Es martes al mediodía y me acerco al restaurante Haddock, situado en la calle València esquina con Aribau, muy cerca del restaurante de cocina vasca Taktika Berri. Sentado, me quedo boquiabierto mirando los pósteres que cuelgan de las paredes. He sido el primer cliente que ha entrado por la puerta, ¡y fíjate que he mirado la hora para asegurarme de que era la hora de comer! Pero ya veo que detrás de mí empiezan a entrar clientes; eso sí, todos conocidos: besos por aquí, abrazos por allá.

Comedor del restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

El local, con sus mesas de madera y la barra llena de botellas y vasos, podría recordar una taberna de las de antes, suena jazz de música ambiente. El chef cruza el local de la cocina a la barra y viceversa cada cinco minutos, ahora pasa por delante de mí con una coca hacia la barra, donde quema el azúcar de encima con un soplete. No para de entrar gente y la camarera me trae un poco de agua y unas hojas finas y tiernas de lechuga bien aliñadas para ir haciendo boca.

Franc con el soplete en la barra, restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

 

Para situarnos: Francesc Monrabà nació en Sant Celoni hace unas décadas, donde trabajó durante un tiempo en el desaparecido Racó de Can Fabes con el recordado Santi Santamaria, pero también a lo largo de su carrera ha coincidido con otros cocineros, estrellados y no. Ahora ya hace unos años que abrió el restaurante Haddock, donde te ofrece lo mejor que sabe hacer; y sí, el nombre del restaurante viene del famoso capitán Haddock, el inseparable compañero de Tintín.

Carpaccio de gambas de Can Fabes, restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

 

Empiezo con el carpaccio de gambas de Can Fabes. Delante de mí tengo a un par de señoras pidiendo a la camarera, pienso que pedirán alguna ensalada y verdurita; pues no: piden un picantón asado de primero y unos callos de segundo. Larga vida al rock & roll, pienso, y le doy un trago a un vino tinto de la Terra Alta, el Almudí 100% garnacha peluda, muy agradable y fresco.

Callos Haddock, restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

 

Me traen los callos Haddock, servidos en una cazuela de barro que echa humo. Están picantitos y los encuentro deliciosos, y dejo el plato y la cazuela bien limpios, el pan también está muy bueno. Observo a las vecinas de mesa como relamen el picantón. Una de ellas, la tía del Franc en cuestión era la propietaria de la gran cervecería La Bohèmia que estaba situada en el Paral·lel con la ronda de Sant Pau y que cerró ya hace años. Leo buscando un poco de historia de la cervecería que el local era enorme y olía a cerveza y a calamares a la romana. En la terraza que daba al Poble-sec había un escenario donde por las tardes sonaba música en directo. Eran otros tiempos, claro.

Franc con su tía, restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

Acabo la comida con un xuixo de crema con helado de vainilla que traen de una pastelería de Badalona.

Xuixo de crema con helado de vainilla, restaurante Haddock / Foto: Víctor Antich

 

El restaurante Haddock te ofrece una cocina tradicional, sincera y sin burradas. De hecho, seguro que te alegrará el día probar su escudella, los torreznos de Soria, el paté de campaña, la lengua laminada con escarola y romesco, los caracoles o los guisantes del Maresme, pero también un buen pescado del día cocinado con el máximo respeto y, claro, las sugerencias del chef, que cambian cada semana respetando la temporalidad de los productos. Así pues, no seáis un pedazo de ectoplasma y pisad el Haddock. Hacedme caso.