Y finalmente el jueves 20 de marzo el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Prevención de las Pérdidas y el despilfarro alimentario. Vamos tarde, teniendo en cuenta que el Parlamento de Catalunya ya aprobó la nuestra en el 2020 y ahora está en proceso de elaboración del Reglamento, la normativa que hará aterrizar la ley en forma de normas y sanciones en el caso de incumplimiento.

¿Cuántas veces lo he dicho y lo he clamado? De hecho, no habría que escribir este artículo, podría recuperar cualquiera de los que he escrito antes y, a buen seguro, que nadie se daría cuenta. Porque los activistas en la lucha contra el despilfarro alimentario repetimos como una letanía los impactos sociales, económicos y medioambientales que supone tirar injustificadamente uno de cada tres alimentos que se producen en el mundo. Lo escribo en números para que se lea más claro: tiramos 1 de cada 3 alimentos que se podrían aprovechar a lo largo de toda la cadena alimenticia desde el origen en los hogares.

Es como si llegando a casa del mercado con tres cestos llenos de alimentos buenos, tiráramos uno por la ventana porque no nos gusta el color de la fruta o porque no nos cabe en la nevera. Las causas del despilfarro son muy diversas a lo largo de la cadena y son difíciles de enumerar. Pero es una buena práctica hacer, en casa y en familia, un inventario de lo que tiramos e intentar analizar las causas de por qué lo hemos rechazado. Porque según lo que dicen los expertos, es en casa donde más tiramos. A buen seguro de que si me estás leyendo te sorprenderá esta afirmación porque te parece que el volumen de lo que descartas en casa es ínfimo comparándolo con el que una cadena de distribución, un catering o una fábrica cualquiera de la industria alimentaria. Sí, no es comparable, pero nuestros microdespilfarros sumados dan un resultado de dimensiones importantes.

Una buena práctica es hacer, en casa y en familia, un inventario de lo que tiramos y analizar las causas de por qué lo hemos rechazado

El despilfarro nos interpela a todos, por lo tanto, de entrada todos tenemos que mirar la basura de la cocina y procurar reducir el volumen. Cuando tiramos pagamos el alimento dos veces: cuando lo compramos y cuando lo tiramos. La gestión de los residuos también la pagamos nosotros. Pero no es solo una cuestión económica, sino que el despilfarro es una de las principales causas del cambio climático, tanto por el desgaste energético y de recursos naturales que supone la producción de los alimentos como por la emisión de gases contaminantes que genera el transporte y su destrucción. En el contexto actual de emergencia climática es insostenible el volumen de residuos que generamos.

Despilfarro alimentario, alimentos / Foto: Pixabay
En contra del despilfarro alimentario/ Foto: Pixabay

La ley de prevención de las pérdidas y el despilfarro alimentarios consensúa un marco guía que da herramientas para reducir el de la cadena alimenticia. El reglamento obligará a las empresas a seguir buenas prácticas en esta línea y sancionará a las que no las cumplan, pero hace especial incidencia en la promoción de las campañas de concienciación porque considera que el consumidor es pieza clave del cambio. Tenemos la clave y el poder, un poder inmenso. De hecho, solo nosotros podemos modificar y presionar el sistema alimentario porque los agentes de la cadena de valor (las empresas que sacamos rédito económico vendiendo o transformando alimentos) solo escuchamos a los clientes. Por eso las campañas de sensibilización y concienciación son del todo necesarias.

Imagina un bikini. El sistema alimentario (distribución y restauración) es el jamón y el queso. El pan de la base es el consumidor. El pan superior es la ley. Hasta que el jamón y el queso no se sientan presionados como en una bikinera no reaccionarán. La ley presiona con normativa y sanciones. El consumidor presiona para que se trabaje con buenas prácticas. Ahora bien, lo que tenemos que procurar es no quemar el jamón y no fundir el queso. La mayoría de las tiendas y establecimientos de restauración son pequeñas empresas, con recursos humanos limitados y espacios reducidos. Cargar de nuevas tareas como pesar los residuos, llevar un registro o destinar personas y espacios para el control puede suponer un incremento de recursos económicos que haga inviable el negocio.

Despilfarro alimentario, alimentos / Foto: Pixabay
Tiramos 1 de cada 3 alimentos que se podrían aprovechar a lo largo de toda la cadena alimenticia / Foto: Pixabay

Ser todos conscientes de que, aunque no se pueda ver, aunque no se pueda oler, aunque no se pueda comer, aunque no nos alimente, cada alimento contiene el esfuerzo del productor y de la tierra que lo ha hecho crecer

El éxito de tantos años de lucha del activismo contra el despilfarro es conseguir la complicidad de la administración, las empresas y los clientes con un mismo objetivo: el de transmitir a nuestros equipos el valor de los alimentos. Ser todos conscientes de que, aunque no se pueda ver, aunque no se pueda oler, aunque no se pueda comer, aunque no nos alimente, cada alimento contiene el esfuerzo del productor, el esfuerzo de la tierra que lo ha hecho crecer y los kilómetros que ha hecho para llegar a casa. Los alimentos tienen una única función: ser comidos. El derecho a una alimentación suficiente y saludable (Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948) es un derecho fundamental que ha costado siglos conseguir. Con una tercera parte de lo que tiramos podríamos combatir el hambre crónica mundial. Lo escribiré con números para que quede más claro: tiramos 1 de cada 3 alimentos producidos y con 1 de cada 3 alimentos tirados combatiríamos el hambre. Pensemos.