Escribo este artículo a la edad de 8.070 días de vida o, cosa que es lo mismo, con 22 años y pico. Este es el tiempo que llevo sin tomar ni un café. Exacto, llevo toda la vida sin ingerir la 'droga' más codiciada y respetada por la sociedad y por los gobiernos. Sobrevivir o resistir. ¿Un pecado? Podría ser. ¿Una estupidez? Quién sabe. ¿Un acierto? Aquí sí que impera una respuesta que se inclina hacia el lado afirmativo. No me arrepiento en absoluto de no haber vivido el privilegio de probar una taza de café. ¿Por qué me tendría que saber mal?
Tómate un café si no te amas
Que quede claro desde un principio que este no es un artículo para ofender a nadie. Y si te sabe mal es tu problema. Se me mete si te tomas un café al día o uno cada hora. Bien, eso último ocurriría para un nuevo artículo y, posiblemente, en una llamada urgente a tu cardiólogo de menos confianza. Reanudo el hilo del artículo que me voy por las ramas. Hay una filosofía de vida, la mía concretamente, en la cual se puede sobrevivir sin cafetera ni cápsulas de café en casa. Yo lo llevo practicando a semi conciencia desde que nací y, quiero pensar, que no está saliendo mal.
Realmente, desconozco el motivo o creencia interior por la cual decidí con 16 años no tomar un café. De hecho, por eso el artículo se titula 'más de 6 años...', y no 'más de 22 años'. Porque cuando hacemos la primera exhalación de aire en este mundo no estamos ansiosos de café. Vaya, de momento no es así, ya veremos en un futuro niños y niñas en la escuela bramando acelerados "hoy he traído uno expreso". Nosotros intercambiábamos cromos y bocadillos; las criaturas del futuro intercambiarán cafés. Pero en mi caso, la primera vez que me ofrecieron café y, por consecuencia llegó la primera declinación de las mil y una que llevo ya, vino a la edad de 16 años cuando empezaba el bachillerato.
Hay una filosofía de vida, la mía concretamente, en la que se puede sobrevivir sin cafetera ni cápsulas de café en casa. Yo lo llevo practicando a semi conciencia desde que nací y, quiero pensar, que no está saliendo mal.
Desde que siempre he rechazado cualquier ofrecimiento de café, de cualquier tipo. Que, honestamente, desconozco cuántos existen. "¿Pero no has tomado nunca ningún café? ¿Ni descafeinado ni nada?". Es una pregunta que he respondido hasta el aburrimiento y con la cabeza alta siempre he dicho que no. Bien, siempre, siempre, no. Admito sin reparos que hace cosa de un año y algo me embravecí e hice una sorbo a un café con leche (previamente puse tres cucharadas de azúcar). No me lo acabé. Unos meses después, la pasada noche de Fin de Año, hice un último intento que tampoco prosperó. Yo, naturalmente, bien satisfecho.
6 años exigentes respondiendo: "No, de nada"
Dos años de bachillerato y cuatro más de universidad con unos horarios para volverse loco (así funcionada la querida UPF) y unos últimos meses combinando clases y trabajo. Todo sin tomar ningún café. Cuando explicaba todo lo que hacía y los horarios de media jornada en Grecia (aquí, explotación vital) que vivía, todo el mundo me decía lo mismo: "Debes tomar muchos cafés". "No, de hecho, no tomo", contestaba yo. Y cuando me ofrecían uno yo respondía amablemente "no, de nada". Nótese la ironía y un sutil favor al interrogador.
De verdad que no comprendo en el fondo la sorpresa de mi contestación. ¿Por qué necesitas café? ¿A quién te ha hecho creer que tienes que beber para sobrevivir? Hay otros remedios, que son naturales y obvios, más eficaces e infinitamente más saludables. Ir a dormir temprano, llevar una rutina más cómoda, estudiar por las tardes y no a altas horas de la madrugada. Alimentarse e hidratarse bien también es una buena opción y priorizarse la salud y el descanso antes de hacer otros planes quizás más atractivos, pero también más dependientes del café. En resumen, y me repito, bebed tanto café como queráis, pero si dudabais de la opción de sobrevivir y resistir sin café que sepáis que sí que se puede. Feliz Día Mundial del Café que se celebra este domingo 1 de octubre.