No os importa un rábano, pero yo os lo explico. Durante las vacaciones nado una hora cada día. Cualquiera que me viera pensaría, con toda lógica, que me gusta mucho. A ver, no me desagrada en absoluto, no sería tan boba de hacerlo cada día, pero las motivaciones que me hacen perseverante en la rutina no se reducen al gusto de echarme a la piscina – incluso los días nublados que amenazan tormenta – y estarme una hora yendo y volviendo mientras miro insistentemente una línea blanca. Las motivaciones para mantener la disciplina son diversas, pero la que pesa más es que tengo una excusa irrefutable para disfrutar sin interrupciones de mis pódcast preferidos.

Aleatoriamente, fui a parar a un pódcast sobre la alimentación del futuro. Sé que ahora sí que os interesa porque todos queremos saber qué nos ocurrirá en un momento tan caótico como ahora que podemos llenar el cesto con productos de todo el mundo, que tenemos información de todas las culturas culinarias, que tenemos las cocinas llenas de artilugios (para estrenar) que nos facilitan las cocciones y que podemos alimentarnos de manera bien variada y nutritiva sin haber encendido un fogón en nuestra vida. Pero lejos de facilitarnos la vida, tantas posibilidades nos marean y acaban buscando herramientas digitales y gurús que nos guíen en nuestra elección alimentaria.

Los que tenemos la oportunidad de escribir, de hablar y de tener público tenemos que utilizar los altavoces para alertar y para promover el consumo de alimentos que tengan poco impacto medioambiental

Por muchas elucubraciones que hagan los entrevistados en el citado pódcast es difícil averiguar cómo comerán las futuras generaciones, pero lo que sí que sabemos es que vivimos en un presente que precisa un cambio de hábitos si queremos seguir viendo cómo sale el sol cada día. Y de eso van todos los proyectos alimentarios innovadores presentados en el pódcast.

Cambios de impacto medioambiental

Sufrimos un contexto de emergencia climática y la cesta es una de las causantes. De manera que tanto los que tenemos la oportunidad de escribir, de hablar y de tener público tenemos que utilizar los altavoces para alertar y para promover el consumo de alimentos que tengan poco impacto medioambiental. El tema es complejo de verdad, pero hay una manera efectiva de simplificarlo: proximidad + reducción de proteína animal (y yo añado: recuperar el patrimonio culinario). El producto de proximidad tiene que ser nuestra constante. Es evidente que un producto poco viajado trae una mochila ligera de gases contaminantes, es un producto coherente con el paisaje y con el patrimonio culinario, pero, además, es un producto que tiene un impacto económico positivo en el entorno, fijando la población en el territorio, explotando y cuidando de los bosques y, en consecuencia, del paisaje.

La alimentación del futuro busca productos vegetales que sustituyan el abuso de proteína animal de nuestra dieta, pero sin prescindir del sabor ni de la textura. El objetivo es loable, pero el medio es deplorable, no tenemos que imitar la carne ni el pescado para tener un plato sabroso y completo porque nunca romperemos la dinámica. Es bien cierto que cuesta porque el prestigio de la carne es ancestral, ya la veneraban en el Pleistoceno y su consumo siempre ha sido un baremo del estatus económico. Costará prescindir de ella, sobre todo si tenemos tanta al alcance. De hecho, prescindir no es una buena medida ni ayuda a paliar la confusión medioambiental. Tenemos que seguir consumiendo pero ajustándolo a la capacidad de la producción extensiva y la pesca sostenible. Nos puede ayudar la recuperación del patrimonio culinario. Pero no caigamos en la trampa de buscar en los recetarios antiguos que, precisamente, plasman la cocina de la excepcionalidad, la cocina de celebrar y, en consecuencia, la carne y el pescado son el principal ingrediente. Buscamos en la tradición oral o en el recuerdo y encontraremos sobre todo pasta, patatas, legumbres y verduras siempre, complementadas con trozos de carne o pescado.

La industria alimentaria es un sector propicio para incluir todos los perfiles y adaptar las tareas a todas las capacidades

Impacto social

No hay futuro sin inclusión. Todos somos válidos, todos estamos aquí para aportar y para sentir que formamos parte de un todo, también de un sistema, aunque esté podrido. La industria alimentaria es un sector propicio para incluir todos los perfiles y adaptar las tareas a todas las capacidades. Todas las iniciativas empresariales, las nuevas y las de siempre, tienen que revisar sus procesos ejecutivos para buscar en qué puntos del proceso pueden dar trabajos a personas con realidades diversas y los consumidores (que lo somos todos) tenemos que priorizar los proyectos responsables socialmente.

Un par de pasos atrás para coger impulso

Paradójicamente, las empresas que miran atrás, no en los procesos, sino en el producto, tienen un buen futuro. Productos elaborados con la fórmula de siempre y respetando los ingredientes tradicionales son valorados por un consumidor sobre estimulado de novedades y que desconfía de la gran industria. Ahora bien, estos proyectos empresariales se tienen que explicar y el relato es uno de sus puntales. Tienen que trabajar muy bien la historia y saberla transmitir a un público ávido de confianza.

Salgo de la piscina con los músculos tonificados y me estiro en la tumbona con la tranquilidad de que, en cualquier caso, la paella del futuro no será de pastillitas de colores.