Las redes sociales han creado un nuevo paradigma social y económico que no es nada anecdótico ni intranscendente. Empezaron siendo una herramienta para reencontrar a los compañeros de la clase de 8.º de EGB y preparar la cena de calvos que nada se parecen a aquel deseado, y nunca conseguido, amor de cara pecoso y tirador en el bolsillo de los tejanos rotos. Y, hoy, son un trabajo e, incluso, una profesión. Faltan carpinteros, faltan camareros y sobran creadores digitales. Dejadme decir para empezar que no estoy en absoluto frivolizando un trabajo creativo, que ocupa muchas horas y que todavía se está inventando, eso quiere decir, sin demasiados referentes.

Las redes, en aquellos principios de los años 2000, con el exitoso Facebook, eran lo que anunciaban: sociales. Un club donde hacer nuevos amigos, el espacio de encuentro de los viejos conocidos y un prototínder. Todo bondad. El club social se ha ido transformando en un espacio donde compartir conocimiento, vender producto y hacer terapia psicológica. Sí, es el espacio ideal para desahogarse, de cualquier cosa, que nada tiene que ver con lo que muestra la pantalla del móvil. Quizás te has discutido con el jefe del departamento de la empresa y, mientras haces el trayecto en metro, de vuelta a casa donde te espera una segunda jornada de trabajo (y nunca te espera ni un capuchino ni una bañera con burbujas de sales minerales), miras distraídamente el móvil, haciendo scroll y te sale una cocinera que te explica cómo triunfar asando un bistec... ¡En una sartén rayada! ¡Qué despropósito! ¡Es intolerable!

Tendrías que pedir hora a un terapeuta, porque tu ansiedad te produce insomnio y tu sistema nervioso está a punto de ponerse a bailar una jota a ritmo de Death Punk, pero sale mucho más barato lanzar mierda a la cocinera. Además, ves en los comentarios que otros han abierto la veda de tirar dardos y eso promete diversión en abundancia. Lees un par de insultos y piensas cómo lo puedes decir más grande y más hiriente. Si es cuestión de añadir mierda que sea bien maloliente.

La cocinera se siente agobiada por el odio que ha generado su humilde, gastada y agradecida sartén que tantas aventuras y cocciones ha compartido

Aquel vídeo para hablar cómo hacer un buen bistec (sin pinchar la carne y procurando que la sartén sea bien caliente) se hace viral y la cocinera se siente agobiada por el odio que ha generado su humilde, gastada y agradecida sartén que tantas aventuras y cocciones ha compartido. Pero la experiencia que la chef ha acumulado a lo largo de años de contenido inuit y desapercibido lo ha fortalecido y no piensa desperdiciar la ocasión de añadir hierro a tanta bilis injustificada. Puede responder los comentarios desagradables con disculpas o, incluso, con despecho, pero escoge la vía del humor, siempre mucho más agradecida y, por descontado, mucho más divertida, para ambas partes: emisor y receptores. Se ingenia un vídeo-réplica recordando la milenaria parábola de Jesús, en la que la mujer está a punto de ser apedreada por haber cometido adulterio: "Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra". Y para rematar el vídeo, cuelga una fotografía absolutamente desnuda tapándose el culo con una sartén. Y da un largo suspiro, quedándose bien ancho.

La sartén y los fogones de un chef / Foto: Pixabay

Mucho le gustaría poder mirar, por el ojo de la cerradura de la pantalla, los armarios de los enemigos rellenados de sartenes guardadas, quizás impolutas (bastante improbable), pero a buen seguro, contaminadas de polos de tantos años que los 'lanzamierdas' no encienden un fogón. Son pecadores que optan por pedir un Glovo porque les da pereza freír un huevo, y así poder destinar el tiempo que les ocuparía el simple huevo frito al hacer scroll y seguir tirando mierda a las redes. El anonimato y el escudo de la pantalla es una fábrica de valientes.

Pero este no es un artículo quejumbroso, sino al contrario, es una buena oportunidad para alabar las virtudes de las redes sociales. Son una herramienta muy útil, interesante e inmensamente democrática para darse a conocer. Si en el siglo XX para explicar que tu pescado era el más fresco de la comarca tenías que contratar a un grafista, un publicista y un medio de comunicación que te publicara el anuncio –con el amasijo económico que eso suponía– ahora puedes hacer digitalmente un cartel, grabar un vídeo o colgar tu catálogo a una decena de lugares, sin pagar nada, y con un alcance inmenso. La resonancia solo depende de ti. ¿De ti, solo? ¡No! También del algoritmo, que es el misterio del universo digital. ¿A estas alturas, alguien cree que el algoritmo es mágico? No.

Este no es un artículo quejumbroso, sino al contrario, es una buena oportunidad para alabar las virtudes de las redes sociales. Son una herramienta muy útil, interesante e inmensamente democrática

Hace falta que todos sepamos que el algoritmo es el padre de Instagram, Facebook, X, Threads, TikTok, o lo que sea. Y este algoritmo, que enseña o esconde, aparentemente de manera aleatoria, tus vídeos, está aplicando unas técnicas maquiavélicas que ríete de los anuncios de galanes de los años 50 con el cigarrillo medio caído de los labios mirando con ojos viciosos o, todo el contrario, de profundo despecho. Según lo que se explica, el plan es enseñar tus vídeos para que te aumenten a los seguidores de manera muy significativa, te motives y generes contenido compulsivamente. Droga pura y dura. Cuando ya eres adicto, el algoritmo te provoca un síndrome de abstinencia, retirándote el éxtasis que provoca la droga: reduce la visibilidad de tus publicaciones e, inmediatamente, se detiene el aumento de seguidores. El creador digital sufre ansiedad y genera contenido desesperadamente para recuperar el impulso. El mundo social-digital nos van psicotizando a golpe de 'me gusta' y de seguidor.

Tienes que procurar utilizar las redes y no que te utilicen a ti. Tienes que blindarte contra los comentarios hirientes

Por lo tanto, sí, son un gran avance, son una herramienta excelente, pero son enfermizas y contagiosas. Y como todo virus, se tiene que convivir, porque si no viviríamos en una burbuja inexistente, y se tiene que tener controlado. Tienes que procurar utilizar las redes y no que te utilicen a ti. Tienes que blindarte contra los comentarios hirientes, entendiendo que el que tiene el problema no eres tú, sino el que hace el comentario. Y si un día el comentario hiriente está lanzado con tanta potencia que te hace tambalearte, piensa que la gravedad del asunto dura el tiempo de beberte un café con leche mientras haces scroll. Y piensa, también, que tener seguidores hostiles es un éxito total: te regalan visibilidad. Ya lo dijo el Quijote, Oscar Wilde o Dalí: "Que hablen de mí, aunque sea bien".