Sigo visitando aquellos restaurantes que más me han impactado en el último año y de los cuales guardo un muy buen recuerdo. Es el caso del restaurante Gresca del chef Rafa Peña, que seguro que habéis pisado en más de una ocasión. Creedme, no tiene nada de extraño empezar el año con aquellos restaurantes que no son noticia por nada en concreto, sino que la noticia en sí misma es su trayectoria que, por otra parte, es de sobra conocida por sus fieles clientes. En este sentido, no dejemos por favor que las nuevas aperturas nos hagan olvidar aquellas casas de comidas que tan buenos momentos nos han proporcionado.
Conviene recordar que el Gresca abrió puertas de la mano de Rafa Peña y Mireia Navarro en 2006, por lo que hace casi veinte años que alegran la vida del personal con su cocina siempre joven y atractiva
Dicho esto, salgo tarde de la redacción y me marcho deprisa hacia el restaurante Gresca. No me alargaré con la vida y milagros de Rafa Peña, que como sabéis ha pasado por cocinas de prestigio como la del Neichel, El Bulli o Martín Berasategui, porque es bien conocida, pero conviene recordar que inauguró el Gresca en 2006 junto con Mireia Navarro. Por lo tanto, hace casi veinte años que alegran la vida del personal con su cocina siempre joven y atractiva. Justo es decir que Rafa Peña y su pareja, Mireia, recibieron el Premi Nacional de Gastronomia 2023 de la Acadèmia Catalana de Gastronomia.
En el Gresca tienen una carta que no es ni larga ni corta, en la que predomina el producto local y de temporada, pero si tienes la suerte de estar sentado en la barra ante la cocina viendo cómo salen los platos, posiblemente no la necesitarás y podrás escoger sin miedo a equivocarte.
Estar sentado en la barra delante de la cocina del Gresca es todo un espectáculo de primer orden que podríamos comparar a estar sentados en la primera fila de la platea del Liceo, desde donde ves a los músicos tocando en el foso de orquesta, o estar en bambalinas detrás del telón en el Teatre Nacional, mientras la regidora reparte órdenes a los actores y técnicos de escenario para el buen funcionamiento de la representación en cuestión. Empiezo con unos boquerones con vinagre de aperitivo que me ventilo antes de que descanse el plato en la mesa porque no he desayunado y me como los codos.
Continúo con la col con tocino. A ver, personalmente llevo toda la vida jugando con fuego en el sentido literal de la frase, he cocinado sobre las brasas las verduras más extrañas y las bestias más feas, pero esto de la col no me lo esperaba. Al llegar al local veo a una cocinera del equipo cortando con un cuchillo de sierra unas milenramas del tamaño de una bandeja grande, hecho curiosamente con hojas de col, ayudándose de unos bastoncillos largos para que las capas de col y tocino no se junten mucho y respiren, para que a la hora de pasarlas por la brasa pase el aire entre ellas y el aroma de la brasa penetre totalmente en este pastel verde que me sorprende por su sencillez. Ya os digo ahora que de ahora en adelante la col formará parte de aquellos alimentos imprescindibles cada vez que encienda el fuego.
Apaciguo el hambre definitivamente con el Calamar de potera y el Bacalao al pil-pil con tripa que es una auténtica fiesta para los sentidos. Al lomo de bacalao marcado por la brasa le añaden un pil-pil hecho con la gelatina de la tripa del bacalao que han hervido previamente, incorporando unos pimientos confitados complaciendo los paladares más exigentes.
Hablando de exquisiteces, los Lechales con setas son un buen ejemplo. Se dice que Auguste Escoffier publicó hasta cuarenta y siete recetas hechas con lechales, pero nosotros nos centraremos en los que cocinan en el Gresca, que son una maravilla. Los lechales cocinados a la brasa van acompañados de trompetas de la muerte que han sido también salteadas. Glaseamos los lechales con una salsa hecha con una reducción de caldo de gallina y verduritas, añadiéndole un chorro de aceite de oliva virgen por encima.
Concluyo con un pastel de chocolate con helado de vainilla que disfruto relajadamente a pequeñas cucharadas, mientras el ritmo trepidante de la cocina con una conexión entre los miembros del equipo estratosférica no cesa ni un minuto, es cierto, pero que el local está a reventar es igual de cierto que el hecho de que en el Gresca son únicos, y lo saben.