadoras de voley, de los mossos de esquadra que vigilan a los carteristas que ya no caben en la Boqueria. Y, tan pronto como puedas, fija tu atención en aquello que nos ocupa: los alimentos que picotea la multitud de personajes agrupados o espatarrados en la arena, los restos y rastros que se acumulan en los cubos de la basura y, sobre todo, el McDonalds que preside la estampa —sí, más allá de los cuatro chiringuitos de arroces, las playas entre las Torres Mapfre y el Fòrum están bajo la influencia de un templo de la comida rápida donde la gente hace cola para ir al lavabo y comprar hamburguesas por igual. Como comprobaréis, la postal es dantesca. No hay melones, ni ensaladas de tomate, ni tuppers con tortilla de patata. Desgraciadamente, sólo comida basura: snacks ultraprocesados, sucedáneos de bolsa, chocolatinas, bollería industrial, gaseosas, bebidas edulcoradas y Big Macs, claro está. Ante este panorama, me pregunto si los socorristas también controlarán la arena; no sea que a alguien le pille un síncope digestivo o directamente un ataque cardiaco.

¿El mejor plan del verano? / Foto: Mc Donald's

"No os olvidéis del vino, de la nevera isotérmica, de las copas y del sacacorchos; que el acto de quitarle el tapón a una botella en la playa es de las cosas excitantes que existe"

Éxtasis en la arena

No es ninguna novedad que la playa presenta algunas complicaciones logísticas. A mí, lo reconozco, la arena me molesta muchísimo, y la simple idea de morder accidentalmente alguno de sus granitos me saca francamente de quicio. No obstante, nada justifica la susodicha decadencia. Es más, ante las adversidades, con más motivo hay que extremar nuestras respuestas; lo cual significa, en el marco de un pícnic en la playa, la posibilidad de apostar por alguna de tus mejores recetas. Desde principios de año, un servidor ya ha desplegado sobre la arena un empedrat, unas habas a la catalana, e incluso un pulpo estofado con patatas. Y creedme: al margen de la satisfacción de compararse con el vecino o vecina (lo cual da una cierta angustia en la playa de Barcelona), el murmullo de las olas sumado a los verdaderos placeres del vientre provoca un éxtasis único, incomparable en el de unos sabores parecidos fuera de este ecosistema. Ah, y ya que estoy, sobre todo no os olvidéis del vino, de la nevera isotérmica, de las copas y del sacacorchos; que el acto de subir el tapón en una botella en la playa es de las cosas excitantes que existe. Dicho todo eso, mi aportación de hoy tenía sólo esta motivación: la de espolearte a preparar unos pícnics lo más naturales, saludables y memorables este verano y a sabotear, una vez más, cualquier intento de la industria de matarte lentamente, mordisco a mordisco, esta vez en la arena, como si fueras un soldado norteamericano el día D.

Cesta de pícnic apocalíptico / Foto: Billie Cleyron