Los catalanes nos hacemos pequeños y no entiendo por qué. Tenemos un país cojonudo, somos gente encantadora y vivimos en un territorio magnífico. Así todo, nos empequeñecemos a las primeras de cambio y, de alguna manera, nos acobardamos. ¿Siempre se ha dicho así, no? Los catalanes llevamos al ADN estos rasgos e, indefectiblemente, no lo podemos corregir. Somos así, acotamos la cabeza y proseguimos nuestro destino. Estoy harto. Basta de aceptar que somos de esta manera, que somos tacaños y estirados. ¡Ya es suficiente! Los catalanes tenemos que sacar de pecho de ser quien somos y de ser como somos. Enmudecer las malas bocas y levantar la cabeza y estar orgullosos de vivir en Catalunya y que nuestro país mantenga la esencia catalana.

El secreto de preservar la cocina catalana está en el centro del turismo

He arrancado esta columna de opinión con fuerza y firmeza identitaria que es la que nos falta a menudo. También en el aspecto gastronómico, que es lo que quiero tratar en las siguientes líneas. Pasear por Barcelona se ha convertido, tristemente, al pasear por calles rellenas de restaurantes italianos, japoneses, argentinos, mexicanos y un largo etcétera internacional. Tenemos menos cocina catalana, menos desayunos de tenedor, sin embargo, afortunadamente, podemos disfrutar de más brunch, de más smoothies y de más bubble tea. Irónicamente lo digo, claro está.

Restaurando Café Palau, en el Palau de la Música Catalana / Foto: Jordi Tubella
Las mesas del Café Palau / Foto: Jordi Tubella

La ciudad condal ha quedado prostituida culinariamente por expats y todo tipo de empresarios que montan sus negocios menospreciando la cocina catalana, la lengua catalana y nuestras tradiciones gastronómicas. No digo que tengamos que enterrar todos los sitios donde comer sushi, tacos y empanadas. Claro está que no. ¡Viva la diversidad, pero con mesura! Simplemente, y de verdad que es una cosa tan sencilla como eso, que cuidemos la cocina catalana y la defendamos y la promovamos ante las oleadas masivas y continuadas de turistas. Tienen que conocer y reconocer la cocina nuestra cuando nos visitan para comprender una parte histórica, social y cultural de Barcelona y de Catalunya.

No defiendo que extingamos todos los locales de sushi, tacos y empanadas argentinas. Simplemente, que cuidemos la cocina catalana y la promovamos ante las oleadas masivas de turistas para que entiendan qué es Barcelona y Catalunya a través de la comida

No vendrá nadie de fuera a ayudarnos con este objetivo. Ni instituciones, ni leyes, tampoco. Somos nosotros, el pueblo, que con nuestra fuerza y empuje podemos elevar, recuperar y dignificar los platos de cocina catalana. Y eso pasa por propuestas que no tienen que ser puristas completamente. Hermanarse con filosofías foráneas y platos de aquí y de allí o ingredientes que no son autóctonos para reconquistar las recetas catalanas.

Restaurando Café Palau, en el Palau de la Música Catalana / Foto: Jordi Tubella
La barra central y a cuatro lados del Café Palau / Foto: Jordi Tubella

Todo eso que explico es lo que significa el Café Palau, un restaurante en el interior del Palau de la Música Catalana que lucha contra los smoothies, los brunch y los buuble tea crónicos en Barcelona. Un comedor y una terraza que existen desde hace mucho tiempo, pero que desde hace pocos años sirve un menú de mediodía a un precio de 16,50 € con platos fabulosos que cambian diariamente. Sí, franceses, chinos, estadounidenses y turistas de todo el mundo pasean a tu alrededor mientras hacen turismo y tú comes. Sin embargo, es curioso como las mesas están ocupadas mayoritariamente por un público catalán y local, muy fiel, que celebra y brinda porque un restaurante y un edificio emblemático de Barcelona no se haya corrompido al turismo, a pesar de vivir, precisamente, del turismo. Lo que demuestra que la cocina catalana es viva, feroz y atractiva porque el forastero que se sienta en la mesa descubre —quizás por primera vez— platos típicos de Barcelona y deja atrás —quizás por primera vez— los brunch, los smoothies, los buuble tea y los tacos y las empanadillas.

No es un espacio en contra del turismo. Sino lo contrario. Es un restaurante pensado principalmente para la gente de Barcelona, para los catalanes, pero que abres las puertas a la gente de todo el mundo para que nos conozcan gastronómicamente. Que no es poca cosa.