Una receta bien fácil. Este era uno de los platos que tradicionalmente siempre se habían cocinado en mi casa. Os tengo que confesar que a mí no me gusta el hígado. Yo recuerdo que lo comía de pequeño, pero llegó un punto en el que (no sé por qué) le cogí asco... y lo dejé de comer. Ahora no me gusta ni el olor. Pero como a mi mujer le encanta, pues lo he tenido que hacer. A veces te encuentras que tienes que cocinar cosas que a ti no te gustan... como por ejemplo los caracoles. En cualquier caso, aunque no me guste lo que estoy cocinando... lo hago con las mismas ganas y dedicación que con cualquier otro plato... al fin y al cabo... cocinar es cocinar, y es lo que me gusta hacer.
300 g hígado de cordero
2 cebollas grandes cortadas en juliana
aceite de oliva
pimienta negra
sal
De entrada lavaremos bien el hígado de cordero, que siempre tiene restos de sangre.
Lo podéis hacer con hígado de cerdo, pero creo que es mejor el de cordero.
En una sartén con un buen chorro de aceite de oliva ponemos el hígado previamente salado y pimentado.
Cortamos la cebolla en juliana y la incorporamos a la sartén.
¿Toda, eh? Lleva bastante cebolla. Hay gente que primero hace la cebolla, la reserva y después hace el hígado, y finalmente lo mezcla todo. Yo pienso que si se hace todo junto el hígado coge más sabor a cebolla.
Si queréis, lo podéis tapar un ratito.
De vez en cuando lo revisáis, para comprobar que no se queme.
Lo removéis, que coja color.
Tiene que tener esta misma pinta.
Cuando todo esté casi caramelizado, ya lo podremos emplatar.
Si os gusta el hígado es un muy buen plato. Yo es que no puedo, perdonadme.
Os recomiendo acompañar este plato con un vino tinto. ¡Buen provecho!