Para llegar a la bodega Raventós i Blanc hay que escribir “plaça del Roure, Sant Sadurní d’Anoia” en el navegador, pero el destino no es una tal plaza, sino más bien una explanada con una vista imponente de Montserrat. El navegador dice que la plaza está al final de la calle Can Codorniu, pero ya hace más de cuarenta años que Can Codorniu no es sinónimo de una sola marca de espumoso. En 1982, el heredero y propietario, Josep Maria Raventós i Blanc, renunció a sus cargos directivos en Codorniu y construyó la bodega que lleva su nombre dentro de la misma finca Raventós, al lado de un roble de más de cinco siglos. Partidario de priorizar la calidad de los espumosos por encima de la cantidad, Josep Maria Raventós i Blanc murió una semana después de inaugurar la bodega. El roble murió en 2016. Saludar a Pepe Raventós i Vidal (Sant Sadurní d’Anoia, 1974) son confirmar que, mientras el legado se mantenga vivo, la muerte puede ser solo una palabra. Es viticultor, enólogo y está al frente de Raventós i Blanc, y también de la bodega Can Sumoi, pero asegura que hace tanta vida en el despacho, en la bodega o en la viña como en los aviones, “porque hacer vino también quiere decir venderlo”.
¿Dónde estamos?
Estamos en la sala del roble, el espacio familiar que creamos en 1996, tras arruinarnos y tener que vender la casa familiar.
¿Dónde estaba la casa?
Aquí al lado, a cien metros. Can Codorniu, obra de Josep Puig i Cadafalch. Tuvimos que venderla, con treinta hectáreas de la finca original. Entonces, mi abuela y mi padre crearon este espacio con los muebles, los libros y todos los recuerdos de la casa donde habían crecido y vivido.
No es una simple biblioteca con muebles antiguos.
Esta sala tiene una trascendencia muy importante en la preservación del legado. Si no hubiéramos levantado este espacio, posiblemente yo hoy no viviría aquí arriba.
¿En qué momento de tu vida eres consciente de la herencia centenaria que pesa sobre tus hombros?
Nunca. De verdad. Yo me llamo Josep Maria, como mi abuelo, y mi padre se llama Manuel, como su abuelo y mi hijo, sí, pero mis padres siempre me mantuvieron alejado del mundo Codorniu. En parte porque cuando él tuvo edad para trabajar ahí, la empresa dictó una norma según la cual los herederos no podían trabajar en Codorniu.
¿En 1996, creías que el proyecto quimérico de Raventós i Blanc podría algún día explicarse al mundo con la misma fuerza que la marca Codorniu?
No me planteaba nada de eso. Mi abuelo dejó Codorniu porque quería mantener una línea de calidad exigente con los espumosos, lo contrario que el resto de accionistas, que apostaban por hacer más volumen.
La competencia de Freixenet debió tener mucho que ver.
La presión que ejercía un gigante como Freixenet era altísima. Codorniu decidió jugar aquella liga y mi abuelo decidió saltar del barco, romper con la familia y hacer su vida. Cincuenta años después, resulta que Freixenet se ha vendido a una multinacional alemana y Codorniu está en manos de un fondo de inversión. El Penedès está destruido por estas políticas, pero por suerte parece que ahora regresa la posibilidad de reflexión interna: hay que ir hacia un nuevo modelo penedesenc mucho menos productivista, menos cavista, menos industrial. Hay que apostar por un modelo ruralista más arraigado en el territorio, con los valles, los pueblos y las personas del Penedès como núcleo central. Este es el camino. Nos lo han enseñado la Borgoña, el Piamonte y las grandes zonas vitivinícolas del mundo.
Es un discurso que tú personalmente y Raventós i Blanc en particular hace años que defendéis. ¿Te diste cuenta de eso durante tus vendimias en Francia?
Más que Francia, el gran impacto llega cuando me marcho con mi familia a vivir a Nueva York entre 2011 y 2016. Desde la distancia valoras mucho más quién eres, de dónde vienes, por qué haces eso así o asá, y además te das cuenta desde los Estados Unidos, un país que te incita a ser atrevido, osado, generoso. Y soñador, sobre todo soñador.
¿Encontrarte lejos del Penedès te hizo ver el mundo del vino espumoso de otra manera?
Me hizo entender de manera diferente el mundo del vino, en general. Pero es evidente que, dentro de este mundo, nuestra gran oportunidad como territorio es el vino espumoso. Mira, hay un escrito de 1928 de Manuel Raventós Domènech, un antepasado mío, que dice una cosa que siempre me ha hecho pensar.
¿Cuál?
“Las casas de la Champaña —escribe— quieren defender que no hay ningún territorio en el mundo que pueda ofrecer un vino espumoso mejor, ni tan bueno como el champán. Esto es del todo inverosímil, porque sería mucha casualidad que el invento casual de Dom Pérignon hubiera ocurrido precisamente donde está el nejor vino para espumosos”.
¿Y por qué todo el mundo cree que la Champaña es la mejor zona del mundo para espumosos?
Porque lo han hecho históricamente muy bien y se lo han creído. Es una gran zona donde producirlos, pero no la mejor.
¿Puede el Penedès ser la zona donde se produzcan los mejores espumosos del planeta?
El Penedès nororiental tiene, de largo, mejores condiciones que la Champaña para hacer grandes espumosos, así como grandísimos vinos tranquilos, pero no nos lo hemos creído nunca.
¿Aún no nos lo creemos?
No lo bastante.
¿Qué nos falta?
De entrada, lo más básico: recordar que la viña es una planta mediterránea, como el olivo, el almendro o el algarrobo. Lo avalan seis mil años de historia, no un iluminado que fue a Nueva York y regresó inspirado. Sabemos desde hace siglos que el enemigo principal de la viña es la humedad, que crea hongos y eso provoca enfermedades en la viña como el mildiu, que te obligan a tratar tus viñas con cobre. Si no, no recoges nada.
Parece difícil vincular estas condiciones con una agricultura ecológica o biodinámica.
Así es, por eso en Burdeos o en Galicia, obtener el certificado biodinámico y hacer una buena cosecha es muy difícil, por no decir imposible.
El cambio climático parece conducirnos a la viticultura de montaña.
Me molesta esta idea. Evidentemente que en la montaña pueden criarse grandes vinos y que tenemos la responsabilidad de recuperar el ruralismo en la montaña, pero decirlo alegando el cambio climático es oportunista. ¿Sabéis cuáles son las variedades que resisten mejor a la sequía, ahora que hablamos de cambio climático?
¿Cuáles?
La xarel·lo y la sumoll, las variedades autóctonas del Penedès. Los vinos de xarel·lo que hemos hecho en 2022 y 2023 son acojonantes, aunque hemos producido muy poco. Este es el mensaje que nos transmite la naturaleza: hay que cambiar de modelo, hace falta abandonar el productivismo y apostar por el valor añadido de la territorialidad.
¿Por qué fuera de Catalunya la xarel·lo es una variedad poco valorada?
Porque el rastro del cava ha diluido el prestigio, más todavía cuando añades la macabeu y la parellada a la ecuación, dos variedades muy diferentes de la xarel·lo, que tiene unos equilibrios de maduración excelentes por el clima mediterráneo.
Pero la mezcla tradicional del vino espumoso, al menos en el Penedès, siempre ha sido xarel·lo, macabeu y parellada.
No es exactamente así. En 1870, las primeras botellas de champán hechas en nuestra casa, y cuando digo en casa quiero decir en Sant Sadurní d'Anoia, pero también quiero decir concretamente en esta casa, son ciento por ciento xarel·lo.
Josep Raventós Fatjó ¿verdad?
Sí, un antepasado mío. Creó el primer vino espumoso hecho con método tradicional en el Estado español. Es decir, tenemos el clima, tenemos las variedades, tenemos el conocimiento y tenemos, incluso, la historia que lo avala. Pero es que, además, tenemos también el suelo.
Somos un país que valora más el sol que el suelo.
Somos un territorio de suelos calcáreos, óptimos para el vino. Además, el Penedès es un estuario geológico, de dieciséis millones de años de antigüedad, con sus fósiles marinos. ¿Sabes qué significa? Que los vinos hechos en la cuenca del río Anoia tienen un punto de salinidad único. Una distinción diferente, vaya.
¿Por qué todo lo que dices está tan lejos de los valores que históricamente ha transmitido el cava?
El cava debería haber sido el estandarte de este discurso, pero por culpa de mucha gente con muy poca sensibilidad, ha acabado reducido a un espumoso con buena relación calidad-precio, y punto.
¿Los grandes espumosos hechos en el Penedès necesitan una denominación para internacionalizar este potencial?
Lo necesita el mundo. Como consumidor de buen vino, un día querrás beber un Barolo, otro un Napa Valley, otro un Priorat y otro un Pomerol. En cambio, con los espumosos todo se reduce siempre a lo mismo: champán. El mundo reclama alternativas de la misma calidad. Y existen: las tenemos aquí.
¿Hay que cambiar la mentalidad?
Nosotros, en los años ochenta, intentamos hacerlo y hacerlo bien, desde la arquitectura al diseño gráfico, pasando por la comunicación, pero olvidamos lo más importante: la viticultura. La viña. Tenemos que construir el discurso desde abajo, y lo que hay debajo de todo, el origen de todo, la raíz de todo, es la tierra.
En Borgoña la estructura es tal como dices, de hecho, ciento por ciento piramidal: todo nace de la viña.
La Borgoña es un territorio vinícola que se crea con los monjes, y los monjes, que son muy sabios, se dedican a clasificar una por una las viñas, categorizándolas y valorándolas individualmente. Después se hacen grandes vinos, envejecen, los coupages y lo que sea, pero la base es el terruño.
¿Entonces el futuro que imaginas para el Penedès es un territorio donde la uva de un valle concreto se pague a un precio y la de otro valle a otro diferente?
Exacto: valles, pueblos, parcelas. Dependiendo de cada lugar, al campesino se le paga el precio correspondiente a ese lugar donde trabaja.
¿Distinciones como 'Vino de paraje' o 'Vino de finca calificada' no se aproximan a lo que propones?
Todos estos inventos son parches. Son nombres en una etiqueta, no cambios estructurales.
Existe hace años la marca colectiva Corpinnat, promovida por otros elaboradores de espumosos del Penedès que decidieron salir de la DO Cava. Su discurso resuena con el de Raventós i Blanc. ¿Por qué no formáis parte de Corpinnat?
En 2011, en esta misma mesa, nos sentamos con elaboradores de espumoso en el Penedès. Con cierta tristeza y mucha humildad —y mucha incertidumbre por las consecuencias—, en noviembre de 2012 rompemos con la DO Cava. Más adelante, en 2014, aparece la marca Clàssic Penedès, pero no nos sentimos cómodos porque nos parece un concepto demasiado crémant. Como el crémant de Borgoña o el del Jura, pero de aquí. Está muy bien, pero no deja de ser “el espumoso de”.
¿Y Corpinnat?
En el 2018 se crea Corpinnat y fuimos invitados a formar parte de la marca.. No aceptamos el ofrecimiento porque tampoco nos basta.
¿Por qué?
Porque hay que pensar en un modelo de territorio, apoyado por la administración pública, que inspire a otras zonas y pueda ser una apelación.
¿No compartís el enfoque?
Sí y no. Yo pienso que el enfoque no tiene que basarse en las marcas o en las bodegas, sino el territorio: los pueblos, los valles y las viñas. En los agricultores, vaya, porque sin los que trabajan la tierra, las marcas que elaboramos espumoso no existiríamos.
¿Qué dicen los campesinos cuando escuchan este discurso?
Lo primero que mira al campesino es si su trabajo se valora o no. Ya hace mucho tiempo que el precio que paga Raventós i Blanc a los campesinos con los que trabaja es el más alto de todo el territorio del espumoso. Desgraciadamente, aún no somos la Champaña, y aquí, históricamente, al agricultor se la ha valorado muy poco.
Por eso la Diagonal se llenó de tractores hace quince días.
Es imposible llegar lejos si no somos capaces de valorar de verdad a los que tenemos cerca, en los que nos permiten, con su esfuerzo diario y su trabajo, soñar con espumosos que conquisten el mundo.
¿Te consideras un agricultor?
Me considero alguien que invierte mucho tiempo de su vida en viajar, asistir a ferias, celebrar reuniones y toda una serie de cosas necesarias en una empresa como la nuestra, y que por eso tiene una confianza ciega en los agricultores a quienes compra la uva y los agricultores que trabajan las viñas de nuestra finca.
Una finca que siempre explicas como un organismo-granja.
Es que los agricultores siempre han sabido que la granja era un organismo interconectado con todo: hombre, animal, tierra. Hace cincuenta o sesenta años, con la llegada de los tractores y la industrialización de las bodegas, esta finca dejó de ser la granja que siempre había sido. Nosotros hemos decidido devolverla a sus orígenes. Por eso trabajamos con tracción animal, fomentamos la biodiversidad y creemos en la viticultura biodinámica. Ahora tenemos una finca que no es demasiado diferente de cómo era en 1950 o en 1920, porque en el vino, el futuro es el pasado.
¿Por qué, políticamente hablando, Catalunya no acaba de comprar este discurso sobre el vino espumoso que todo el mundo tiene integrado, por ejemplo, sobre el Barça o la gastronomía catalana?
No sé si soy la persona indicada para responder. Diría que somos un país acomplejado. Siempre hemos sido esclavos de esta mentalidad catalana de no arriesgar demasiado ni gastar mucho, de ir haciendo poco a poco, cada día, sin sustos.
¿Están politizadas las denominaciones de origen catalanas?
Demasiado. Existe una DO como la DO Catalunya cuyo único valor añadido es el nombre Catalunya, porque está llena de vinos que no tienen nada en común ni ningún rasgo distintivo.
¿La solución es cargarse las DO?
De ninguna manera. La solución es hacer que funcionen bien, porque son muy importantes. Una DO que funcione bien es el vector aglutinador de todos los intereses de un territorio. Si lo hace mal, en cambio, cada uno dentro de aquella DO acaba buscándose la vida, aquello pierde fuerza y la DO no puede rivalizar nunca con otra gran DO mundial. ¿Borgoña está por encima de Romanée-Conti o Romanée-Conti está por encima de Borgoña?
Vivimos en un mundo materialista.
Si el mundo no fuera tan materialista, Borgoña estaría por encima de Romanée-Conti. Yo quiero pensar que es así, de hecho, porque Romanée-Conti morirá, como moriré yo, moriréis vosotros y morirá Raventós i Blanc, algún día, pero la Borgoña, sus suelos, su territorio, no morirá nunca. Tampoco el Penedès.
¿El Penedès está por encima de Barcelona o Barcelona está por encima del Penedès?
Desgraciadamente, Barcelona es una gran lacra para el Penedès. Por la industrialización, los valores asociados a la urbanidad y la presión demográfica. Las ciudades se alejan cada vez más de los valores de la naturaleza.
Sant Sadurní d'Anoia está a solo cuarenta kilómetros de todo eso.
Si no existiera Barcelona, el Penedès sería mucho mayor. El Empordà, el Priorat, Costers del Segre o Terra Alta, para decir unos cuantos ejemplos, a pesar de su lejanía con la capital, son mucho mayores.
¿Puede revertirse? Quizás morirán los barceloneses, pero Barcelona no tiene pinta de que vaya a morir.
Claro que se puede revertir, pero hay que poner la viña y el paisaje como eje vertebrador. Hay que definir los fundamentos de los que hablábamos antes, hay que proteger lo que tenemos, hay que hacer sacrificios y hay que pensar a lo grande, que quiere decir pensar a largo plazo.
¿Cómo ves el Penedès en cuarenta años?
Un territorio solo de xarel·lo y sumoll, con los valles clasificados, los pueblos y las parcelas dibujadas en mapas, con su nomenclatura, porque el nombre no hace la cosa, pero sin nombres no vamos a ningún sitio. Un territorio conocido por todo el mundo por sus espumosos y vinos tranquilos que, más que vinos, sean la expresión de un rincón concreto de mundo.