La primera vez que visité el restaurante Suculent fue el año de su apertura, en 2012. Recuerdo una comida memorable en el reservado que tenían entonces, al cual accedías cruzando la cocina, empujando una falsa pared que tenía colgados cubiertos antiguos para camuflarla. Como digo, tengo un buen recuerdo de aquella visita. Por razones que desconozco, ahora hacía tiempo que no lo visitaba y, mira por dónde, me encuentro paseando por la calle Hospital, acercándome al Suculent, mientras voy viendo vecinos trabajando, otros paseando, y una mezcla de culturas que no te deja indiferente; quizás la otra Barcelona, podríamos decir.
Toni Romero, chef del restaurante Suculent, nació en Nules (Castelló). Después de estudiar cocina en diferentes escuelas, trabajó en cocinas tan prestigiosas como la de El Bulli o el Arzak antes de abrir su propio restaurante en el Raval. Ha sido nominado y galardonado en diferentes ocasiones por la prestigiosa lista Top 100 The Best Chef Mundial, ha obtenido un Sol Repsol y ha sido recomendado por la guía Michelin y la Macarfi. Debo comentar que me encanta la foto de Toni en la web del restaurante, donde sale vestido de chef con el cuchillo en la mano y una sonrisa canalla al más puro estilo Anthony Bourdain tal cual sale en la portada de su famoso libro Confesiones de un chef.
Como quien no quiere la cosa, me traen un cóctel Adonis a base de jerez y vermú, que pruebo con los aperitivos: el boquerón marinado, gelée de naranja y olivas con ralladura de cítricos; la croqueta de pato asado y el ceviche de camarón rojo que acompañan con agua de trigo y lima. Cabe decir que no es el típico ceviche picante, aunque personalmente lo encuentro muy equilibrado. Para redondearlo, las cabezas de las gambas están pasadas por la brasa.
Pedro, el jefe de sala, me explica que uno de los mejores platos que ofrecen actualmente es la remolacha asada, que acompañan con aceite de estragón, dados de anguila ahumada y caviar, que le aporta un poco de salinidad a la salsa y, por supuesto, un poco de beurre blanca por encima.
Seguimos con un maitake o seta de castaña, que limpian y confitan, marcan a la brasa y bañan con una emulsión de piñones y soja. Por debajo encontramos hojas de capuchina, una pizca de pimienta y de acompañamiento una piñonada hecha con piñones crudos, queso, romero y tomillo. ¡Como si fuera un picadillo, vaya!
Uno de los platos icónicos del Suculent es sin duda el steak tartar tibio, servido sobre un tuétano a la brasa y patatas suflé. Lo como con la cucharilla rascando el tuétano y mezclándolo con la carne, una delicia.
Salen a escena las colmenillas rellenas de pato con su jugo, crema de foie al armañac y la trufa de Teruel por encima. Están de toma pan y moja, y lo hago con pan del horno Sant Josep, un horno centenario donde ya trabaja la cuarta generación.
Uno de los clásicos que prepara el chef es la raya a la mantequilla negra acompañada de puré de patata, cítricos, alcaparras y perejil; así como un cuello de cordero con ras al-hanout, hierbas aromáticas por encima, jugo de cordero con miel y mostaza, quinoa a la menta para simular el tabulé y un poco de sriracha.
Cerramos la comida con unos fresones rellenos de chocolate blanco, yogur y vainilla y un pastel de queso brie, vainilla, gelée y una reducción de moscatel, todo sobre una base de galleta salada. Haciendo un esfuerzo, pero ya por vicio, pruebo el flan de vainilla con chantillí de ron, que es una maravilla. Me despido del personal y ravaleando me pierdo por las calles del barrio, mientras me pregunto por qué he tardado tanto tiempo en volver. Os animo a hacer lo mismo.