La localidad de Begur es uno de los lugares mágicos de la Costa Brava, y no precisamente porque el rumor de las olas y una arena sugerente son uno de sus principales ganchos. Comparte con otras localidades del Bajo Empordà el atractivo de contar con un pasado medieval trazable y reconocible, pero lo que hace especial a Begurio es su pasado indiano. La configuración del patrimonio arquitectónico medieval con el de los edificios inspirados en la arquitectura antillana es, aquí, único, y en septiembre se convierte el motivo principal para celebrar en una gran fiesta popular, la Feria de los Indianos. Como pasa con Palafrugell y Calella, Begur también cuenta con reducidos núcleos en playas que no solo frecuentan bañistas, sino al mismo tiempo amantes de los paseos y gourmets, todos ellos atraídos por su magnético hechizo.
Su Riera, Su Tuna, La Cala de l'Illa Roja, La Fosca o Aiguablava, para mencionar algunas, son playas y calas conectadas en su gran mayoría por un camino de Ronda cuidado, con vistas y paisajes cautivadores, de una rotundidad bella. Si bien la playa es el escenario de muchas mañanas, la villa de Begur roba el protagonismo en cuánto la tarde despunta: desde calles animadas con botas y asientos para coger algo, tiendas e iglesias a rutas para descubrir las casas de los indianos. Nada falla para acoger al visitante. Y por descontado, lo que tampoco falta son espacios donde disfrutar de la buena comida y el bueno beber.
Toc al Mar, la primera maravilla
Si se escoge Aiguablava, allí se encuentra una joya que atrae tanto a los bañistas como los comensales que se desplazan solo para comer: Toc an el Mar. Regentado por Santi Colominas (en la cocina) y Sandra Baliarda (en la sala), este restaurante encapsula la magia que anticipábamos en lugares únicos como Begur. El matrimonio se estableció ahora hará 13 años, convirtiendo una barraca de pescadores que les había ofrecido un cliente, en el amplio restaurante que es hoy. Dieron el salto desde Barcelona, donde tenían un restaurante de cocina catalana bien reputado en la calle Girona, el Toque, y con este acto de fe, arriesgado y valiente, encontraron un proyecto de vida que actualmente (y en época fuerte) hace felices a unos 420 comensales por servicio. Los mediodías al Toque en el Mar son bullicio, arroces, cocina marinera en forma de entrantes, calor y brisa gratificante, pero a las noches, la tenue iluminación acoge a gourmets que buscan las mejores piezas de la lonja cocinadas con el máximo con respecto a su sabor. Dos escenarios y un denominador común: el fuego.
"Siempre trabajamos con la llama viva y con leña de encina", explica Santi, "porque el carbón imprime un fumado ácido en el producto y desmerece el sabor". Asegura que, para él, la cocina es tradición y materia prima, y por esta razón busca mostrarlo puro, tanto en sabor como sin salsas que lo enmascaren. Un purismo que se define de forma honesta al conocer toda una vida dedicada a la cocina con pasión, desde los inicios en las cocinas de las yayas Angeleta y Paquita hasta una trayectoria que incluye el mítico Reno o las cocinas de Martin Berasategui. Al fin y al cabo explica que el matrimonio viva el negocio con la seriedad y con el afecto de quién oye|siente una responsabilidad hacia su clientela: fiel, repetidora, que hace reserva y hace la cola que sea necesaria, esperando la recompensa de buenas viandas a mesa.
Y de buenos vinos, gracias a una interesante selección de referencias que cuidan en Santi y en Marco Ravasi, jefe de sala desde hace 3 años. Ahora bien, quién busque vinos especiales, tiene que pedir por La Clandestina, una carta de vinos que conforman la bodega personal de Santi y la Sandra, creados a lo largo de 30 años. Gastronomía líquida de altura para acompañar platos técnicos en técnica, pero altamente emocionales en sabor: todo se hace a sus cocinas, desde los hondos y fumets (con pescado de roca, cabezas de langosta, bogavante y gamba, muy asado previamente), en los sofritos, sin olvidar las croquetas (que ya se pueden encontrar en algunos supermercados de la zona) o los helados que se disfrutan en el local contiguo al del restaurante. En la mesa no pueden faltar platos como los calamarcitos al horno de leña, las croquetas de langosta, las judías del ganchillo a la brasa con tripas de bacalao o un maravilloso arroz seco con calamar y alioli de ajo negro.
Una comida de esta categoría necesitará un paseo largo y activo, al retornar a Begur, con una parada obligatoria, sin embargo, en la heladería La Enxaneta. Allí se encuentran deliciosos sabores artesanales creados por Jordi Domingo y su equipo, que basculan entre un clásico (y delicioso) helado de crema catalana a una versión helada del lemon pie o el pastel de queso.
Clara Begur, gastronomía divertida
Este refrescante merienda seguro que no toma el hambre ni las ganas para ir a disfrutar de uno de los restaurantes más auténticos de la villa, el Clara. Tiene a favor una ubicación especial, el patio y bajos de una casa indiana que ahora ocupa el Hotel Aiguaclara, pero la esencia se entiende en cuánto se vive: atmósfera vibrante, música que contagia alegría, un servicio sala dinámica y divertido capitaneado por Àlex Ruiz y unos platos divertidísimos. Si una propuesta gastronómica se puede definir como divertida es que lo tiene todo: calidad, espíritu diferencial y platos icónicos. Y Clara Begur lo tiene a pesar de creces, demostrando con hits que llegan a las mesas que hay profesión: se tiene que probar sin dudar el lomo de atún con dashi y tomate confitado, el brioche de pata de pulpo con ricotta, limón y mayonesa de kimchi o la tortilla vaga de bacalao con judías secas en el pil-pil.
Si la sala eleva el espíritu de los finados, la cocina que firma Fran Llobet mantiene el ánimo alto. Al fin y al cabo, servido y aliñado con referencias de vinos naturales bien escogidos, pensando en contentar al auténtico enamorado de los vinos libres y a quien tiene ganas de entrar con tranquilidad. Y después de tanto arrebato y desenfreno, pernoctar en un oasis de tranquilidad será la guinda del pastel, habiendo exprimido 24 o 48 h en un Begur que se disfruta a todas horas y en todo momento.
A tocar en la playa de Su Riera y a medio camino de la playa y Begur se encuentra El Convento Hotel de Begur 1730. En un paraje de inigualable belleza, rodeado de bosque y flores silvestres, este antiguo convento que la orden de los Mínimos habitaron desde el siglo XVIII hasta su desamortización a finales del siglo XIX es, desde hace una década, un referente de turismo sostenible en la zona. La historia se respira en sus 22 habitaciones, ubicadas en las antiguas celdas de los monjes, actualmente decoradas con practicidad y gusto, mostrando a quien pernocta unas vistas memorables. Una opción de alojamiento interesante para quien busque la inmediatez de la naturaleza. El pulso de la villa se disfruta en las magníficas casas de indianos reconvertidas en hotel, como son el caso del Hotel Hanoi o el ya mencionado Hotel Aiguaclara.