El sábado, cenando en buena compañía, iniciamos una conversación sobre las suscripciones en el mundo del vino. Elie es propietario de una tienda de vinos excepcional, no por grande, sino por la selección de vinos que ofrece y por la experiencia que supone entrar a comprar. Lejos del "paro en doble fila y compro una botella de vino, pim-pam," entrar en su tienda supone una clase magistral y un regalo para los sentidos. Elie es un hombre sabio, buen amigo de los productores de sus vinos, y velador del conocimiento vinícola de sus clientes. Cuando abres la botella, todo lo que él te ha explicado sobre las personas que hacen el vino y del paisaje donde crece la viña, hace que el gusto sea lo último que valores de aquel vino. Todos aquellos que escogen la opción del wine subscription se pierden vivencias como esta.
El concepto subscription box nació en los EE.UU. en el 2004. Tres clics que te solucionaban la vida: producto, periodicidad, y pago automático, un batch shopping que te permitía olvidarte de las listas de la compra. La idea de negocio se extendió rápidamente en muchos sectores del mercado americano, sobre todo en productos de consumo periódico: maquinillas de afeitar, productos de belleza, pienso para perros, productos de limpieza...
El mundo gastronómico pronto compró la idea de negocio, que llega para salvar la vida de todos aquellos que no tienen la cocina de casa en sus agendas. Los meal kits temáticos, diseñados estratégicamente y hechos a medida por todo tipo de reclamo dietético: keto, paleo, mediterráneo, bajo en carbohidratos, kosher... La propuesta ofrece menús semanales para toda la familia con receta incluida que cocinarás con un abrir y cerrar de ojos. Las dos grandes triunfadoras del sector son los gigantes nacionales Hello Fresh y Blue Apron, aunque actualmente hay más de cien compañías que ofrecen meal kits.
La destreza de los genios del marketing consigue convencer al consumidor de los meal kits de que está comprando una opción sostenible, saludable y económica, al fin y al cabo una emboscada. Recibimos la famosa caja y de entrada estamos ante una escena medioambiental poco sostenible. El packaging: recibimos semanalmente una pila de cartón, rebosante de vegetales envasados individualmente con plástico. Segundo punto, la salud. Que somos lo que comemos, ya hace tiempo que lo sabemos, y a pesar de la sentencia, poco parece afectar a las jóvenes generaciones que no priorizan encender los fogones y viven convencidos de que las food box subscriptions son la respuesta a la nueva manera de vivir.
Recetas diseñadas partiendo de productos top trending en redes, que no son ni de temporada, ni de proximidad, ni ecológicos
Delegar la compra del producto que ingerimos a un sector empresarial donde la salud no es un core value, es un riesgo que el sistema sanitario americano puede asumir con alegría. Tercer punto, el ahorro. Recetas diseñadas partiendo de productos top trending en redes, producto que no es ni de temporada, ni de proximidad, ni ecológico. Si sumamos el transporte refrigerado, el precio de los menús semanales para una familia de cuatro se sube hasta los 9,7 dólares por persona y comida, todo ello 543 dólares a la semana... Y si se te ocurre cancelar la suscripción, ¡que a Dios te ayude!
Según la revista Forbes, los resultados económicos de esta propuesta de mercado encabezan la lista del sector de las suscripciones. El medio periodístico asegura que la comodidad y el factor menú sorpresa son los culpables de este éxito, y que la generación mil·lennista son los máximos consumidores. Food Institute añade a la estadística que la mayoría son mujeres, entre 26-35 años y que viven en grandes ciudades, hecho que me hace pensar.
Conocer los productos de temporada, ir al mercado,darle a la sin hueso con el campesino, saber de dónde viene aquello que comemos, planificar las comidas, preservar las cocinas tradicionales, ser sostenibles y cuidar la salud del planeta está al alcance de todos. Dejémonos llevarse por el hechizo de las food subscriptions y lo pagaremos muy caro.