Si eres un enamorado de las bodegas de toda la vida, esas que tanto nos gusta pisar porque han sabido mantener, durante años, el espacio, el ambiente y parte de la clientela, no puedes dejar de adentrarte en las calles de Gràcia y visitar estos tres templos etílicos llenos de historia, en este círculo mágico que podríamos llamar diabólico, ya te adelanto que, una vez dentro, estás perdido y te resultará difícil salir sin despeinarte.

La Vermuteria del Tano es toda una institución en Gràcia

Lo mejor para empezar este recorrido que os propongo es empezar en la centenaria Vermuteria del Tano, situada en la calle Bruniquer con Joan Blanques. El buen trato que te dispensan Tano y Maricel es motivo más que suficiente para ir. En el Tano podéis tomar unos vermús sentados en los taburetes de madera con mesa de mármol, tomando unas anchoas, unos boquerones, unos berberechos u otros productos enlatados que, mayoritariamente, provienen de Galicia, que te prepara Tano pausadamente y con esa buena fe, platillo a platillo, detrás de la barra, añadiendo su salsa magistral y secreta.

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Tano llenando un vaso de vermú

Para situarnos, Tano y Maricel son nacidos en Montgai, en la comarca de la Noguera. Después de unos años en Barcelona, alquilan el local, que —según un censo de comercios realizado por el Ayuntamiento de Barcelona— abrió sus puertas en el año 1927; por lo tanto, estaríamos hablando quizás de la bodega más antigua de Gràcia, con casi cien años de historia. Decir que soy un fiel cliente del Tano desde que llegué a Barcelona hace ya cuarenta años y debo confesaros que es, sin duda, mi bodega preferida. En los últimos cuarenta años, la bodega no ha cambiado, pero sí parte de su parroquia. Recuerdo partidas interminables de butifarra con los abuelos de la zona que, por cierto, tenían un mal perder, gritando "contro" y "recontro", con las cartas en la mano y el caliqueño en la boca.

La bodega Marín es un lugar de peregrinaje obligado

De la calle Bruniquer saltamos a la calle Milà i Fontanals donde, a escasos metros del Tano, encontraremos la bodega Marín, antes conocida como el Bar Tere, que actualmente está regentada por la pareja Luis y Vanessa, de origen peruano pero con raíces vascas. Es una bodega con alma que ha sabido fidelizar a la clientela de siempre, los que quedamos vivos, claro, y han añadido nueva. Aquí podrás degustar unas birras artesanas y unas ostras Claire, también unas anchoas del Cantábrico.

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Bodega Marín

Siguen sin poder cocinar, pero ofrecen platillos que traen de fuera, como el rabo de toro o el civet de jabalí. Las paredes de la Marín están llenas de botellas y recuerdos, pero también de mierda, fruto del trajín de los años abrevando a parroquianos y fruto de la falta de limpieza, claro. Este toque decrépito la convierte en una de las bodegas más auténticas de la Vila de Gràcia. Como la bodega es minúscula, la gente bebe en la calle, como en esos bares de antes; esto no es nuevo, tenemos bodegas de culto en las que hay más clientes fuera que dentro del local, como es el caso del Quimet & Quimet del Poble-sec, la propia Vermuteria del Tano o Cal Pep, en la calle Verdi, y muchas más.

El Bar Pietro es uno de los tugurios con más alma del barrio

Para cerrar el circuito, también a pocos metros, encontrarás el Bar Pietro, que no es una bodega, pero poco le falta, y del que me considero muy fan. El Bar Pietro es un fenómeno que se estudiará en las universidades, es un local de esos feos y desastrado donde nunca encuentras un rincón para poder tomar una cerveza, donde la contaminación acústica es insoportable, donde no tienen la tapa del año y con una localización nefasta: se encuentra en Travessera de Gràcia con la calle Torrijos. Con este panorama tan decepcionante, siempre me he preguntado dónde radica el atractivo para que el local siempre esté lleno hasta la bandera, y la respuesta es confusa: buen vermú y cerveza de barril muy bien tirada, Estrella Galicia; que aprendan los veteranos del Vaso de Oro, donde el otro día me trincaron más de 10 € por una "filo" y una mini ensaladilla rusa, y donde no pienso volver a poner los pies, aunque seguro que no me echan en falta, pues era el único cliente nativo entre un mar de japoneses.

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Pietro

Volvamos al Bar Pietro. Con la cerveza puedes pedirte las bravas de Pietro, originales y generosas, disfrutarás de una atmósfera estupenda, difícil de encontrar en cualquier otra iglesia del barrio, con unos curas que son los putos amos. La fauna que lo frecuenta es muy variada, en función de la hora del día: hipsters, señoras y señores del barrio con el carrito de la compra, familias con y sin niños, comerciantes haciendo una pausa y jóvenes de palique... Es un lugar donde todos son bienvenidos y no hace falta ir con la cartera llena, los que todavía llevamos cartera. En resumen, uno de los tugurios con más alma del barrio, donde puedes cerrar una noche maravillosa.