Hace un año escribía sobre tres delicias nuestras para intentar revertir la tendencia desmesurada por la moda del momento —qué era, el smash burger? ¿El bubble tea? ¿Quién se acuerda? ¡Huid como del apestado de los anglicismos que apuntalan la burbuja gastronómica!— con un poco más de conocimiento del cual hace siglos que comemos por el país. Ahora vuelvo con dos clásicos de la cocina catalana y un feliz hallazgo.
El Vilosell es el último pueblo de la provincia de Lleida, en la comarca de las Garrigues. En la plaza de Sant Sebastià está el Bar Centre, espacioso, con ventanales a ambos lados, perfecto para encontrarse con el grupo y hacer unas tapas, un menú o una buena timba. Tere y Francesc hace siete años que lo llevan y todo el mundo está encantado. Un día cualquiera se puede hacer un menú espléndido por 12 € y puedes probar cassola de tros, un plato típico de la región. Es un plato sencillo, de aquellos de sacar el vientre de mal año cuando te coge el hambre en el campo después de horas de deslomarte y que se cocina con lo que tienes a mano —en este caso, patatas y espinacas, un poco de carne (tocino, costilla, butifarra) y un puñado de caracoles. Con un poco de maña, todo casa y se suaviza y llena, pero no deja estacado. En el Bar Centre del Vilosell la hacen buenísima.
Si los italianos tienen la pizza, los mexicanos los tacos y la India el naan, aquí tenemos la coca de recapte
A menos de una hora a pie, por un camino precioso entre viñas, bosque y olivos se llega a Vallclara —que ya es provincia de Tarragona, comarca de la Conca de Barberà-, un pueblecito pequeño de menos de cien habitantes abrigado al pie de las montañas de Prades. En la calle Major, pasada la iglesia, está el horno, que hace años que tiene gran renombre por los panes y las cocas. Amasa Manel, hijo de la panadera poeta Filomena y a primera hora de la mañana despacha su mujer Lluïsa. La coca de recapte que hacen es motivo de peregrinaje: si los italianos tienen la pizza, los mexicanos los tacos y la India el naan, aquí tenemos la coca de recapte. Como la mayoría de las comidas tradicionales y populares, se hace con ingredientes baratos y lo que tienes a montones—de temporada—, lo que ha sobrado —aprovechamiento— o en la despensa —la milenaria supervivencia. La del horno de Vallclara es la mínima expresión —la masa finísima de harina y aceite, cebolla y algún trocito de tomate— y la verdad es que no le añadirías nada más —algunos le ponen butifarra o sardina o pimientos— porque no le hace ninguna falta: cada bocado es una fiesta, como si te comieras una muestra concentrada del país y nuestra historia.
De Vallclara a Montblanc hay una horita en bicicleta o veinte minutos en coche. Allí, en una esquina soleada de la plaza Major, donde había una antigua farmacia, hace tres años que está el restaurante Cúmul, fruto del empuje de un grupo de jóvenes de los recovecos, Pol, Ivette y Gerard. Con ganas de decir la suya, tienen una carta de vinos con más de cien referencias (una treintena de la misma Conca de Barberà y algunos franceses, austríacos y chilenos escogidos con acierto) y una carta llena de sorpresas como los "callos" con vieira y germinados, la alcachofa confitada (con puré de aguaturmas y katsuobushi, bonito seco) o las fabulosas albóndigas de ciervo, que culminan el triunvirato de hoy. Con patatas rubias a dados, setas y crema de coliflor, estas albóndigas de caza de proximidad son una maravilla de sabor y textura: la potencia de la carne coge una melosidad extraordinaria y esta combinación las vuelve memorables.
Ya lo veis: en poco más de veinte kilómetros tenemos, a caballo entre provincias, en tierra de secano y junto al Real Monasterio de Poblet, tres muestras de la gran variedad y riqueza de nuestra gastronomía. ¡Id, probadlas y extended la buena nueva!