Qué prodigio las chicas de natación sincronizada. No entiendo ni una pizca ni soy capaz de levantar un pie fuera del agua durante más de medio minuto, pero me maravillan sus armónicas coreografías y la pulcra ejecución que, como todos los artistas, tienen la capacidad de transmitir como si fuera natural, innato y fácil. Pero todos sabemos que es el resultado de entrenamientos durísimos, de perseverancia y esfuerzo titánico. En los recientes Juegos Olímpicos de París, el equipo chino de sincronizada, entrenado por Anna Tarrés, ha sido el ganador de la medalla de oro. Viéndolas piensas que son de otro planeta, que están hechas de otra pasta. Tiene que ver la cultura, los valores, sí, pero estoy segura de que están realmente hechas de otra pasta. Son lo que han comido y, por lo tanto, seguro que una de las razones de su potencia, de su fuerza, reside en lo que comen.
Son lo que han comido y, por lo tanto, seguro que una de las razones de su potencia, de su fuerza, reside en lo que comen
A la vuelta de uno de los viajes a China, la Tarrés, con quien somos amigas de hace años, me trajo un cesto a rebosar de productos autóctonos, de lo que diríamos la cocina "real" china. Le agradecí profundamente que el "souvenir" fuera alimentario, fungible y que me deje en la memoria un recuerdo eterno. Aprovecho para hacer un ruego. No es desagradecimiento, sino al contrario, es un servicio público y alguien lo tenía que decir. Por favor, a todos aquellas personas de buen corazón que siempre tenéis presente a los amigos y familiares y les queréis hacer un regalo recordatorio del maravilloso viaje que estáis haciendo: las figuritas de elefantes con lentejuelas, de pretendidos aborígenes con lanzas, de dudosos dioses africanos con falos erectos... tienen mucha gracia en la cabaña-tienda del poblado que estáis visitando, pero no sabemos en qué cajón esconderlo en el piso del Eixample ni le queremos sacar el polvo durante los próximos treinta años. El ruego es que si queréis sorprender a alguien (al menos, a mí) nos traéis ingredientes exóticos y, de paso, la manera como se cocinan. Así, tendremos el deber de invitaros a comer y nos podréis explicar el viaje con detalle. ¡Estrategia redonda! Yo, de veras, os lo agradeceré profundamente.
El ruego es que si queréis sorprender a alguien (cuando menos, a mi) nos traéis ingredientes exóticos y, de paso, la manera como se cocinan
Volviendo al cesto que me trajo Anna Tarrés de China, deciros que quedé bien azorada porque no conocía ninguno de los productos, ¡ni uno! Nunca los había visto ni sabía el nombre y no sabía ni como ponerlos a la cazuela. A pesar de ser muy poco viajada (el oficio me lo complica, la verdad), he probado alimentos bien curiosos como los insectos fritos, carne fermentada, canguro, Vegemite y especias que es mejor no saber que son. Pero chico, aquello que me trajo Anna Tarrés de China, me dejó fuera de juego. Como no soy de rendirme, pero tampoco de tirarme a la piscina sin saber nadar, fui a pedir traducción - en cuestión de ingredientes, significa que te expliquen sobre todo cómo se cocinan y cómo se comen - al chico del bazar chino del barrio. Y así he descubierto unas minúsculas gambas secas que se hidratan o se comen tal como vienen como saboreador. Son como si pusieras una pastilla de Avecrem pero con sabor amplificado a decibelios de altavoz de un 'hiphopero' de calle. También he descubierto unas algas deshidratadas que te envían al más profundo abismo marino al primer bocado, con las cuales he hecho unos fideos que nos han transportado al Shanghái de principios de siglo. También he descubierto los pepinos amargos y estos, amigos, son para catadores intrépidos y avanzados. Poca broma, la intensidad de la amargura es nivel superior. Tienes que ser fuerte para tragártelo. Comiendo el pepino, con muecas mal disimuladas, he pensado que quizás es el secreto de la fortaleza de las chinas ante los retos y las adversidades. Seguiré insistiendo.