Siempre había pensado que no había nada más absurdo que el color azul de los caramelos Sugus de piña, sobre todo porque nunca he visto una piña azul, pero hace un par de años me di cuenta de una anomalía que increíblemente nunca me había chirriado: llevo toda la vida llamando vi negre a una de las cosas que más me gustan del mundo, el vino tinto, pero que curiosamente no es negro. Necesité un poco de humor tonto para darme cuenta de ello. El año 2019 resulta que el Ayuntamiento de Palma publicó una campaña institucional en las redes sociales en la que recomendaba borrar el racismo del lenguaje, pero patinó de lo lindo. "Tendré que dejar de pagar con dinero B" en vez de "dinero en negro", decía uno de los carteles que proponían borrar el racismo mientras al mismo tiempo fomentaban la corrupción. La reacción a las redes no se hizo esperar, y empezaron a correr memes que imitaban la campaña, pero con frases todavía más chaladas. Como el diseño y el estilo tipográfico eran idénticos, la gente dejó de saber qué carteles eran los oficiales del Ayuntamiento de Palma y cuáles eran falsos, por eso la polémica acabó de estallar del todo cuando un cartel sugería decir "vino de tonalidad intensa" al "vi negre". Era de los falsos, sí. Era una broma, en efecto. El Ayuntamiento retiró la campaña oficial, también. Ahora bien, aquella bromita sirvió para que muchos nos preguntáramos una cosa que no tiene nada de tonto: por qué caray en catalán llamamos vi negre en el vino tinto.
Cuándo decir vino tinto tiene una causa poética
¿Cuántas veces en la vida has visto escrito 'vi vermell' en una etiqueta de vino catalán? Por no hablar de las cartas de restaurantes, claro está. De hecho, recuerdo que la primera vez que vi 'vi vermell' en la carta de Cal Xim, en Sant Pau d'Ordal, pensé que se trataba de algún tipo de vino especial, elaborado de manera extraña o con una calidad diferente del vino tinto; si existen los vinos naranjas, que son los vinos brisados de variedades blancas, maceraciones con pieles y sin sulfitos, no sería sorprendente que existieran los vinos rojos. La paradoja, sin duda, es que estos vinos rojos existen desde hace siglos, ya que son los vinos que todos conocemos. La duda, pues, es comprender en qué momento de la historia dejamos de llamar 'vi vermell' al vino de color rojo, que es como se había llamado durante una pila de siglos, para pasarlo a llamar 'vi negre'.
La respuesta es sencilla: como dice el eslogan, Spain is different, por eso España es el único país de Europa donde los vinos de tonalidad roja no se llaman como tal. Los franceses tienen el vin rouge, no vin noire. Los italianos el vino rosso, no vino mero. Los ingleses el red wine y los alemanes el rotwein, pero los españoles, mira por dónde, decidieron llamar vino tinto al vino rojo porque durante el Siglo de Oro, en el s.XVII, el vino que más se bebía era más bien sucedáneo de vino: no estaba elaborado como los vinos tintos que hoy conocemos, sino que era vino blanco clareado con un poco de vino tinto, más caro de hacer. Se |llamaba vino clarete, que suena a vino de garrafón servido en un vaso de plástico en algún concierto de La Polla Records. Quien lo bebía no era Evaristo, sino los Quevedos, Calderones y Góngoras de turno, y como adulterarlo de esta manera era como teñirlo, empezó a decirse vino tinto, que efectivamente deriva del latín tinctus.
Cuándo decir vi negre, en realidad, tiene una causa política
¿Qué tiene que ver todo eso con el hecho de que los catalanes digan vi negre a lo que se llamaba 'vino rojo'? Pues el mismo motivo por el cual en Argentina, Portugal, Chile, México y el resto de países que vivían entonces bajo el yugo del imperio hispánico también hoy se habla de 'vino tinto'. En efecto, hasta el Decreto de Nueva Planta la forma más recurrente en catalán para referirse al vino tinto era 'vi vermell', ya fuera escrito en latín en escritos del siglo XI que hablan de expresiones como «Te alias dúos modios vino vermiculo» y escrito en catalán en los libros de fray Miquel Agustí, agrónomo, Prior del Templo de Perpinyà y autor del Llibre dels Secrets d’Agricultura, Casa, Rústica i Pastoril, editado el año 1617 y donde ya se nos detalla que «Lo vi vermell el coneixereu quan serà fet, quan veureu que la tina no bull i lo vi està desota la brisa, i aleshores colareu lo vostro vi vermell». La elección del adjetivo 'vermell', sin embargo, no era ninguna licencia literaria; en las Actas municipales del Consejo Municipal de Tarragona, las fechadas entre 1358 y 1360 durante la prohibición de la entrada de vinos foráneos en la ciudad, ya mencionan que «L’arquebisbe es compromet a no entrar vi blanc ni vermell de cap classe per a vendre o per a contractar...».
La ocupación del Principat en el siglo XVIII y la consiguiente derogación de los derechos nacionales de los territorios de la antigua Corona de Aragón provocó que, cuando menos en el ámbito oficial, administrativo, mercantil y comercial, el vino tinto castellano cada vez fuera ganando más terreno al 'vi vermell', reducido estrictamente al ámbito coloquial y privado. Con el paso del tiempo, sin embargo, el adjetivo 'vermell' acabaría siendo sustituido popularmente por 'negre'. Puestos a asimilar de manera extranjera la manera de llamar a un bien de Dios como es el vino, ya es mala suerte que los catalanes no quisiéramos poner un poco de poesía y apostar por una adjetivación más lírica. 'Vi tintat' habría sido una opción propia de un estudiante de Traducción e Interpretación, por ejemplo. 'Vi fosc', la opción de un estudiante de Bellas Artes. Pero como un servidor estudió Filología Catalana y Teoría de la Literatura, no puedo evitar sentir cierto pesar viendo que dejamos escapar la gran oportunidad de ir por el mundo hablando de cómo es de bueno el 'vi tenyit' catalán. Finalmente nos decidimos por 'negre', que es el adjetivo que habría escogido un estudiante de Criminología que tiene forradas fotos de Carles Porta en la carpeta de la universidad.
Todos los colores del rojo
Aunque en el siglo XIX ya casi en ningún sitio del país se hablaba de 'vi vermell', la revitalización de la lengua impulsada por la Mancomunidad y la normativización de Pompeu Fabra pusieron el foco en los aspectos léxicos más concretos del catalán, también los referentes en el mundo del vino. Si Francesc Eiximenis en Golafre eclesiàstic decía que «dels vermells de la terra no en bec» refiriéndose en los vinos de Sagunt y Joanot Martorell en el Tirant lo Blanc describía «una donzella d’una pell tan blanca que en traguejar vi roig la gola se li transparentava i en quedava tenyida», nuestros queridos héroes de la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans, el año 1913, seguro que debieron tener fuertes discusiones para decidir como había que llamar al vino que no era blanco. La opción de 'roig' nunca acabó de coger fuerza -quizás porque en el primer tercio del siglo veinte el término 'rojo' ya tenía una fuertísima connotación política- pero el adjetivo 'vermell' siguió generando simpatías, incluso después de la derrota de 1939: el mismo Josep Pla afirmaba, por ejemplo, que la manera más correcta de llamar al vino tinto en Catalunya tendría que ser 'vi vermell'.
¿Vermell? ¿Roig? ¿Vermellós...? Según el modelo de color RGB, que es lo que se utiliza para definir la composición de los colores a partir de la intensidad de los colores primarios de la luz, existen hasta treinta y cinco coloraciones diferentes de rojo, algunas con nombres tan pomposos como carmesí, hermatita, gules, almagre, roig teula o cardenal que muy seguro harían las delicias de Josep Carner. Lo que no se sabe tanto, sin embargo, es que no sólo también hay el rojo Ferrari o el rojo neón, que harían las delicias de Marinetti, sino que existen el rojo Borgoña, el rojo Burdeos e incluso el rojo Sangría, pero en ningún caso el 'rojo Priorat', el 'rojo Sumoll' o que sé yo, el 'rojo novell del Montsant'. Es una auténtica lástima, pero mirándolo bien es el mar de lógico, sobre todo teniendo en cuenta que en el total de los Países Catalanes, a pesar de los grandes vinos elaborados actualmente en Catalunya, las Baleares o el País Valencià, son escasas las bodegas que se aventuran a denominar como 'vi vermell' los vinos tintos que hacen. Sin duda, cambiar algún día este paradigma y recuperar la denominación genuina, autóctona e histórica para los vinos tintos depende de los productores, los bodegueros, los sumilleres, los publicistas o los enólogos de nuestro país. O sea, de los mismos que hace ya décadas demuestran día tras día que el vi negre de las denominaciones de origen catalanas, si alguna cosa no tiene, por suerte, es un futuro teñido de negro.