Los hoteles son lugares extraños. Nada acaba de encajar del todo, incluso en los hoteles más lujosos. Una pequeña rayada en la ducha, una cortina que no cierra bien, una tele un poco demasiado grande (o torcida). De hecho, ni uno mismo encaja; al fin y al cabo, a pesar de toda hospitalidad, estamos fuera de lugar, fuera de casa, fuera de la ciudad o del país. Y a la vez, los hoteles son casa e, incluso, son refugios gastronómicos.
Muchos viajamos por todas partes para comer. O porque trabajamos comiendo. O porque estamos como un candil. Nos es impensable tomar del hotel más que agua o, incluso, café y el desayuno. Poner los pies lejos de casa significa ir a buscar nuevas oportunidades para probar todo tipo de manjares desconocidos, o de conocidos excepcionales. De manera que abrimos la puerta de la habitación, dejamos el equipaje y salimos a ver si aquellos sitios que nos hemos guardado en el mapa son tan buenos como parecían. Pero los bares de los hoteles ofrecen un intangible muy importante: allí podemos encontrar el confort de platos universales que son siempre una apuesta segura y quizás la mejor en según qué circunstancias, pero difícilmente la mejor.
Cuando pienso en todo eso, pienso en una receta en concreto: el famoso Club Sandwich, un bocadillo de pan de molde untado con mayonesa, rodajas de tomate, lechuga, pollo, queso, lonjas de tocino, y se acompaña de patatas chips. Hay algunas variantes: hay quien pone unos huevos a la plancha muy hechos o, directamente, huevos hervidos; unos tuestan bien el pan, los otros, ni demasiado ni poco (no hagáis eso, solo seca el pan), y otros nada, o lo ponen integral, como manda el canon. Pero, en definitiva, en Viseu, en Madrid, en Cangas de Onís, en San Francisco y en Shanghái, un Club Sandwich es lo mismo.
El Club Sandwich no es el paradigma de la exquisitez, no es aventura ni descubrimiento, sino pura comodidad. Es un bocadillo que no tiene mucha gracia, pero que es bastante conveniente
Es decir: es un bocadillo que no tiene mucha gracia, pero que es bastante conveniente. Aunque siempre queda seco porque nadie lo plancha (a veces hay algunas mentes diabólicas que lo hacen de dos pisos y todavía queda más seco), es un bocado que es fácil y rápido de preparar. A veces, porque estás baldado o porque tienes que trabajar o porque no tienes tiempo para salir del hotel o por todo ello, un Club Sandwich te soluciona la comida en un momento. Tarda unos 20 minutos a llegar, no es demasiada teca ni demasiado poca, tiene proteína que atiborra el hambre, un poco de todo y mantiene una constancia allí donde vayas.
Ahora bien, no nos olvidemos de que el Club Sandwich es la opción mediocre. ¿Si se ha extendido por todo el mundo, tan mediocre no debe ser? Ahora hablamos de una cuestión de organoléptica, a gusto, de disfrutar de aquello que tienes delante. Y el Club Sandwich no es el paradigma de la exquisitez. No es aventura ni descubrimiento, sino pura comodidad, y todavía más si lo pides al servicio de habitaciones. Por poco que se pueda e, incluso, por mala que sea la experiencia, salir a conocer la gastronomía local siempre será más enriquecedor que un bocadillo globalizado en un hotel.