Mi amigo Ibrahim no celebra la Navidad, pero la comprende. Tampoco bebe agua con gas, dice, por eso no comprende que alguien como yo sea capaz de bajar a su supermercado 24h a altas horas de la noche, en zapatillas y mientras en la calle llueve, solo para comprar una botella de Vichy Catalán. No lo comprende, por esto se ríe. Cuando lo hace, siempre le digo que es el mejor camello que he tenido en la vida, ya que es lo único que vende fato legal. Si comprendemos el término droga como sustancia que administramos al cuerpo capaz de provocar adicción y alteraciones a nuestro sistema nervioso, es evidente que el agua con gas es más un bálsamo que una droga, de acuerdo. Esto, claro, siempre que no se considere la reincidencia como una adicción y el placer como una alteración del sistema nervioso. Igual que sucede con las drogas, uno de los grandes problemas de la Navidad es que nos recuerda que todas las cosas de la vida, en exceso, son perjudiciales. Todas menos una: la agua con gas, la invitada más importante de la comida de Navidad.
Seamos sinceros, venga. Mirar demasiadas veces Love Actually cada mes de diciembre perjudica gravemente la salud, por ejemplo, igual que comer demasiada escudella con carn d'olla, zamparse demasiados turrones o beber demasiadas copas de vino espumoso. La comida de Navidad es como un acontecimiento histórico: se tiene que analizar a partir de causas y consecuencias. A menudo, las causas son las que se llevan siempre la buena prensa, las grandes fotos y toda la fama, por eso son las que ocupan artículos y más artículos los días antes del 25 de diciembre. Ahora bien, nadie presta atención a las consecuencias de estas causas, quizás porque a todo el mundo le hace ilusión atiborrarse pero a nadie le gusta leer un artículo que te avise de lo que pasará cuando estés demasiado harto. Por suerte, hay una cosa que no solo beneficia nuestra salud después de esta comilona extrema, sino que, además, puede consumirse en exceso sin ningún tipo de miedo a sufrir consecuencia alguna, pero sorprendentemente no gusta a todo el mundo.
Antes de entrar en materia, sin embargo, empecemos por el principio y presentémonos como es debido, ya que es necesario. Lo es porque hay gente que asocia el Vichy Catalán al hecho de estar enfermo, posiblemente porque pequeños, en casa, solo veían botellas muy de vez en cuando y cuando alguien de la familia tenía dolor de barriga. Otros, en cambio, lo asocian a un momento puntual, después de una buena comida, cuando se tiene sed y apetece beber algun digestivo sin alcohol. Para terminar hay un tercer grupo, que podríamos tildar de facción dura y del cual un servidor forma parte, que es la gente que no es que beba agua con gas casi siempre que puede, sino que, en el hipotético caso de que estuviera prohibida, ocuparíamos las calles y provocaríamos disturbios con el fin de defender el placer de beberla. Y después, evidentemente, hay un cuarto grupo que no entra dentro de ninguno de los tres anteriores: la gente que no soporta el agua con burbujas y a quien, suponiendo que dejarán de leer el artículo en esta precisa frase, les digo adiós deseándoles unas aburridas e indigestas fiestas.
En las casas como es debido, el día 25 de diciembre guardan una botella de Vichy en la despensa "por si las moscas", casi con el mismo afán de quien guarda una linterna para cuando se va la luz o un extintor por si hay un incendio
Lo más lógico es que en la mesa, el día de Navidad, coincidan los cuatro tipos de consumidores. En todas las familias hay un consumidor enfermo, algún consumidor ocasional y más de un consumidor habitual, de la misma forma que siempre hay, desgraciadamente, algún consumidor negado. Aquí, si me lo permites, déjame decirte que ante este último consumidor no hay proselitismo posible para hacerle entrar en la cabeza que beber agua con burbujas es un bien divino. Tengo treinta y cuatro años y he gastado litros de saliva explicando los beneficios de beber agua con gas a la gente que preferiría beber lejía antes que acercarse a una botella de Vichy Catalán, pero no hay manera. De nada sirve que les detalles que la cosa nació como un agua carbonatada con propiedades minerales muy beneficiosas para la salud y que se vendía en las farmacias. Nada. El esfuerzo es inútil.
Este consumidor, por ejemplo, nunca entenderá porque el día 25 de diciembre hay casas que guardan una botella de Vichy en la despensa "por si las moscas", casi con el mismo afán de quien guarda una linterna para cuando se marcha la luz o un extintor por si hay un incendio. A causa de eso, es extenso el número de personas que ya desde pequeños comprendemos el agua con gas como una bebida diferente y, en consecuencia, mágica. Todos los objetos de emergencia, desde el martillo de los vagones del tren hasta el código PUK del móvil, son mágicos porque tienen una calidad increíblemente poética: querríamos no tener que utilizarlos nunca, pero sin embargo tenerlos cerca y controlados nos alivia. Partiendo de esta premisa, que uno de estos objetos se pueda beber y que, además, sea relativamente barato, provoca que poco a poco aquella bebida especial y entendida como un producto de racionamiento trascienda los momentos puramente curativos para aterrizar en el resto de momentos de nuestra vida, transformando en especial no aquello que bebemos, sino aquello que vivimos.
El ácido carbónico que contiene el Vichy Catalán estimula la secreción de los jugos gástricos y facilita las digestiones, mientras que el gas genera sensación de saciedad, ya que el carbono otorga un punto ácido. Además, no contiene azúcar, por lo tanto, es mucho más sana que un refresco.
Somos unos cuantos los que no solo tenemos una botella en la nevera el día de Navidad y Sant Esteve, claro está, sino que tenemos siempre una en casa todos los días del año. Si vamos a la despensa y no hay agua con gas, lógicamente enloquecemos y somos capaces de salir a la calle con pijama, incluso bajo una tormenta de mil demonios, por el solo hecho de acercarnos a un bar, a una gasolinera o a una tienda como la de mi amigo Ibrahim y comprar Vichy Catalán. O Perrier, Imperial, Agua de Vilajuïga o incluso agua con gas de marca blanca, tanto da. Esto no va de marcas, sino de cualidades curativas. El ácido carbónico que contiene estimula la secreción de los jugos gástricos y facilita las digestiones, mientras que el gas genera sensación de saciedad, ya que el carbono otorga un punto ácido. Además, estamos hablando de una bebida que no contiene azúcar, por lo tanto, es mucho más sana que un refresco.
Tanto los consumidores enfermos como los consumidores ocasionales beben agua con gas de forma reactiva, es decir, a consecuencia de alguna cosa anterior, por eso es posible que tampoco hayan llegado hasta este párrafo y ya nos hayan abandonado. Si tú has llegado hasta aquí, sin embargo, quiere decir que eres un consumidor habitual de agua con gas y que eres de las personas que se piden una cuándo se sientan en una terraza a tomar algo. Ahora que no nos oye nadie, déjame escapar de la distancia que impone la objetividad periodística que nunca tengo y decirte que te comprendo. Tú no lo sabes, pero somos hermanos. Aguantamos la incomprensión de los amigos cuando no entendían por qué preferíamos agua con gas que cerveza, soportamos la incomprensión de la pareja cuando preferíamos agua con gas antes que un gin-tonic y, sobre todo, alucinamos cuando empezábamos a viajar por Europa y veíamos que en el resto de países, como si fuera un paraíso terrenal, en los bares te preguntan si quieres un vasito de agua o de agua con gas cuándo tomas un café, mientras que aquí en Catalunya a duras penas te miran en la cara cuando pides un cortado.
Te comprendo, porque la gente que bebemos agua con gas sin ningún motivo más que el gozo de beberla es la gente con quien compartes alguna cosa en común, íntima, sensible e inefable. Incluso es posible que vivamos en casas decoradas iguales, ya que los hay que tenemos cuadros en el pasillo con anuncios publicitarios de Vichy Catalan que emulan aquel aire antiguo del modernismo de Alphonse Mucha, como la ilustración de Jordi Soldevila que abre la portada de este artículo. Te comprendo y sé que tú me comprendes a mí, ya que alguien que bebe agua con gas no es un simple consumidor, sino un partidario de alguna cosa, de una idea del reposo y de su consiguiente hidratación. Por eso, yo que te comprendo, te deseo feliz Navidad y te animo a afirmar sin tapujos y sin miedo aquello que tan bien tú y yo sabemos: que quizás estamos separados, pero en un día como hoy debemos recordar que no estamos solos, ya que en el mundo hay muchas casas, pero allí donde hay una botella de Vichy Catalán en la nevera es nuestro hogar y allí donde dos personas beben agua con gas después de los turrones, los cafés y los licores, disfrutando de la hora del Vichy, está nuestra familia.