Nos gusta, Pobla. La Pobla de Segur, para decirlo entero. Mucho. Bajando desde el Cantó, después de pasar por Sort, por Baro —donde el Palanca tenía la oficina gastronómica, en casa Mariano-, dejando atrás Gerri, donde está el fabuloso Wagokoro, y después de atravesar las angustias del desfiladero de Collegats llegamos a la Pobla, en la cuenca de Dalt; capital maderera del Pirineo (con el permiso de Coll de Nargó), puerta de entrada a la vall Fosca y a las fabulosas cuencas Deçà y Dellà. Villa nativa —entre otras personalidades— del gran Àngel Portet, factótum universal de ratafías y licores similares, donde hay también el célebre restaurante El Raier, una de las últimas sensaciones de la gastronomía pallaresa, y la estación final de la línea de tren Pobla-Lleida, que le da un aire de modernidad notabilísimo. Aprovechando una invitada del Monsito Guimó, conseller de Cultura, fuimos el sábado pasado a presentar un libro, y de paso aprovechar para hacer una escala técnica a casa de la C–13, la meca de la cerveza pirenaica moderna.
Una consideración previa. El concepto 'cerveza artesana' está sobrevalorado. Que no se nos malinterprete: uno de los infrascritos hacía, de cerveza artesana, en casa, in illo tempore. Eran experimentos suicidas, comprando el material en lugares de reputación dudosa, haciendo fermentar una mezcla de ingredientes secretos en la cocina, envasándolo medio a escondidas y cruzando dichos para que las botellas no explotaran en la despensa y, al final del proceso, no morir envenenado por alguna reacción anafiláctica.
Algunas de las cervezas medio clandestinas que encontramos por estos mundos de Dios parecen seguir un patrón similar. No es el caso de tantas cervecerías pequeñas que dignifican la profesión de maestro cervecero y elaboran unos productos de primera división. Son fábricas, ciertamente, con máquinas, molinos, tanques de fermentación y etcétera. Pero funcionan a escala humana, están hechas a medida, impolutas, y piensan en las cervezas que hacen como lo hacen los buenos editores que construyen, libro en libro, en el catálogo de su editorial. La C–13 —que toma el nombre de la carretera que atraviesa el Pallars de sur en norte (o de norte en sud)—, ya hace diez años que funciona, y ha llegado a la velocidad de crucero de elaborar más de 100.000 litros de cerveza el año, que se dice pronto.
La C–13 es uno de aquellos pequeños milagros que se producen a la confluencia entre la geografía y la emprendeduría. Abel Sánchez y Anna Lafont son el alma. Todos sus productos tienen un propósito y un carácter, y no hay ningún producto de los que hacen que sea gratuito. Tocan, como tienen que hacer los buenos jugadores de butifarra, todos los palos: hacen lagers, stouts, alas (brown y pale)… tostadas, rubias, negras. Los nombres a menudo hacen referencia a la tierra, de donde obtienen el agua, que es parte del secreto del producto: Solana, Obaga, Falles... Son cervezas con carácter, vivas, felices, que no han sido sometidas al suplicio de la pasteurización. Incluso la que tienen sin alcohol —que tiene el felicísimo nombre de Sensata- tiene un insignificante grado de cero coma siete, que le da un sabor especial, a años luz de las 00 que, no nos engañamos, cerveza tienen bien poca cosa: un brebaje extraño con gas.
Son cervezas con carácter, vivas, felices, que no han sido sometidas al suplicio de la pasteurización. Ya hace diez años que funciona, y ha llegado a la velocidad de crucero de elaborar más de 100.000 litros de cerveza el año
En el local, que es junto a la estación —es la fábrica y al mismo tiempo bar y sala de conciertos— también se puede comer. Platos sencillos y excelentes, muy bien presentados y elaborados: croquetas, costilla de cerdo a baja temperatura, aliñadas, bravas..., que sirven para acompañar como es debido las cervezas. En el local hay un escenario y se hacen unos ciclos de música brutales. Un centro de atención y de agitación, punto de encuentro y epicentro de otras actividades, como el Red Mountain Beer Fest, que se hace en el mes de junio. A pesar del nombre, que se diría que es el de un rodaje en Dakota del Norte, es el festival donde se encuentran las cervezas hechas en el Pirineo, como un eco cervecero de la feria de Sant Ermengol de la Seu.
Ya ven que el viaje vale la pena. Lástima que tuvimos que volver a la base, porque una estancia en el hotel Casa Boumort, en Sant Martí de Canals, sobre el lago que forma el embalse de Sant Antoni, habría sido ya tocar el cielo con las manos. Es uno de los grandes hoteles del país, que ha pasado de ser el escenario de los aquelarres, perdón, de las reuniones de partido del grupo de Unió Democràtica —sí, el partido del Duran i Lleida, ¿recuerdan?— a convertirse en un establecimiento paradisiaco, gracias a la buena mano de Rubèn, que es el hermano del Abel de la C-13. Y es que todo, en este mundo, está conectado, y, como decía el grande y añorado Franco Battiato, ahora que hemos encontrado el centro de gravedad, «todo el universo obedece al amor».