Lisa y llanamente: el consumo de alcohol provoca cáncer. O mejor tendríamos que decir, multiplica las posibilidades de sufrirlo, especialmente en alguno de los órganos del sistema digestivo como el esófago, el estómago, el hígado, el páncreas, el recto o el colon. Tal como explica el Dr. Ketan Patel, director de la Unidad de Hematología Molecular del Medical Research Council de la Universitat de Oxford, una vez dentro de nuestro organismo, el alcohol se oxida en una toxina denominada acetaldehido; la cual, con cierta facilidad, altera el ADN de nuestras células y puede causar las mutaciones en los genes que desencadenan la creación de tumores malignos, invasión de tejidos o metástasis. Por lo tanto, desde la cervecita o el vermú del mediodía, al vaso de vino de la comida o cena, pasando por los licores de sobremesa o los combinados... Es un hecho científico que el alcohol contenido en todas estas bebidas puede ocasionarnos la muerte. Para evitarlo, sin embargo, tienes dos opciones: por una parte puedes dejar de beber, o reducir tu ingesta de alcohol a los mínimos que recomiendan las asociaciones contra el cáncer (una o dos copas en situaciones especiales que puedan darse muy ocasionalmente). O bien, si crees que el consumo habitual de alcohol le da algún sentido a tu existencia (en mi caso, participa en la significación de unas imágenes, sabores o experiencias que de por si ya son muy potentes, como una reunión con amigos y amigas, el deje en los labios de un estofado o la contemplación de un paisaje desde un mirador), recuerda solamente una cosa: la vida misma es un ejercicio de gestión del riesgo. Y, desde ir en coche, a quedarse embarazada, a reclamar un aumento de sueldo, a bañarse al mar, a decir te amo... absolutamente todo comporta una gestión del riesgo. Sin embargo, y, para evitar mentirnos a nosotros mismos y caer en justificaciones secuestradas por el alcoholismo, te recomiendo lo que mi amigo Miguel llama ramadán alcohólico, que no es otra cosa que pasar un mes al año sin beber ni una gota.
¿A caso no hay el mismo volumen de alcohol etílico en una media de cerveza (330 ml), una copa de vino blanco (150 ml) o un gin-tonic (250 ml), aproximadamente, unos 20 mililitros de alcohol absoluto?
Last Drop Day
De mi amigo Miguel ya he hablado alguna vez (el de las monedas de 30 euros, por ejemplo). Hoy, sin embargo, os quiero presentar su última iniciativa: el acontecimiento Last Drop Day que ha tenido lugar este fin de semana en la destilería gallega Aguardientes de Galicia (por cierto, propiedad de Bardinet, una destilería catalana) de la cual él es el gerente y maestro destilador. El objetivo de este congreso disfrazado de feria con conciertos y marmitas ha consistido en resolver colectivamente la siguiente pregunta: ¿si el alcohol destilado es tan malo como dicen (es evidente que experimenta una criminalización desde las instituciones europeas), qué sentido tiene el hecho de seguir transformándolo a partir de materias primas tan diversas como el vino, los cereales o la caña de azúcar, si los elaboradores y elaboradoras de bebidas alcohólicas no quieren ningún mal a nadie? De entrada, querría destacar la valentía de hacerse esta pregunta desde su condición de elaborador de aguardientes, licores y destilados (entre las cuales destaca el mítico Licor Bonet o el Gin Giró, por ejemplo). Y más allá, el valor de invitar a este acontecimiento eminencias como el profesor y jefe del servicio de endocrinología y nutrición del Hospital Germans Tries —Can Ruti-, el Dr. Manel Puig Domingo; o el psicólogo, profesor y jefe del Grupo de Investigación en Estrés y Salud (GIES) de la Universidad Autónoma de Barcelona, el Dr. Joaquim Limonero. De hecho, en tanto que asistente en este congreso con baile incluido, reconozco que en este artículo ya resuenan las conclusiones y conocimientos aportados por ambos especialistas. Pero si algo se desprende directamente de esta iniciativa es la absurdidad con que se está castigando un sector —el de las destilerías— en comparación con la industria del vino o de la cerveza, esta última en manos de cuatro multinacionales, y, consiguientemente, con los márgenes económicos propios de un monopolio. ¿El motivo? El susodicho: el cáncer no discrimina si el alcohol proviene de un tipo de bebida u otra. O ¿ dicho de otra manera, a caso no hay el mismo volumen de alcohol etílico en una media de cerveza (330 ml), una copa de vino blanco (150 ml) o un gin-tonic (250 ml), aproximadamente, unos 20 mililitros de alcohol absoluto?
"La juventud queda directamente para emborracharse y se bebe en exceso para alcanzar un estado de relajación, euforia o alegría que es, en efecto, una contradicción"
O follamos todos o la puta al río
Corren tiempos difíciles para el alcohol. Solo en España, el 15% de los cánceres tienen una relación directa con el consumo de esta sustancia (un 5% por encima de la media europea). Pero todavía más demoledores son los datos del último Informe de Alcohol, Tabaco y Drogas ilegales en España, donde, por ejemplo, el 36,1% de los menores entre 15 y 18 años reconocen haber participado en un botellón en el último año, o que la mayoría de ellos y de ellas consumen alcohol porque "es divertido" o porque "les gusta cómo se sienten después de beber". Sobre el llamado botellón, un fenómeno nacido en el sur de España durante la década de los ochenta, hay que destacar el origen subversivo de la palabra: se pasa de la "reunión", donde la amistad es la protagonista, al "botellón", donde la botella, es decir, el alcohol, es el centro gravitacional del grupo. Y aquí está donde radica nuestra segunda preocupación: la juventud queda directamente para emborracharse y se bebe en exceso para alcanzar un estado de relajación, euforia o alegría que es, en efecto, una contradicción: el alcohol es una droga depresora del sistema nervioso central. Ante esta realidad, hay que aplaudir las estrategias adoptadas por la industria del vino y de la cerveza; la primera, aprovechando unos supuestos vínculos con la comida —el maridaje— que solo los expertos pueden prescribir, o reivindicando paradójicamente que el vino es bueno para la salud; y la segunda, posicionando tácitamente en unos espacios de consumo entre horas (como aperitivo, por ejemplo, aunque a diferencia de un vermú, de aperitivo no tenga nada), o incluso como bebida refrescante, haciéndole la competencia directa a las gaseosas de toda la vida.
El vino también mata
En conclusión: las bebidas espirituosas son igual de buenas o de malas, de seguras o de peligrosas, que los vinos, la cerveza o cualquier otra bebida alcohólica. Y que la juventud las utilice para emborracharse mediante los botellones no justifica la cruzada de las administraciones en contra de ellas. ¿Si el día de mañana a los niños les da por emborracharse con vino a granel, todavía más barato que el alcohol destilado, de verdad que también se iniciaría una caza de brujas en contra de este sector? Y para que entendáis cómo es de contradictorio todo: en el Parlamento Europeo, solo hace unas semanas se votó que en las botellas de vino no apareciera un texto —como sí que lo hace en las botellas de licores o destilados— con cosas como el vino mata. Y dicho esto, acabo con un dicho de mi amigo gallego: ¡el que no quiera morir, que no viva!